miércoles, 6 de julio de 2011

PALABRAS VIVAS Y LENGUAS MUERTAS -XV-

Palabras latinas
CARPE DIEM
-Aprovecha el día, aprovecha el momento-Horacio -(Venusia, hoy Venosa, 65 a. C. – Roma, 8 a. C.)-


1-Hans Castorp, huésped de “La Montaña mágica”.
2. El “carpe diem” en un mundo globalizado .

“Con veinte años, y a mi edad, Alejandro Magno dominaba el mundo”. Frases de este talante o semejantes, han sido comunes en muchos jóvenes. Stendahl se proponía eclipsar a Moliere y quizás también a Shakespeare. Y se decía: “¿Qué me propongo? Ser el mejor poeta posible”. Precisamente Julian Sorel, el personaje de su novela “Rojo y negro”, queriendo imitar a Napoleón, se lanzó a las mayores temeridades. Igualmente, Bolívar, cruzó ríos caudalosos y agrestes montañas para libertar a cinco naciones. Junto a “En busca del tiempo perdido” de Marcel Proust y el “Ulysses” de James Joyce, una novela de época, una reflexión sobre el tiempo.

Es en la edad juvenil cuando más se lucha por hacerse un lugar en el mundo, y desde muy pronto el joven siente que debe ser alguien distinto a lo que le propone su entorno; para alcanzar su propósito requiere mucha audacia, no importa que se equivoque en su objetivo. La juventud, según Ernst Bloch, “cree tener alas y que todo lo justo y cierto, espera su llegada tempestuosa, va a ser conformado por ella o al menos ser liberado por ella… La época en flor está repleta de amaneceres hacia delante, consiste en más de la mitad en situaciones no conscientes” (El Principio esperanza).

¿Qué sentimientos inquietaban al joven Hans Castorp, el héroe de “La Montaña mágica” de Thomas Mann, cuando al terminar su bachillerato, y no saber qué hacer con su vida, decidieron sus tíos -pues quedó tempranamente huérfano-, enviarlo de su ciudad, Hamburgo, a visitar a su primo Joaquín al sanatorio “Berghof”de Davon Platz, donde éste llevaba varios meses curándose de problemas pulmonares, y adonde se dirigía buena parte de la burguesía internacional enferma de la primera mitad del siglo XX?

La obra de Mann es rica en simbolismos, y en el fondo trata de la civilización occidental. Así, Hans irá como dice Estanislao Zuleta, de la “llanura prosaica” a la “montaña mágica”, es decir, del mundo de “abajo”, de la claridad e interés práctico y las duras obligaciones, al mundo de “arriba”, el del aprendizaje “del incierto significado de las cosas” ( Erich Heller).

Igualmente, objetos aparentemente simples, como el termómetro, el cigarro de Hans, la silla
reclinable, la puerta que abre Claudia y su estrépito al entrar al comedor, son portadores de gran significado. Hans, el “joven sencillo”, el “niño mimado por la vida”, el candidato a ingeniero naval, encontrará allí, sin pensarlo, su vocación humanística. Sus compañeros de “sufrimiento”, lo conforman una equívoca galería de personajes, que representan a las clases altas de Europa y mundial, que están enfermos, no sólo físicamente, sino que al no saber qué hacer con la vida, buscan allí refugio, ocupados obsesivamente en “tomarse la temperatura”, y su gran interés era pasarla bien hasta que son arrojados abruptamente por esa terrible explosión que fue la primer gran guerra europea, que caracterizará a las clases altas de Europa y luego a las del mundo entero.

Al principio Hans buscaba pasarla bien, tomando cerveza, fumando sus cigarros María Mancini y extendiéndose para tomarse la temperatura en su “chaisse longue” (silla reclinable). Pero luego buscará aprender de los dos maestros que lo asedian, Settembrini y Naphta: su deseo lo expresa gráficamente Settembrini, “placet experiri” el placer de experimentar”.

En el desarrollo de la obra van apareciendo, además de su primo, otros personajes como los dos directores del sanatorio, el melancólico Dr Behrens y el oscuro Dr. Krakovski, quien cada semana dicta conferencias sobre “disección psíquica” y los pensionados, Ludovico Settembrini, quien representa el humanismo liberal en declive, un italiano seguidor de los poetas Leopardi y Carducci, quien dice estar escribiendo una “Enciclopedia del sufrimiento” y pertenecer a una organización internacional para el fin del sufrimiento; está también Leo Naphta, quien se dice candidato a jesuíta, pero que representa la ideología fascista y terrorista, para quien la fuerza es el mejor camino para lograr el poder; ambos compulsan sus fuerzas para apoderarse del alma del joven Hans. Poco a poco se irán sucediendo otros extraños personajes, desde Madema Stoher y sus hijos y el equívoco Peeperkhoprn con sus monosílabos y su suicidio, reflejos de la descomposición final del sanatorio.

