2- El hombre y su idea de la Naturaleza
3- La Naturaleza y la sociedad tecno-industrial
4- La reinvención de la Naturaleza y el retorno de Gaia
1- LA TRAMA DE LA VIDA
En los miles de millones de años del desarrollo del universo y de la tierra, un paso decisivo fue la aparición de los primeros vivientes: primero, los organismos más simples, las frágiles plantas y los gigantescos árboles; luego vino la diversidad de especies animales hasta llegar a los seres humanos. Todo ese proceso es parte de una misma cadena, y sin aquéllos, éstos no se hubieran desarrollado. Es la maravillosa unidad de lo que hoy llamamos biosfera, ese complejo entramado que convierte al nuestro en el planeta azul, que ha logrado sostenerse contra todas las fuerzas que han operado en su contra. Sin embargo, ningún obstáculo ha sido más grande como el que enfrenta hoy, frente a esa aparentemente frágil creatura que es el hombre, ese recién nacido de la evolución, el cual, gracias a su plasticidad mental, y con la ayuda de la técnica y la ciencia, en unos pocos millones de años, ha puesto su impronta, erigiéndose sobre las demás creaturas, llegando a dominar el planeta.
Como relata Carl Sagan en su libro “Cosmos”, “la historia humana se cuenta en días y siglos. Su unidad más amplia es un millar de años, lo que no es mucho más que un parpadeo para los geólogos y paleontólogos, cuya medida habitual es en miles de millones de años”. Nos dice Sagan que si imaginamos la edad de la tierra como un simple día cosmológico, los dinosaurios aparecieron muy tarde, al anochecer, a las 22:42 horas; el ser humano, un minuto y medio antes de media noche, y la civilización, apenas menos de un segundo después.
La historia de la humanidad, o mejor, del devenir “hominizante” se eleva al menos a un millón de años, y se conecta históricamente con la vida que precede a la aparición del hombre. La materia cósmica camina en dirección a la vida, la vida avanza en dirección a la conciencia, la conciencia se transforma en el espíritu del hombre, y el espíritu provee al ser el sustrato para que se una al absoluto. En nuestro interior llevamos el potente impulso evolutivo del universo, y ese impulso se nos hace sentir como ensoñación, ansia, desasosiego, esperanza e inquietud.
No somos pues, más que una especie entre las millones que pueblan la tierra, resultado de millones de años de flujo vital, sin embargo nos sentimos especiales, en medio de esa exuberante diversidad biológica, porque tenemos una inigualada capacidad para el lenguaje hablado y la conciencia introspectiva, y podemos dar forma a nuestro mundo como ninguna otra especie; creemos que esto nos sitúa en la cima.
Nuestro cerebro es como dicen los biólogos, una emergencia propia del sistema cerebral hipercomplejo de un primate organizado. La conciencia es el producto global de interacciones y de interferencias cerebrales, inseparables de las interferencias e interacciones de una cultura sobre un individuo. Es la cualidad global más extraordinaria del cerebro, la autoreflexión por la que existe el “mí”, el “yo”. Es una cualidad dotada de potencialidades organizadoras capaces de retroactuar sobre el ser mismo, de modificarlo, de desarrollarlo.
Como enseña la ciencia, en menos de un nanosegundo, el universo material irrumpió en la existencia. Pero la materia física no resultó ser un desorden aleatorio y caótico, se organizó de formas cada vez más intrincadas y complejas, y durante millones de años encontraron la forma de reproducirse, y así de la materia emergió la vida. Estas formas de vida no se contentaron aparentemente con reproducirse, sino que comenzaron una larga evolución que les permitió al final representarse, crear signos, símbolos y conceptos. Y así, luego de miles de millones de años, de la vida surgió la mente.
Los dos elementos que parecen enfrentarse son, Naturaleza y Hombre; aquella con su inmenso poder, éste con su inteligencia, y si bien durante milenios vivieron en relativo equilibrio: la naturaleza imponía sus criterios y el hombre se sometía a ellos, los respetaba; luego de las conquistas científico-técnicas, el ser humano logró desplazar a los demás seres vivientes en el dominio del planeta, erigiéndose como único ser que tiene derechos; la naturaleza a su vez, en especial en nuestros días, nos está enseñando que tiene suficiente poder para reaccionar frente a las agresiones que le hagan . Sin embargo, Hombre y Naturaleza son parte de la misma trama, aquél como parte consciente, ésta como fuente nutricia, y de la cual no podemos separarnos sin consecuencias graves como las que estamos viviendo hoy.
