miércoles, 21 de septiembre de 2011

PALABRAS VIVAS Y “LENGUAS MUERTAS” – XVIII-




PALABRAS LATINAS - HOMO HOMINIS HOMO
-El hombre es hombre para el hombre
-

OSCAR LÓPEZ R. – FILÓSOFO - PSICÓLOGO



Breve ha sido la estancia humana en nuestro planeta: dos millones de años llevamos aquí nos dice la ciencia, y en ese lapso de tiempo, hemos modificado el paisaje azul y verde, en especial en el último tramo -50 años-, transformando radicalmente la naturaleza, desecando océanos, mares y ríos, poblando regiones inhóspitas, talando árboles, aprovechando desde los minerales más simples hasta los más complejos, para realizar no sólo prodigios con ellos, desde minicomponentes hasta mega-estructuras, sino depredando la naturaleza produciendo miles de objetos convertidos en desecho. Así, hemos creado obras magistrales como El Tal Mahal, La Capilla Sixtina, también producimos engendros como Auschwitz y los múltiples Gulags, que son el infierno en la tierra. Tanto es nuestro poder, que podríamos eliminar toda forma viva. Así, éste ser tan aparentemente frágil, ha podido liberar el átomo, viajar por el Espacio, recorrer el mundo, y dominar el indómito paisaje. Pero aún se pregunta por sí mismo, pues no sabe quién es.

“Muchos son los misterios; pero nada más misterioso que el hombre. El cruza la extensión del espumoso Ponto, en alas del noto proceloso y lo surca oculto entre las que braman en su derredor, y a la más venerada de las diosas la Tierra, a la incorruptible, a la infatigable, la va fatigando con el ir y el venir de los arados, año tras año, trabajando, con la raza caballar . ¡Inexhausto en recursos !. Sin recursos no le sorprende azar alguno” (Sófocles-Antígona).

¿Quiénes somos? Son múltiples las respuestas, desde los mitos, la religión, la filosofía y la ciencia; somos multitud de promesas y posibilidades incumplidas. Como seres biológicos, somos una especie limitada, y sólo a partir de la cultura, logramos realizarnos; así, somos multitud de promesas y posibilidades: cada niño al nacer realiza algunas pocas y frustra una ingente variedad de ellas. Somos híbridos que para lograr realizarnos, debemos responder a las imperiosas exigencias materiales, sin descuidar el débil y susurrante murmullo del espíritu.

El ser humano es un ser contradictorio, complejo y ambivalente. Es multiforme, de ahí la diversidad de culturas con lenguajes, costumbres, creencias y hábitos diferentes. Somos seres sociales, y por ello, “toda sociedad para poder sobrevivir, crea imágenes o representaciones globales” a través de las cuales “se da una identidad, percibe sus divisiones, legitima su poder o elabora modelos formadores” (Castoriades). En suma, “la vida toda del hombre, no es otra cosa que el proceso de darse nacimiento a sí mismo” (Fromm), proceso nada fácil, y por lo cual, debemos vencer muchas resistencias, tanto las de nuestro elemento biológico como social y cultural.

Además, no podemos tomarnos sólo en nuestro elemento empírico, sino que existe en nosotros una parte ideal, que nos impele siempre hacia adelante. Por eso, somos aún seres incompletos.

La ciencia de nuestros días nos ha enseñado que no nos conocemos en la simple introspección, sino en nuestro obrar, y nuestras realizaciones dicen más de nosotros que los miles de discursos que lanzamos. Hay una abismal distancia entre lo que decimos ser y lo que somos realmente. En suma, todas las respuestas confluyen en una sola: somos desconocidos para nosotros mismos.

Por eso, ser humano es existir “con” los demás; estamos entrelazados unos a otros más fuertemente de lo que pensamos, estamos atados a éste hermoso universo y a todo el proceso evolutivo que en nosotros ha tomado conciencia. Hemos ido construyendo paso a paso un proceso, primero de hominización, es el homo faber, que forjó herramientas para superar sus limitaciones naturales, sacando provecho de ellas, y poder sobrevivir. Más lento y tortuoso ha sido el proceso de humanización, con avances y retrocesos, regresiones y fracasos.

