viernes, 2 de septiembre de 2011

PALABRAS VIVAS Y “LENGUAS MUERTAS” - XVII

PALABRAS LATINAS -
LUZ Y TINIEBLAS: Lux ac tenebrae



OSCAR LÓPEZ R. FILÓSOFO-PSICÓLOGO


Los dos fenómenos más contrastantes que hallamos en nuestro mundo, son sin duda los de la luz y la oscuridad, y desde tiempos inmemoriales, los humanos se han sentido fascinados ante el fenómeno de la luz; por eso, en las largas noches con su séquito de fantasmas, se esperaba con ansia como un milagro, la llegada del sol, de ahí su culto aún hoy día entre muchos pueblos. El habla diaria también se expresa, para señalar a dos personas muy diferentes se dice que “chocan como la noche y el día”.


Las diversas culturas han elaborado tanto imágenes de la luz como de la oscuridad, así, la negrura ha sido casi siempre de carácter negativo, y se han elaborado fórmulas para exorcizar el poder tenebroso de la oscuridad. En las diversas religiones, la imagen de la luz ha sido considerada como un símbolo de lo divino, los santos y la Virgen y se convirtió en el eje del arte Gótico de las catedrales. Caravaggio y Rembrandt, han expresado en sus pinturas ese juego entre la luz y las sombras, siendo el claroscuro equilibrante entre ambos.




La luz ha sido tratada en forma mítica, teológica, metafísica, científica y poética, por eso, no se puede hablar de la luz solo en forma conceptual, sino también metafórica. Y se habla de la iluminación divina, que poseen los místicos. En la poesía será una constante y en la Aida de Verdi cantan Radamés y Aida: “Nuestras almas errantes vuelan hacia la luz del día eterno”.



En el estudio de los símbolos, es decir, los principios constitutivos de la imaginación, el primer principio a señalar es que no hay luz sin tinieblas, pero la noche tiene una existencia autónoma; según Durand, en la imaginación existen dos regímenes: uno diurno y otro nocturno; aquel se caracteriza por una polaridad constitutiva y por eso es el régimen de la antítesis, de ahí el dualismo en las metáforas de la noche y el día entre los trovadores medievales, el cual es según Rougemont, un dualismo de inspiración cátara que ha estructurado la literatura de Occidente bajo el influjo platónico.



Para los griegos la luz era Phos, que los latinos tradujeron por lux y lumen. Como anota Ferrater Mora, lux significa una fuente luminosa, y lumen los rayos emanados de esa luz. En el Budismo la “iluminación” es la esencia de la religión, un Buda es alguien que ha llegado a la imaginación. Para los egipcios, había dioses del sol, en el zoroastrismo hay una lucha entre la luz y la oscuridad. La luz figuró en el gnosticismo, en el neoplatonismo, y en la filosofía del mundo grecorromano.



En La Biblia el principio de la Creación fue a partir de la luz: “Hágase la luz”, fueron las palabras de Dios para crear el mundo. En los judíos, la celebración de la Pascua hace referencia concreta al período anual en el que el curso del sol se hace más largo después del equinoccio de primavera y se estableció la fiesta de la Pascua el Domingo siguiente al 14 de Nisan. En el Nuevo Testamento la Resurrección de Cristo es la nueva Pascua definitva, refiriéndola a la evolución anual del sol. Cristo se presenta como la Luz del mundo; San Juan señala como cualidad de Dios la luz: “Dios es luz y en El no hay oscuridad alguna”. Melitón de Sardes llama a Cristo El sol de Oriente que pasó al Hades y se elevó hasta lo más alto de los cielos como el único auténtico sol. La Pascua cristiana no depende de ningún mito solar, sino que el sol es símbolo e imagen para expresar que todo lo que la antigua piedad había vislumbrado únicamente, se había hecho suprema realidad con Cristo.

También en la literatura hallamos esta relación. El paseo del Fausto de Goethe a celebrarse en la Pascua, celebra la reanimación de la naturaleza, mientras que la fiesta cristiana es eco de la Resurrección de Jesús.


Los filósofos también han reflexionado sobre la luz, y sobre la visión. Por eso, Platón le hace decir a Sócrates, “¿no te has percatado de cuánta magnificencia hizo gala el artífice de nuestros sentidos al crear la facultad de ver y de ser visto?” (República 507 a.c.). Para él la vista es el órgano de nuestros sentidos que más se parece al sol. Pero él va más allá para señalar cómo el Bien desempeña en el mundo inteligible, lo que el sol en el sensible, una analogía preferida por Platón. El alma cuando está iluminada por la verdad, sólo el bueno conoce la verdad. Platón en el Político 548, señala el influjo del sol en la realidad sensible. San Agustín señala cómo la luz fue creada antes de la distinción de las cosas y de la creación de los cuerpos celestes y que Dios sólo habla por primera vez al crear la luz.