Pero los humanos no sólo hemos dominado el planeta, sino que los más poderosos han ejercido violencia física y mental sobre la mayoría de sus congéneres; quienes han debido reaccionar, unas veces a la fuerza -con gran cantidad de víctimas- otras por medio de leyes y normas con las cuales se ha buscado defender el derecho de los débiles. De ahí surgió lo que llamó Rousseau “El Contrato social”, una especie de acuerdo, ante el cual los poderosos han cedido a medias y sólo en épocas luminosas ha podido imperar el Derecho frente a la fuerza. Al considerar la naturaleza casi siempre como lo estable, y aún lo que existe conforme a la razón, el Derecho natural es el resultante de la naturaleza humana, supuesta universal e idéntica a través de la historia, en oposición al Derecho positivo que es un Derecho divino, que coincide a veces, con el natural.
En su sentido más simple, lo que es de derecho se opone a lo que existe de hecho, es decir, lo que funciona de acuerdo a normas, se opone a lo que está estatuido, que muchas veces es fruto de la tradición o de la arbitrariedad. Por eso, lo que es de derecho se entiende en muy diversos sentidos, pero casi siempre alude a lo que moralmente debe ser una cosa, y así se opone en ocasiones a lo que transcurre conforme a la naturaleza.
Fueron los romanos y los griegos, los primeros que hablaron del hombre como “sujeto de derechos” y poseedor de un “logos” que compartía con la divinidad, aunque esto ha valido para los occidentales de los países desarrollados, pero no para los demás, esclavos y extranjeros, convertidos en “bárbaros”. El cristianismo al considerar a los humanos como Hijos de Dios, postula la idea de “Persona” con derechos inalienables. Con la Revolución Francesa en el mundo moderno se empezó a hablar de “Derechos del Hombre”, cuya traducción del francés al castellano se debe a Antonio Nariño, por lo cual fue llamado el “Precursor de la Independencia”.
En 1948 las Naciones Unidas proclamaron la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, que han servido como norma sobre las relaciones humanas, y señala el valor de la vida humana, pero también de toda forma de vida, el respeto y la protección de la persona humana, desde el niños hasta el anciano, el hombre y la mujer, la libertad civil, tanto individual como colectiva. Pero no sólo los derechos individuales, sino también los sociales a partir de la igualdad, el derecho a la propiedad, al trabajo, a la huelga; critica toda forma de esclavitud como contraria a la naturaleza humana, el derecho en la guerra, el derecho entre las naciones y los pueblos.
En nuestro país, a partir de la Constitución de 1991, se reglamentaron una serie de derechos que habían sido descuidados en la Constitución de 1986, pero la carencia de reglamentación ha llevado a muchos equívocos y reglamentaciones.
Una constante que ha imperado desde los inicios de la modernidad ha sido la asimetría entre derechos y deberes, pues, por un lado, los grupos más fuertes se han considerado siempre “sujetos de derecho”, negándole a las diversas minorías políticas, de género, raciales, sus derechos. A su vez, es más común plantear los derechos que los deberes, y así se han impuesto aquéllos sobre éstos, trayendo una serie de consecuencias que hoy estamos visualizando a todos los niveles.
La división de los derechos humanos en tres generaciones fue concebida por primera vez por Karel Vasak en 1979. Cada una se asocia a uno de los grandes valores proclamados en la Revolución francesa: libertad, igualdad, fraternidad.
Los derechos de primera generación son los derechos civiles y políticos, vinculados con el principio de libertad: derechos de defensa o negativos, que exigen de los poderes públicos su inhibición y no injerencia en la esfera privada.
Por su parte, los derechos de segunda generación son los derechos económicos, sociales y culturales, que están vinculados con el principio de igualdad. Exigen para su realización efectiva de la intervención de los poderes públicos, a través de prestaciones y servicios públicos. Existe cierta contradicción entre los derechos contra el Estado (primera generación) y los derechos sobre el Estado (segunda generación). Los defensores de los derechos civiles y políticos califican frecuentemente a los derechos económicos, sociales y culturales como falsos derechos, ya que el Estado no puede satisfacerlos más que imponiendo a otros su realización, lo que para éstos supondría una violación de derechos de primera generación.
