sábado, 17 de julio de 2010

UN ANHELO BICENTENARIO

Óscar López R., Filósofo, Psicólogo

La historia humana tiene siempre dos rostros: uno que mira al pasado, y otro que alienta al futuro, y de su equilibrio depende que no nos atemos a nostalgias sin sentido, o a futurismos ilusorios. La verdadera realidad es el presente, y necesitamos de ambos como sus ingredientes. El pasado se expresa en forma de herencia cultural, y el futuro nos nutre con utopías que orientan nuestro vivir.

Celebramos en Colombia y otros países latinoamericanos por éstos días, doscientos años de la gesta independista. Gobiernos y académicos, nos traen el recuerdo, y es mucha la tinta que se ha derramado sobre el evento. Prestigiosos historiadores han señalado lo que significa la gesta libertaria, y los medios de comunicación se han explayado sobre el tema, pero ¿qué le dice esto al ciudadano medio nuestro?

¿Qué querían los habitantes del Nuevo Reino de Granada y de toda América, en los inicios del siglo XIX? ¿No era el anhelo de que los logros gestados en Europa, las transformaciones que los colocaron en el camino de la modernidad política, económica y religiosa, a partir de la Revolución Francesa y la de Norteamérica, se hicieran realidad en nuestro continente?

Pero su sentimiento era más parecido al que hace cien años expresó un autor bogotano, Don Tomás Rueda Vargas, evocando en 1910, los cien años dicha celebración:

“Al hablar de la palabra independencia veía una cosa compacta, uniforme, tersa y brillante, pero insípida. Al mirar los retratos de los próceres, veía unos hombres, mejor dicho, unos héroes sin discrepancia entre sí unidos en un mismo anhelo, y un común esfuerzo por combatir a un enemigo común; con la misma cara rubicunda, la misma mirada feroz, la misma boca pequeña y contraída en todos, con sus cuellazos hasta las orejas, su mentón contraído, la nariz de águila y las cejas amenazadoras y juntas, eran los próceres eternamente, integralmente, terriblemente próceres. Ellos eran siempre viejos, siempre solemnes, siempre héroes. Jamás habían sido niños, ni jóvenes, y mucho menos hombres. Los civiles, y sobre todo, los mártires, siempre bizcos y con aquella expresión amarga y terrible en que el artista había querido interpretar la energía”.

La sensación general del hombre común, hoy, es que si bien en doscientos años, ha habido progreso, en lo esencial, es decir en la de la vida, la educación, seguridad y salud, no es mucho lo que hemos avanzado. A pesar del optimismo de los celebrantes, la trágica realidad nacional es la de inseguridad, desempleo, desplazamiento, que nuevas celebraciones, no cambiarán nada.

Las estadísticas hablan por sí solas. En el campo de la salud, con mayor cobertura, pero sin calidad y convertido en un jugoso negocio para algunos grupos. En la educación se habla del “desempleo ilustrado”, más injusto que el del personal no calificado, pues significa la frustración de un gran número de profesionales, obligados a vender su saber -si consigue empleo- a menor precio, o emigrar, si puede. El campo, abandonado en gran parte, generando desplazados en casi las grandes ciudades. En suma, que si ha habido cambios políticos, éstos no han permitido una transformación social que mejore sus vidas.

Pero, sin ser fatalistas, sabemos que como toda realidad histórica es dinámica, diversa y contradictoria, existe otra Colombia que se nutre de anónimos héroes que buscan el sustento diario, o anhelan un empleo digno que cada día es más escaso.

Esta es la otra cara de nuestro país, lleno de riquezas tanto naturales como humanas, ambas inexplotadas en unos casos y saqueadas en otros, por obra de un modelo de desarrollo feroz por grupos de presión que han confiscado nuestra historia y nuestra nacionalidad.

El deseo expresado en la Constitución del 1991, que sustituyó a la anterior, excluyente, de que el nuestro sea un país plural y diverso, cultural, social, político y religioso, hasta ahora no ha encontrado su cauce, y más bien la atroz violencia sobre los pueblos indígenas, la exclusión de mujeres, minorías diversas, niños muertos prematuramente por falta de adecuada alimentación, de jóvenes que se debaten en la frustración, por el desempleo, o en ancianos sin una vejez digna por carecer de pensión, o del gran número de quienes se ven obligados a emigrar, por no hablar de desplazados por el narcotráfico, la guerrilla, etc.

En todos ellos late un deseo de vivir plenamente, y de ahí las múltiples formas de expresión, de los inventores anónimos que sin ayuda del Estado forjan obras que son admiración de propios y extraños, sea en el fútbol, la moda, la música, la ciencia, el arte, la danza, en cualquier lugar del mundo dejan en alto el nombre de nuestra patria. Y se puede decir que se han hecho a sí mismos, y con una tenacidad envidiable han logrado salir adelante.

Nos hallamos frente a una situación que toca todas las fibras de nuestra realidad nacional. Sus causas son múltiples y hondamente arraigadas en nuestra cultura; en especial el fenómeno es estructural, pues se ha combinado un crecimiento con exclusión, asumiendo la clase dirigente con un esquema neoliberal, que las oportunidades llegarán iguales para todos, cuando en verdad, la brecha entre ricos y pobres se ha ensanchado, y es mayor hoy el número de excluidos que hace diez años, como lo demuestran las estadísticas al respecto.

Así pues, para algunos la celebración bicentenaria, puede tener sentido en cuanto que magnifican el pasado, pero para la mayoría, se pierde en el campo de rituales que sólo sirven para recordar que si doscientos años son poco, en realidad son mucho, pues a pesar de las apariencias, el nuestro es un “país bloqueado” según un autor, o “fragmentado”,en el que el discurso de los políticos es distinto al de los ciudadanos; y en el que los logros del progreso no se reparten por igual, sino que las ganancias son para unos pocos, y las pérdidas para la mayoría.

Lo que quería la gran mayoría de entonces, igual que la de ahora, no es un simple cambio de gobiernos, sea del español al criollo, o de grupos políticos que se alternan en la repartija del poder, sino una verdadera transformación, que una el modernismo tecnológico con la modernidad cultural, con derechos políticos para todos y no la extensión de privilegios adquiridos y sostenidos por grupos minoritarios, que permita ser y vivir más humanamente, el sueño mismo que late en todos.

Un largo camino debemos recorrer para lograr el país que hemos soñado, si no feliz, con menos injusticias y exclusiones, y los logros, no a costa de los más débiles; en el que todos aportemos a un proyecto de largo alcance que se convierta en el país diverso cultural, política y socialmente, y no de unos pocos. Sólo así, lograremos vencer la cadena de males que nos han agobiado hace ya varios lustros y que permita que las celebraciones patrias, en lugar de ser un simple recuerdo, sea la posibilidad de conocernos como país plural, y nos sintamos orgullosos de nuestra patria, morada para todos y sin privilegios ni exclusiones.