martes, 1 de febrero de 2011

PALABRAS VIVAS Y LENGUAS MUERTAS X

TIEMPO Y OPORTUNIDAD
CRONOS Y KAIROS

ÓSCAR LOPEZ R. – FILÓSOFO - PSICÓLOGO

El universo según los científicos posee cuatro mil quinientos millones de años, y es un universo que por su propia ley, está abocado a perecer; según ésta ley, todo lo existente, orgánico e inorgánico, desde el más minúsculo ser hasta la más inmensa galaxia, tienen cierta duración, en síntesis, el universo entero es finito. Algunos seres duran menos que un parpadeo, otros unos minutos, horas, otros alargan más su vivir, en cientos, o miles de años, es decir, todo está abocado a perecer. El hombre vive “setenta años y el más robusto hasta ochenta, la mayor parte son fatiga inútil, porque pasan aprisa y vuelan” (Salmo 90,10). Esa es la ley más esencial de la dialéctica, como dice Hegel, “todo lo que nace debe morir”.

Si bien los demás seres no son conscientes de su muerte, a los humanos se nos ha dado el duro privilegio de saber que tenemos que morir, por eso todas las culturas han buscado exorcizar la muerte, inventando mitos en los que el universo aparece poblado de fuerzas y divinidades que obran unos a su favor y otros en su contra, y así en los hindúes el dios Shiva luego de crear el mundo, después de cierto período, lo destruyen, y éste vuelve a empezar.

La acción creadora está concebida así en el mito como un drama. Existe una lucha entre las fuerzas del “caos” y las de los dioses benefactores. La victoria de los dioses sobre las potencias confusas del “comienzo”, es la conversión del caos, en “cosmos”, (orden en griego) tal como nos lo cuenta Eliade. Pero la victoria no está segura, hay una repetición del acto creador que impide que vuelva al caos.

Los griegos también reflexionaron sobre el tiempo, y lo miraban igual que los otros pueblos, a partir de la idea de un “eterno retorno”, es decir, como una repetición de lo mismo. Precisamente utilizaron un par de términos, CRONOS Y KAIROS, para expresar la doble faz del tiempo, que en su riqueza y enigma se nos presentan. El uno, es esa totalidad ordenada, que expresa el tiempo cósmico, el de los relojes, y que marca ineluctablemente nuestras vidas desde nuestro primer pálpito hasta nuestro último suspiro. Tiene esa irreversibilidad fatal que marca todo lo que está bajo el dominio del Hado (fatalidad) que gobierna el mundo. Pero a los humanos se nos ha dado además el Kairós, es decir, el poder de revertir el tiempo a través de los ritos, las fiestas, de repasarlo y volver a empezar. Por ella somos seres excepcionales.

Para el mundo judío y cristiano, Dios creó el mundo de una vez para siempre hasta su consumación final, y lo creó para manifestar su gloria y es por ello creador y ordenador de los tiempos, y sólo El sabe cuando y cómo acabará, Este universo y tiempo, poseen una significación especial en su plan de salvación. Esta creación fue su primer acto salvífico del cual ha habido muchos. Así, el universo y el tiempo son otorgados a la libertad humana para que el hombre pueda realizarse, y de su decisión buena o mala toman un carácter positivo, o destructivo y lleno de maldad.