La pensadora alemana Annah Harendt, resume en tres las actividades fundamentales de nuestra humanización: Labor, Trabajo y Acción. Por la primera, el hombre satisface sus necesidades básicas como comer, beber, vestirse y dormir. El Trabajo, nos permite producir objetos duraderos, las obras de la técnica, que hacen nuestra vida más placentera. La Acción, nos hace específicamente humanos, y crea nuestra pluralidad humana y nuestras relaciones. Desafortunadamente, la gran mayoría de los humanos no han logrado cumplir las tres condiciones, sino que han estado atados a las dos primeras; sólo el recto equilibrio de las tres nos hace humanos.

HOMO HOMINIS HOMO. A primera vista, este apotegma de la tradición clásica, parece tautológica, pues ¿no es acaso una verdad simple que somos humanos no sólo para nosotros mismos, sino para los demás? Sin embargo, los humanos en la vida corriente y cada vez más, nos tratamos unos a otros como cosas, es decir, como medios y no, como lo pide el imperativo categórico y la regla de oro: trata a los demás como fines y no como medios.

Con Aristóteles sabemos que el fin de la ética, que regula lo que debemos ser, es el “buen vivir”, pero implica que contemos con los demás, pues no se vive bien aisladamente, sino que requiere de la vida en comunidad, pues como dice el mismo filósofo, el que vive aislado es “un ángel o una bestia”. A partir de la sociedad burguesa que surgió en Europa desde los siglos XVII y XVIII, y se ha extendido hoy a todo el mundo, se nos ha hecho creer que el hombre se hace a sí mismo en solitario, ocultando lo que nos debemos unos a otros. De ahí que haya sido considerado el filósofo inglés del siglo XVII, Hobbes, el expositor de su ideología: “Homo hominis lupus”, “el hombre es un lobo para el hombre”, creando la jaula competitiva que es el mundo actual y en la cual está atrapada hoy gran parte de la humanidad.

Ella se ha aprovechado de los logros técnicos y sociales, y los ha confiscado en beneficio de su clase o grupo, sometiendo a los demás grupos, clases y naciones. Con ello logró una expansión que ha llevado no sólo a someter la “Naturaleza”, sino a convertir a los humanos en esclavos y los ha reducido a la condición de “cosas”, borrando toda huella de humanidad y espiritualidad. Las diversas colonizaciones han sido la puesta en práctica de ese sofisma, llevando a tres partes de la humanidad a su dominio, llevando al planeta entero al riesgo de su aniquilación en aras de sus fines egoístas y depredadores.

Los humanos del siglo XXI, estamos dominados por una ideología que se impuso en Europa y luego en el planeta entero de que somos seres aislados, se nos ha separado de la naturaleza y de nuestros congéneres, lo que ha llevado a la soledad más pavorosa, con su secuela de violencia y enfermedades de toda especie. Además se ha creado la aberrante idea de creer que cada cual puede bastarse a sí mismo, lo mismo que la paradójica situación del llamado “gregarismo individual” (Annah Harendt).

Esa ideología creó el “hombre masa” de nuestros días, manipulado por poderes anónimos, llámese burocracia, empresa, grupos de poder, sometido dócilmente a todo tipo de vejaciones, es el Totalitarismo en el que el ser humano no sólo es una “cosa”, sino que es un ser “ superfluo”, es decir, que ya no cuenta como humano. De ahí el culto al Fuhrer, al “Gran Hermano”, del que cree depender para vivir, despojándose de su bien más preciado: la libertad de pensar y de actuar. El Totalitarismo como anota Arendt, es la incapacidad para pensar por sí mismo y poseer convicciones propias, que es a lo único que le teme el Totalitarismo, y por eso persigue a quienes tienen convicciones propias. Es decir, sólo “el hombre es hombre para el hombre”. La condición humana, es la libre comunicación de proyectos por parte de individuos en un espacio público donde el poder se divide entre iguales. Pero es la natalidad, lo propio del hombre, la capacidad para empezar algo nuevo, para añadir algo propio al mundo y aquí ningún totalitarismo puede soportar esto.