Resultado de su estadía, que proyectada por tres semanas se extendió a siete años, es su educación que va desde la geología, la botánica y las “humanidades”, hasta la teología, y la música, pero, conducido por su amor a la rusa Claudia Chauchat, pensionista también, hará el aprendizaje del amor y de la muerte. Desde su llegada Hans se enfrasca como dice Mann, en “especulaciones temerarias”, no muy propias del candidato a ingeniero como querían sus tíos, pues allí se entregará a hondas meditaciones. Y aunque era un joven inteligente “sabía que no podía esperar contestación alguna a sus preguntas. Precisamente se interesó porque no encontraba ninguna contestación”.

Allí encontrará una naturaleza majestuosa, pero muda a sus preguntas y unos compañeros de dolencias, a los que les interesaba muy poco preguntarse qué hacer con sus vidas, oportunidad que el sanatorio le brindaba, y se tomaban grandes libertades con su tiempo, ya en el comedor donde se servían los más exquisitos manjares, jugando cartas o en charlas insustanciales, situación que contrastaba con el lastimero estado físico y moral en que se hallaban.

Como anota Mann, “allí se estaba en la mesa como si nunca se hubiesen levantado”, todo el tiempo “es el mismo día el que se repite sin cesar, en la identidad de un presente inmóvil”. “El tiempo pasaba de prisa y despacio”, además, “no hay tiempo para nada”, sin embargo, “estaban todos terriblemente cansados”, “se sienten instalados para toda la eternidad”, la suya es la situación que Heidegger caracterizó como “existencia inauténtica”, y como señala Settembrini, “se siente uno como en una ciénaga, como dentro de un agujero podrido”, donde “habitan muertos irreales y privados de sentido”. Sin embargo, las directivas del sanatorio se las ingeniaban para que no hablar de la muerte y ocultárselas a los pensionistas. Por eso dice Hans: “Algunas veces pienso que estar enfermo y moribundo no es en ninguna manera nada serio, apenas “una manera de holgazanear y derrochar el tiempo”.

Como bien se sabe, Mann utiliza genialmente en sus obras, el método irónico, única forma para expresar la gravedad de los que viven allí, que van entrando en un proceso de descomposición, pues en el fondo sus vidas están vacías, al no hallarle un sentido. Sus sentimientos hacia Claudia también son expresados en forma irónica, pues expresa que todo en su sensualidad es algo “excesivamente evasivo y tenue”.

Un “leitmotiv” central de la obra, presente aún en el arte actual es la yuxtaposición de forma y descomposición; los enfermos caen en un creciente irracionalismo que los lleva a vivir en forma cada vez más extravagante, desarrollando manías como coleccionar fotografías, sellos postales, sesiones espiritistas. Igual es la extraña relación entre la enfermedad y la estupidez, que se observa en algunos enfermos. Aunque Hans va cediendo al espíritu del Bergohf, y cada vez es más difícil volver a Hamburgo, el amor, la pasión por la ciencia y la música, le impiden ceder a la “gran tentación”, la actitud irresponsable en que viven los otros; los siete años allí, son de aprendizaje y de aprovechar lo que la ocasión le permite.

Varios capítulos se leen con gran emoción, tales como “Humaniora”, que trata de la relación entre lo poético y lo científico, sueño romántico al que fue muy afín Mann, al querer reunir lo prosaico y lo lírico, es un canto al cuerpo como dice Zuleta. En “Investigaciones”, trata de lo biológico y lo fisiológico en forma muy humana, en el capítulo titulado “Carnaval”, Hans le declara su amor a Claudia; “Nieve” es un capítulo epifánico, en el que rompiendo toda prohibición, se adentra en la blanca nieve, y se libera del mundo del deber y la culpa; el capítulo “Ondas de armonía” es el aprendizaje de su vocación musical y la aplicación a su vida, para concluir con los últimos capítulos, “El gran embrutecimiento” y “La gran irritación”, en que se enfrascan en disputas por bagatelas, y “se zurraban como muchachos, pero con una desesperación de adultos”; “en sus rostros se veía la estupidez de la cólera”, y se relata la discusión y el duelo a muerte entre Settembrini y Naphta y el suicidio de éste.

La obra culmina con “El trueno”, “que hace saltar la montaña mágica”, y la llanura cobra sus derechos, los hace salir del ensueño y los lanza al espectáculo macabro de la guerra europea del catorce con la cual comenzaron “tantas cosas graves” que como anota Mann, “aún no han dejado de ocurrir”. En suma, La Montaña mágica “relata la vida de Europa al filo de su desintegración”, y el sanatorio es su más amplio reflejo.

La obra concluye cuando Hans se alista para una guerra que no entiende, pero en la que debe participar. Es el país llano que llama de nuevo y ahora no puede eludir su llamado, el de la guerra, que como anota Mann es “el producto de una ciencia que se ha convertido en bárbara”.

Hans es el símbolo de un joven bueno, sacrificado por una civilización que no le ofrece a el, ni hoy a nuestros jóvenes, un mundo en el que puedan obrar, vivir, realizarse. Este es el mensaje de “La Montaña mágica” y su enorme poder revolucionario en el mejor sentido de la palabra.