En la tercera generación de derechos, surgida en la doctrina en los años 1980, se vincula con la solidaridad. Los unifica su incidencia en la vida de todos, a escala universal, por lo que precisan para su realización una serie de esfuerzos y cooperaciones en un nivel planetario. Normalmente se incluyen en ella derechos heterogéneos como el derecho a la paz, a la calidad de vida o las garantías frente a la manipulación genética, aunque diferentes juristas asocian estos derechos a otras generaciones: por ejemplo, mientras que para Vallespín Pérez la protección contra la manipulación genética sería un derecho de cuarta generación, para Roberto González Álvarez es una manifestación, ante nuevas amenazas, de derechos de primera generación como el derecho a la vida, la libertad y la integridad física. En los últimos años, las minorías de todo el planeta han exigido el respeto a sus derechos, sea de los pueblos sometidos, o de las minorías sexuales, étnicas y culturales.
Nuestra época vive el mito de la libertad individual, con el cual nos hemos querido desligar de todas las dependencias, pero paradójicamente la libertad no implica la desaparición de las dependencias, sino que más bien las aumenta. Como anota E. Morin, toda libertad es sierva, es decir, se define por las condiciones de las que depende, somos poseídos –alienados- por lo que funda nuestra autonomía.
Al tomar en nuestras manos el destino del planeta, nos enfrentamos también a nuestros demonios interiores. Por eso no es razonable el optimismo con que los humanos del siglo XIX, y parte del XX, soñaban con un mundo que gracias al progreso científico, traería paz y felicidad. Las guerras europeas del 14 y del 39, con sus millones de muertos, el Holocausto, los Gulags (campos de concentración rusos), y sus desenlaces a nivel planetario, nos señalan lo contrario; una especie de fatalismo y resignación se extiende por el planeta entero. El mito progresista ha fracasado, y con ello, se han opacado las utopías, quedando aparentemente una sola, la del “mercado, y para el cual el mundo es un inmenso supermercado, en el que si tenemos con qué pagar, podemos alcanzar lo que queramos.
Si queremos tener una visión integral de la vida debemos incluir lo viviente en lo humano, y lo humano en lo viviente, y así se enraiza en la organización física y se despliega sobre todo lo que es antroposocial. Como indica Edgar Morin, “es necesario pensar la vida, pensando nuestras vidas.
Un carácter peculiar de la vida es su dimensión organizacional, además de ser la vida de una especie y la de un individuo, es decir, que está constituida en reinos, ramas, órdenes, clases y especies; por ello es también ecoorganizadora.
2- EL HOMBRE Y SU IDEA DE LA NATURALEZA
La idea de que somos parte de la Naturaleza tiene una larga historia. Las primeras ideas sobre la Naturaleza se basaban en el animismo, cuando se creía que todo lo existente era portador de un alma; esta fue la transposición de cualidades humanas a los demás seres. De ahí surgió la idea del culto, sobre todo a las fuerzas que el hombre no podía dominar o conocer: el sol, la luna, las estrellas, el agua, y se rendía ante ellas. En la medida en que se logró un conocimiento de ellas, en especial con los griegos, con la filosofía y la ciencia, las convirtió en objeto de conocimiento y dominio; a diferencia de los pueblos orientales, la desmitificaron y la interpretaron como principio de vida y de movimiento de todas las cosas existentes, y la denominaron Physis, término con que los griegos llamaban a la Naturaleza, que lo anima todo y está presente en todo.
Tal como anota Heidegger, “la Naturaleza consiste en la obra humana y el destino de los pueblos, en las constelaciones y los dioses, pero también en las plantas y animales, en los ríos, los hombres y tormentas. Nunca se deja tocar en ninguna parte dentro de lo real como algo real individualizado”.
Durante los dos milenios de la civilización greco-cristiana, el hombre se creyó rey de la creación, y buscó modelarlo de acuerdo a sus deseos e intereses. En el cristianismo el concepto de Naturaleza adquiere un carácter teológico, y es lo que es creado, y sólo por derivación adquiere un carácter cosmológico. A partir de la teoría de la evolución resurgió la idea de que somos parte, y no la más privilegiada del mundo natural. Charles Darwin le devolvió al hombre su puesto en la Naturaleza, relacionándolo por su origen, con todos los seres vivientes, sujeto a los mismos procesos biológicos.