Luego de la teoría de Darwin y Russell, sabemos que hay una evolución en el mundo, una lenta y magnífica ascensión hacia la vida, la conciencia, el pensamiento, que en su dinamismo, cada ser en unión con los demás, debe alcanzar su propio fin, y como es un universo bio-amigable como dice Davis, está a favor de la vida.
En éste mundo evolutivo, el ser humano es el único viviente que posee una triple dimensión de cuerpo, alma, espíritu; así en él, por poseer espíritu y no sólo alma como los demás vivientes, el tiempo aparece plenamente en la conciencia, la cual es temporalizante, es decir, no está en el tiempo sino sobre él. El ser humano por poseer espíritu, domina y trasciende el tiempo. Por mi cuerpo, estoy en el tiempo, por mi espíritu el tiempo está en mi, porque el espíritu participa del Espíritu eterno.
Así, la conciencia tiene su propio tiempo, por eso puede medir el movimiento de la sucesión, y así nace un tiempo complejo que está desplegado en tres momentos: pasado, presente y futuro. Si bien vivimos en el presente, ésta se nutre del pasado y se proyecta en el futuro, y sólo ella puede revertir el futuro en pasado a través del presente. Es la duración estructurada según “momentos significativos”: muerte de la persona amada, una catástrofe un grado, matrimonio, o la guerra, que abren un tiempo y cierran otro. El tiempo es la medida del movimiento de los seres, de su realización y de su maduración y su fin. A través del orden irreversible, según el cual el futuro, el pasado y el presente se implican en el desarrollo de los seres, el tiempo es el don que se nos da a las criaturas a fin de poder realizarnos. De ahí que como dice Spinoza, todo ser quiere perdurar en su ser, ese duro deseo de durar.
La temporalidad es compleja, así existe el tiempo de los planetas, es el tiempo sideral, que dura millones de años, el tiempo biológico, el de nuestro cuerpo, el tiempo psicológico (el de la espera), y el sociológico. Por ser el hombre libre, utiliza el tiempo a partir de decisiones que le dan sentido a su vida, y por ello puede madurar, realizarse, liberarse, crear vínculos, relaciones, perdonar.

Como dice Husserl, la conciencia temporal se puede caracterizar fenomenológicamente como protensión, presentificación y retención; psicológicamente como espera, presencia, recuerdo; metafísicamente como posibilidad, actualización, realización.

El tiempo es ambivalente: por un lado es destructor, por otro realizador, pero es la libertad humana la que decide por uno u otro. A diferencia del remordimiento, el arrepentimiento, el perdón, son tareas liberadoras, el poder de intervenir sobre nuestro pasado, y liberarnos de su carga opresora. Es el sentido de la catarsis terapéutica que puede ocurrir libremente o mediada por terapeutas.

El tiempo constituye y se estructura siempre a partir del presente. En el presente aparece el futuro como mi propia posibilidad y mi futuro, como mi propia realización. De la presencia ansiada a la perdida, de la presencia esperada a la rememorada, pasando por la presencia actual y vivida, es el conjunto puesto por la conciencia que constituye el tiempo. Estamos siempre en el presente, jamás salimos de él. El presente es el lugar mismo de la existencia y a través de él se realiza el paso del futuro al pasado y se engendra el tiempo.

Como anota Ernst Bloch, "la conciencia utópica quiere ver el momento acabado de vivir en el que todo ente se nos da en su mismo ocultamiento. Ver a través de la proximidad más cercana es el telescopio más potente, el de la conciencia –utópica agudizada, esa inmediatez más inmediata en que se encuentra todavía el núcleo del sentirse y del existir, y en el que se halla a la vez todo el nudo de la incógnita de mundo”.

Como anota además, “la última voluntad es la de ser verdaderamente presente, de tal suerte que el momento vivido nos pertenezca y nosotros a él, que nada pueda decirle “no te vayas aún”. El hombre quiere al fin ser él mismo en el aquí y el ahora, quiere ser la plenitud de su vida sin aplazamiento ni lejanía. La voluntad utópica quiere lo meramente inmediato e intacto del encontrarse y el existir” (El Principio Esperanza).

El tiempo desde el cristianismo tiene una significación especial, es el tiempo de la salvación. La creación es el primer acto y comienzo de una serie de actividades salvíficas de Dios que aún se realizan.

El tiempo cósmico está envuelto en el tiempo salvífico medido por el pensamiento creador con vistas al tiempo de la salud que es su significación constitutiva y su finalidad inmanente.
El tiempo cósmico no es el único que existe como creen los materialistas, sino que por ser creado por la Palabra de Dios, es un tiempo de gracia.

“El tiempo pasado no es nunca totalmente pasado, y algunas veces está más cerca del pasado que del porvenir”.

Benjamin proporciona una noción de tiempo, de temporalidad inconclusa, “no sellada”, correlato de una memoria activa, activadora del pasado como reserva/semilla de futuro. Incitándonos a desplegar los tiempos contenidos, amarrados por la memoria oficial y atisbar el estallido de la continuidad temporal como pretendida totalidad de sentido: en especial, esa que sutura el pasado como “depositaria de los valores de la identidad nacional”. Frente a esa sutura, el ángelus novus desata el tiempo tornándolo reversible y destrabando las memorias, “sus nudos de temporalidades y discordia”.