Los Medios Masivos de Comunicación, dominados por las grandes corporaciones económicas, cumplen un papel en esto, encerrando, en especial a los jóvenes, en esta maraña, en que paradójicamente, aunque se sientan más “interconectados”, están cada vez más incomunicados, o sea que es más fácil contactarse, con los que están más lejos, que con los que están a nuestro lado. Con esto se están generando diversas enfermedades de tipo psicológico y espiritual. Además, s ha creado la sensación de vivir sometidos a un poderoso engranaje que se presenta como omnipotente, cuando en verdad sin nuestro asentimiento, podrían hacer muy poco. No vivimos el fin de la historia, sino más bien, buscamos afanosamente salir ir de la prehistoria, es la llamada Edad del Hierro planetario: nuestras potencialidades no han sido aún expresadas totalmente. Existen en nosotros “conexiones, comunicaciones, resonancias, empatías, telepatías, visiones que se han diversificado bajo el nombre de fenómenos paranormales, de los que no sabemos aún su veracidad” (Morin). No sólo esto, aún hay mucho de oscuro en la comprensión del ser humano, sino que el misterio se crece a medida que avanzamos en su conocimiento. Así, el conocimiento de nuestro cerebro en su organización de millones de neuronas, nos indica que es aún poco lo que sabemos de nuestras cualidades, propiedades y virtualidades.

El diagrama de nuestra vida se forma de “tres “líneas sinuosas perdidas hacia el infinito, constantemente próximas y divergentes: lo que un hombre ha creído ser, lo que ha querido ser, y lo que fue” (M.Yourcenar). Ellas nos defines, y por eso además de todos el ser humano es para sí mismo un “homo absconditus”, no sabe aún lo que le espera, pero se nos ha dado la dura tarea de definir qué queremos ser. En nosotros coexisten libertad y necesidad, bien y mal, y según impere una u otra, así será nuestra vida individual y social, infierno o paraíso. Como anota el filósofo argentino, Francisco Romero, “el hombre es padre de sus obras, pero también hijo de ellas”. Todo es posible: una nueva barbarie, o también un nuevo renacer.

viernes, 2 de septiembre de 2011

PALABRAS VIVAS Y “LENGUAS MUERTAS” - XVII

PALABRAS LATINAS -
LUZ Y TINIEBLAS: Lux ac tenebrae



OSCAR LÓPEZ R. FILÓSOFO-PSICÓLOGO


Los dos fenómenos más contrastantes que hallamos en nuestro mundo, son sin duda los de la luz y la oscuridad, y desde tiempos inmemoriales, los humanos se han sentido fascinados ante el fenómeno de la luz; por eso, en las largas noches con su séquito de fantasmas, se esperaba con ansia como un milagro, la llegada del sol, de ahí su culto aún hoy día entre muchos pueblos. El habla diaria también se expresa, para señalar a dos personas muy diferentes se dice que “chocan como la noche y el día”.


Las diversas culturas han elaborado tanto imágenes de la luz como de la oscuridad, así, la negrura ha sido casi siempre de carácter negativo, y se han elaborado fórmulas para exorcizar el poder tenebroso de la oscuridad. En las diversas religiones, la imagen de la luz ha sido considerada como un símbolo de lo divino, los santos y la Virgen y se convirtió en el eje del arte Gótico de las catedrales. Caravaggio y Rembrandt, han expresado en sus pinturas ese juego entre la luz y las sombras, siendo el claroscuro equilibrante entre ambos.