Según Aristóteles, “la naturaleza es el principio y causa del movimiento, y la calma de la cosa a la cual es inherente al principio y por sí, no accidentalmente” (Física II, 1, 192b). Con la idea de accidente, quiere Aristóteles distinguir lo que es propio de la Naturaleza y lo que es obra del hombre. La naturaleza puede ser también la materia que tiene en sí misma un principio de movimiento y de cambio, el cual es la forma o la sustancia de la cosa como de cían los presocráticos, y así la sustancia se desarrolla y resulta lo que es. Una cosa posee su naturaleza, al lograr su forma, cuando es perfecta en su sustancia. A partir de esto, Aristóteles nos propone una definición más completa de la naturaleza: “la sustancia de las cosas que tienen el principio del movimiento en sí mismas”, y según él, a esta definición pueden ser reducidos todos los significados del término; entonces, la naturaleza es no sólo causa, sino causa final, con lo cual inauguró las teorías del finalismo.
Esta definición, según Abbagnano, dominó por mucho tiempo en el pensamiento occidental, y a pesar de sus críticas o de las críticas que se le han hecho, nunca ha sido abandonada del todo. Así se ha dicho que la Naturaleza es el poder creador de Dios: es Naturaleza creadora; Spinoza habló por ello de Natura sive Deus (Naturaleza o Dios); pero por ser inherente a las cosas que producen, es Naturaleza creada.
La Physis fue para los presocráticos, la realidad misma, y significa poder o vida que otorga poder. Entre la multitud de sus significados, resaltan dos: el primero, es algo que en sí mismo tiene movimiento, lo que es en el curso de una “creación” o “desarrollo”, y equivale al Arké, principio. El segundo también significa el proceso mismo del “emerger”, del “nacer”, es una fuente, un hontanar, algo así como la “fuente del ser” (FERRATER MORA. Diccionario de Filosofía).
Indica luego, cómo a partir de una experiencia poético-pensante fundamental, se reveló a ellos, y sólo a partir de esta revelación pudieron vislumbrar lo que es la Naturaleza en sentido estricto, y en su poder radican tanto el devenir como el ser, y es el origen del cual surge lo oculto. Para Heidegger, la Physis se relaciona con la “presencia”, o sea lo que “aparece”, y que está “oculto” hasta en su mismo aparecer. Por eso dice Heráclito, que la “Naturaleza ama esconderse”.
Como señala Morin, “La idea fundamental de la Physis es la de organización activa; el carácter organizacional es fundamentalmente común a todos los sistemas”.
Para los estoicos, la Naturaleza es considerada como orden y necesidad, y se relaciona con la noción de ley natural que tuvo tanta importancia hasta el siglo XIX en la moral y el derecho. La ciencia moderna, en las obras de Leonardo, Copérnico, Kepler y Galileo, plantean un orden necesario de carácter matemático, que la ciencia debe buscar y describir. Para Leonardo, “la necesidad es tema e inventora de la necesidad, freno y regla eterna”. Galileo considera que la Naturaleza, es el orden del universo, un orden que es único y que nunca ha sido ni será diferente. Aquí en estas teorías se niega ya el finalismo aristotélico.
Para el neoplatónico Plotino, la Naturaleza es manifestación del espíritu, o un espíritu inferior, degradado; tal concepción la comparten las metafísicas espiritualistas desde Boheme, Novalis, hasta Hegel quien decía: “la Naturaleza es la idea en la forma del ser otro”, esto es, de la “exterioridad”. Por eso no muestra libertad alguna en su existencia, sino sólo necesidad y accidentalidad”.
El Renacimiento exaltó también a la naturaleza, así, para Nicolás de Cusa: “la Naturaleza es la complicación que se genera a través del movimiento”. Para Giordano Bruno: “la Naturaleza es Dios mismo o es la virtud divina que se manifiesta en las cosas”. A partir del siglo XVIII se comenzó a oponer la Naturaleza al hombre, y Rousseau propugnó por el “retorno a la naturaleza”.
A partir del siglo XX, con la ciencia contemporánea, la Naturaleza se define en términos de campo; ella es el campo objetivo al cual hacen referencia tantos los diferentes modos de percepción común como los de la observación científica. Con esto se elimina toda visión metafísica, y se la convierte en un concepto funcional.
Según Morin, la Naturaleza no es más que “esta extraordinaria solidaridad de sistemas encabalgados los unos sobre, por, con, contra, los otros; la Naturaleza son los sistemas de sistemas en pólipos, en matorrales, en archipiélagos. La Naturaleza es un todo polisistémico. Desde el momento en que las interrelaciones entre elementos, eventos, o individuos, tienen un carácter regular o estable, se convierten en organizaciones” (MORIN,Edgar, “Naturaleza de la naturaleza”). NIGHT IN THE TROPICS - RANDY GRODEN
Continuará…
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