“La lectura de Benjamin saca a flote la posmodernidad, entendida no como sucesividad de lo moderno –lo después de ella- sino todo lo contrario como combinatoria de tiempos y secuencias, anticipación de finales y salto de comienzos” (Nelly Richards).

Como desorganización/reorganización del tiempo, liberando a las narraciones de su sumisión al progreso y posibilitando nuevas, inéditas formas de relación con el pasado, o mejor con los pasados. Hace de la condición moderna no sólo algo ambivalente sino explosivo: el paso de lo destructivo a lo constructivo y viceversa (BARBERO, Jesús Martín. Temporalidad latinoamericana y análisis cultural).

“Tal vez la historia no tiene ni finalidades ni fin. El sentido de la historia somos nosotros que la hacemos, y que al hacerla nos deshacemos” (Octavio Paz).

“La concepción de la historia de Benjamin no es posmoderna, porque lejos de estar “más allá de todos los relatos” (si eso es posible) constituye una forma heterodoxa del relato de la emancipación inspirada en fuentes mesiánicas y marxistas, utiliza la nostalgia del pasado como método revolucionario de crítica del presente. Su pensamiento es una crítica moderna de la modernidad capitalista e industrial inspirada en referencias culturales históricas y precapitalistas”.
El mesianismo está a su juicio en el centro de la concepción romántica del tiempo y de la historia. Según él, la esencia histórica del romanticismo debe buscarse en el mesianismo.
La cultura tiene por finalidad la realización de nuevos valores. Todas las conquistas de la cultura son simbólicas; la vida nueva, el ser superior, vienen dados únicamente en imágenes, en figuras, en símbolos.
Toda cultura es cultura del espíritu y tiene un fundamento espiritual, es el producto de la actividad creadora del espíritu sobre los elementos de la naturaleza. Pero en ella se manifiestan factores que tienden a disolver sus fundamentos religiosos y espirituales, y a realizar su simbolismo, es el proceso de “Ilustración”. En esto consiste la trágica dialéctica de la cultura, la cual llegada a cierto estadio, pone en cuestión sus fundamentos y a minarlos. La voluntad desmesurada de poder tiende a transformar la cultura en civilización. La cultura se desinteresa de sus conquistas supremas; la civilización es esencialmente interesada. Las conquistas culturales quedan invalidadas ante el tribunal de la vida y se pone en evidencia el carácter no sagrado y no simbólico de la cultura.

La era de la civilización comenzó con la entrada triunfal de la máquina en la existencia humana, y hasta el mismo pensamiento se vuelve técnico, y toda actividad creadora se vuelve más técnica. Una vida espiritual superior no se puede dar sin una actitud ascética y una cierta resignación (Nicolás Berdiaef).

La cuestión fundamental, el supuesto básico de toda filosofía de la historia es la del tiempo y su naturaleza y el significado que se atribuye a la historia va ligado al que atribuimos al tiempo. ¿Tiene el tiempo un significado metafísico? ¿Está ligado a algo esencial que llega hasta lo más profundo del ser, o es simplemente una forma y condición del mundo fenoménico? ¿Está ligado el tiempo al ser auténtico o es sólo fenomenológico, es decir, exterior a la esencia más profunda del ser? Toda metafísica que vea en lo “histórico” algo esencial para la profundidad del ser, ha de admitir el significado ontológico del tiempo, es decir, que el tiempo guarda una relación esencial con la profundidad misma del ser.

“El tiempo es el lugar del crecimiento espiritual. Llegar a ser, devenir lo que se es, ser lo que se tiene –o mejor- tener lo que se es. Tal es el problema planteado a todos y cada uno de nosotros” (GUITTON, Jean. Justificación del tiempo).