La nueva Hermenéutica con Gadamer indica también cómo “la multiplicidad de lo pensado surge sólo desde la unidad de la palabra. Es lo que él llama una “metafísica de la luz”. Para él, “la belleza tiene el modo de ser de la luz” y sin la luz nada puede ser bello. Así pues, la metáfora de la luz es una de las más utilizadas, pues sin ella no puede aparecer belleza alguna, la luz no es sólo la claridad de lo iluminado, sino que en cuanto hace visible otras cosas, es visible ella misma, es decir, es reflectiva de sí misma y la misma oscuridad lo es en relación a la luz. En la filosofía se habla de la reflexión, como aquella función que permite aparecer la luz de la verdad. La luz reúne el ver y lo visible y sin ella no existe ni lo uno ni lo otro, la luz es la que articula las cosas visibles como formas que son al mismo tiempo “bellas” y “buenas”. La luz articula no sólo lo visual físico, sino lo inteligible, el espíritu que los griegos llaman el Nus. Pero el cristianismo ha ido mas allá al señalar cómo “la luz que hace que las cosas aparezcan de manera que sean en sí mismas luminosas y comprensibles, es la luz de la palabra”. Así pues, la luz aparece como metáfora de la verdad (GADAMER, H.G., Verdad y Método)


Pero si ha habido una metafísica diurna, también ha habido una nocturnal; de modo que si ha habido una preeminencia de lo diáfano, transparente, a partir del romanticismo, se abrió camino una filosofía de lo oscuro, nocturnal, sea con Poe, Baudelaire y todos los “poetas malditos”. Entre nosotros ha sido León de Greiff, quien más ha reivindicado esa fuerza de lo nocturno:


Yo de la noche vengo a y a la noche me doy


La noche dulce Ofelia despetalando flores,...”.



En otro poema nos dice:


¿“Cuando vendrá la noche que nunca termina”?


Y aunque en la literatura se ha identificado lo negro como negativo, y el celoso Otelo es negro, Atahualpa Yupanki le canta al niño negro en su canción de cuna:


Duerme negrito, que te lleva el diablo blanco, negrito”.


Despectivamente en el siglo XVIII se habló de una “edad de las tinieblas”, luego del colapso del Imperio Romano, y el Medioevo, queriendo indicar que era una época en que se vivió entre guerras, migraciones y cataclismos, pero como hoy sabemos, esta afirmación era más fruto de una edad que se consideraba a sí misma ilustrada, la época del Iluminismo, o el “Siglo de las Luces”.


También los románticos alemanes -Schlegel y Schelling usaron el concepto de luz al tratar las relaciones entre el Espíritu y la Naturaleza. Para Schelling la luz era una especie de “medio” como un éter en el cual se movía el “alma universal”.


Los científicos ven en la luz una forma de energía. Clark Maxwell formuló la teoría electromagnética de la luz, según la cual, la luz era una forma de radiación -electro-magnética en forma de ondas. Einstein a su vez, al buscar explicar el “efecto foto-eléctrico” que despiden ciertos metales como el berilio y el selenio al incidir en ellos un rayo de luz, propuso la teoría corpuscular de la luz. Y se llamó entonces “Quantos” de luz, o “fotones”, que poseen energía y un carácter ondulatorio. Hoy se acepta que existe una complementariedad corpuscular-ondulatoria propia de la naturaleza de la luz.


Tal como lo relatan los mitos, el drama fundamental es el del día y la noche, por eso todos los héroes son solares y los dioses son dioses de la luz. Como anota Bachelard, “concluyen como la noche: con el éxito del día, del héroe bueno que devuelve la vida a los hombres perdidos en las tinieblas”. Para San Pablo, el cristiano no es hijo de las tinieblas, sino de la luz, con lo cual reafirma la expresión de Jesús: “las tinieblas no pueden vencer la luz”.


¿Es nuestro tiempo de luz o de tinieblas? Esto depende de la óptica con que lo miremos; si consideramos los siglos del XIX al XXI, a partir de sus logros materiales, es una época fabulosa, pero ¿en qué tiempos han ocurrido las matanzas y crímenes colectivos como en el nuestro? Sin embargo, cada vez se siente más la necesidad de una nueva época en la que un renacer del espíritu supere la oscura y larga Edad del Hierro planetario, en que los derechos de los pobres y humildes son pisoteados, y que Goya reflejó en su pintura Tres de Mayo, pero este cambio implica una renovación que sólo puede venir desde lo más hondo del ser humano y de su espíritu.



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