La luz ha sido tratada en forma mítica, teológica, metafísica, científica y poética, por eso, no se puede hablar de la luz solo en forma conceptual, sino también metafórica. Y se habla de la iluminación divina, que poseen los místicos. En la poesía será una constante y en la Aida de Verdi cantan Radamés y Aida: “Nuestras almas errantes vuelan hacia la luz del día eterno”.



En el estudio de los símbolos, es decir, los principios constitutivos de la imaginación, el primer principio a señalar es que no hay luz sin tinieblas, pero la noche tiene una existencia autónoma; según Durand, en la imaginación existen dos regímenes: uno diurno y otro nocturno; aquel se caracteriza por una polaridad constitutiva y por eso es el régimen de la antítesis, de ahí el dualismo en las metáforas de la noche y el día entre los trovadores medievales, el cual es según Rougemont, un dualismo de inspiración cátara que ha estructurado la literatura de Occidente bajo el influjo platónico.



Para los griegos la luz era Phos, que los latinos tradujeron por lux y lumen. Como anota Ferrater Mora, lux significa una fuente luminosa, y lumen los rayos emanados de esa luz. En el Budismo la “iluminación” es la esencia de la religión, un Buda es alguien que ha llegado a la imaginación. Para los egipcios, había dioses del sol, en el zoroastrismo hay una lucha entre la luz y la oscuridad. La luz figuró en el gnosticismo, en el neoplatonismo, y en la filosofía del mundo grecorromano.



En La Biblia el principio de la Creación fue a partir de la luz: “Hágase la luz”, fueron las palabras de Dios para crear el mundo. En los judíos, la celebración de la Pascua hace referencia concreta al período anual en el que el curso del sol se hace más largo después del equinoccio de primavera y se estableció la fiesta de la Pascua el Domingo siguiente al 14 de Nisan. En el Nuevo Testamento la Resurrección de Cristo es la nueva Pascua definitva, refiriéndola a la evolución anual del sol. Cristo se presenta como la Luz del mundo; San Juan señala como cualidad de Dios la luz: “Dios es luz y en El no hay oscuridad alguna”. Melitón de Sardes llama a Cristo El sol de Oriente que pasó al Hades y se elevó hasta lo más alto de los cielos como el único auténtico sol. La Pascua cristiana no depende de ningún mito solar, sino que el sol es símbolo e imagen para expresar que todo lo que la antigua piedad había vislumbrado únicamente, se había hecho suprema realidad con Cristo.

También en la literatura hallamos esta relación. El paseo del Fausto de Goethe a celebrarse en la Pascua, celebra la reanimación de la naturaleza, mientras que la fiesta cristiana es eco de la Resurrección de Jesús.


Los filósofos también han reflexionado sobre la luz, y sobre la visión. Por eso, Platón le hace decir a Sócrates, “¿no te has percatado de cuánta magnificencia hizo gala el artífice de nuestros sentidos al crear la facultad de ver y de ser visto?” (República 507 a.c.). Para él la vista es el órgano de nuestros sentidos que más se parece al sol. Pero él va más allá para señalar cómo el Bien desempeña en el mundo inteligible, lo que el sol en el sensible, una analogía preferida por Platón. El alma cuando está iluminada por la verdad, sólo el bueno conoce la verdad. Platón en el Político 548, señala el influjo del sol en la realidad sensible. San Agustín señala cómo la luz fue creada antes de la distinción de las cosas y de la creación de los cuerpos celestes y que Dios sólo habla por primera vez al crear la luz.