El tiempo biológico no es más que figura del tiempo histórico, porque al carecer de sustancia, su alborada, su esplendor y su crepúsculo, no tienen otro oficio que simbolizar. En el orden animal, los individuos son servidores de la especie que los utiliza para mantener su forma. En el orden espiritual la palabra vida designa algo diferente de ese movimiento cerrado sobre sí mismo, y de esa oscuridad. La vida espiritual temporal es la conservación de la tendencia de lo que fue en lo que es. Pero como lo que será en definitiva es lo eterno, de lo cual lo porvenir no es más que una imagen, el tiempo debe ser concebido como preparación a una vida de tercer género.

El oficio supremo del tiempo es preparar para cada ser consciente órganos de visión y de vida que no pueden llegar a la perfección en la vida presente, pero que entrarán en acción tan pronto como les fuere propuesta una esfera propicia; así como los órganos de un embrión esperan, sin empleo durante la vida intrauterina, el esfuerzo, el espacio, la movilidad.

La realidad temporal que se expresa bajo los nombres de historia, memoria, recuerdos, pruebas, méritos, es como el tejido de esos órganos espirituales que permanecen sin ser usados en lo que llamamos vida.

La maduración temporal prosigue hasta el momento en que el espíritu se desprende del cuerpo viviente y del cuerpo social, doble materia a través de la cual tomó consciencia de sí en el cosmos.
El tiempo es una mezcla de un elemento intemporal y de un elemento de pura movilidad, la muerte, su sentido de metamorfosis y de paso. Basta poner la eternidad tras el tiempo, para conferirle a éste su valor real.

La vida humana no puede ser considerada como un simple medio, es verdaderamente un fin.
Consciencia y duración son tan unidas que queremos definirla una por la otra, el tiempo es como la forma de la existencia sensible e incluso de la espiritual; la eternidad es la forma del pensamiento. Los antiguos confundieron lo inteligible con lo eterno, pues la lógica confunde lo inteligible con él; la lógica pone inteligibilidad en lo contingente, singular e histórico.

La novela y la autobiografía nos regalan la ilusión de que podemos rescatar el tiempo. La memoria detiene el pasado y lo presenta todo a la vez, pero nunca puede reencontrar el pasado como fue. El recuerdo transfigura su materia, y cada uno es el artista y como el profeta de su pasado. Hay mucho de intemporal en el acto de la memoria.

El momento del comienzo de algo, por ejemplo la guerra, es más bien un desenlace. La voluntad es una constante elección. La sustancia del tiempo escapa a la sucesión. La ausencia religa a los seres que la comunidad separa.

El genio de la vida consiste en contaminar, la forma más común es la percepción del tiempo. El futuro es el lugar de la ilusión que nos disimula hasta la muerte; hasta en la agonía espera un nuevo momento. También hay mucho de ilusión en la percepción del pasado. Todo pasado es ya un pensamiento, en su percepción nos disciplina lo real al contrario del futuro. El tiempo es el lugar de una acción que compromete a la eternidad.

Gozar es otra forma de contaminación, es tratar de agotar el presente cargándolo de una densidad ficticia; no hay goce sin una avidez previa.

“Nunca logra la plenitud del ahora que pasa, siempre tiene que añadirle algo por esas pequeñas solicitaciones imperceptibles que nos mantienen siempre en vilo” (Leibnitz).

Un término para expresar el Kairós es el del Ahora, que es un estado de presencia en el cual la atención está centrada en el momento que se está viviendo y lo mantiene presente la conciencia, es decir, una alerta total, y es una espera sin tensión en que uno está presente con todo su Ser con cada célula de su cuerpo, y el pasado, el futuro y el yo parecen no estar, y sin embargo se está presente. En el Zen se utiliza la palabra satori (iluminación) para esta situación en que verdaderamente se ve y se oye. Son situaciones inesperadas que a veces se sienten cuando ya han pasado (TOLLE, Edgar. El poder del ahora).

Para lograr esto se debe luchar contra la ilusión del tiempo, pues al separar el tiempo de la mente, ésta se detiene y se supera la compulsión del vivir, de la memoria y de la anticipación. Entonces se aprende a observarse a sí mismo, sentir las reacciones que uno tiene, las emociones, y uno se vuelve autoobservador. Cuando se está en el ahora no existen problemas, y con ello se aleja el dolor y se siente una paz y una quietud.

3 comentarios:

Unknown dijo...

Wooooooooooooooooow *...*

Unknown dijo...

^^

undahnke dijo...

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