La nueva Hermenéutica con Gadamer indica también cómo “la multiplicidad de lo pensado surge sólo desde la unidad de la palabra. Es lo que él llama una “metafísica de la luz”. Para él, “la belleza tiene el modo de ser de la luz” y sin la luz nada puede ser bello. Así pues, la metáfora de la luz es una de las más utilizadas, pues sin ella no puede aparecer belleza alguna, la luz no es sólo la claridad de lo iluminado, sino que en cuanto hace visible otras cosas, es visible ella misma, es decir, es reflectiva de sí misma y la misma oscuridad lo es en relación a la luz. En la filosofía se habla de la reflexión, como aquella función que permite aparecer la luz de la verdad. La luz reúne el ver y lo visible y sin ella no existe ni lo uno ni lo otro, la luz es la que articula las cosas visibles como formas que son al mismo tiempo “bellas” y “buenas”. La luz articula no sólo lo visual físico, sino lo inteligible, el espíritu que los griegos llaman el Nus. Pero el cristianismo ha ido mas allá al señalar cómo “la luz que hace que las cosas aparezcan de manera que sean en sí mismas luminosas y comprensibles, es la luz de la palabra”. Así pues, la luz aparece como metáfora de la verdad (GADAMER, H.G., Verdad y Método)


Pero si ha habido una metafísica diurna, también ha habido una nocturnal; de modo que si ha habido una preeminencia de lo diáfano, transparente, a partir del romanticismo, se abrió camino una filosofía de lo oscuro, nocturnal, sea con Poe, Baudelaire y todos los “poetas malditos”. Entre nosotros ha sido León de Greiff, quien más ha reivindicado esa fuerza de lo nocturno:


Yo de la noche vengo a y a la noche me doy


La noche dulce Ofelia despetalando flores,...”.



En otro poema nos dice:


¿“Cuando vendrá la noche que nunca termina”?


Y aunque en la literatura se ha identificado lo negro como negativo, y el celoso Otelo es negro, Atahualpa Yupanki le canta al niño negro en su canción de cuna:


Duerme negrito, que te lleva el diablo blanco, negrito”.


Despectivamente en el siglo XVIII se habló de una “edad de las tinieblas”, luego del colapso del Imperio Romano, y el Medioevo, queriendo indicar que era una época en que se vivió entre guerras, migraciones y cataclismos, pero como hoy sabemos, esta afirmación era más fruto de una edad que se consideraba a sí misma ilustrada, la época del Iluminismo, o el “Siglo de las Luces”.


También los románticos alemanes -Schlegel y Schelling usaron el concepto de luz al tratar las relaciones entre el Espíritu y la Naturaleza. Para Schelling la luz era una especie de “medio” como un éter en el cual se movía el “alma universal”.


Los científicos ven en la luz una forma de energía. Clark Maxwell formuló la teoría electromagnética de la luz, según la cual, la luz era una forma de radiación -electro-magnética en forma de ondas. Einstein a su vez, al buscar explicar el “efecto foto-eléctrico” que despiden ciertos metales como el berilio y el selenio al incidir en ellos un rayo de luz, propuso la teoría corpuscular de la luz. Y se llamó entonces “Quantos” de luz, o “fotones”, que poseen energía y un carácter ondulatorio. Hoy se acepta que existe una complementariedad corpuscular-ondulatoria propia de la naturaleza de la luz.


Tal como lo relatan los mitos, el drama fundamental es el del día y la noche, por eso todos los héroes son solares y los dioses son dioses de la luz. Como anota Bachelard, “concluyen como la noche: con el éxito del día, del héroe bueno que devuelve la vida a los hombres perdidos en las tinieblas”. Para San Pablo, el cristiano no es hijo de las tinieblas, sino de la luz, con lo cual reafirma la expresión de Jesús: “las tinieblas no pueden vencer la luz”.


¿Es nuestro tiempo de luz o de tinieblas? Esto depende de la óptica con que lo miremos; si consideramos los siglos del XIX al XXI, a partir de sus logros materiales, es una época fabulosa, pero ¿en qué tiempos han ocurrido las matanzas y crímenes colectivos como en el nuestro? Sin embargo, cada vez se siente más la necesidad de una nueva época en la que un renacer del espíritu supere la oscura y larga Edad del Hierro planetario, en que los derechos de los pobres y humildes son pisoteados, y que Goya reflejó en su pintura Tres de Mayo, pero este cambio implica una renovación que sólo puede venir desde lo más hondo del ser humano y de su espíritu.