ÓSCAR LÓPEZ R. - FILÓSOFO- PSICÓLOGO
De las tantas cosas que la tecnología ha cambiado, una de las más significativas, ha sido la transformación que ha sufrido el libro impreso y todo lo que tras de esto se desprende, en especial el acto y la función de leer y escribir. Según algunos, el libro impreso está en sus últimas, y su remplazo serían los textos electrónicos, semejantes a los aparatos que hoy nos invaden. Igual está ocurriendo con la lectura: la producción masiva de libros, y las instituciones educativas, han convertido la lectura en una obligación tediosa, y lo que podía ser una riqueza, es una carga; muchos posan de buenos lectores, pero leen para ser tenidos por cultos.
Hoy se lee más, pero ya no es el acto transformador del que nos hablan Borges, Flaubert y otros tantos quienes han visto en la lectura y la escritura una experiencia enriquecedora y gozosa. Hoy, ya propiamente no vivimos, sino que somos vividos; y por eso, el contacto personal, directo, con la realidad, con la naturaleza o con quienes nos rodean es cada vez más escaso, y paradójicamente el sueño del hombre moderno, la libertad, le ha sido arrebatado en gran parte con su consentimiento.
Nuestra relación con el libro, que sirvió de signo de cultura en las sociedades desde milenios, sea en forma de papiro, caña, o el material impreso, igual que con la lectura, parecen haber perdido su función. Para muchos, en especial los jóvenes, ni el libro ni la biblioteca son ya necesarios como forma de aprendizaje o de placer; el computador, el Internet y el CD ROM les muestran todo lo que necesitan saber, reemplazando así el libro para calmar el tedio y la soledad que los agobia, y los demás equipos electrónicos como el celular, o el Black Berry, el I-pod, el MP3, les permiten escuchar sus canciones favoritas en cualquier sitio.
Así, vivimos entre cosas que pasan, pero no a nosotros, y los sucesos como catástrofes naturales, o los cambios sociales y políticos que vemos a través de la pantalla, no nos dicen nada; de ahí que se ha perdido el sentido de lo que es “tener experiencia”, que es el contacto directo, a veces brutal y otras sublime, y por eso, son muy pocos los que en verdad viven su propia vida. Es la “alienación” de la que nos han hablado Hegel, Marx, Fromm: el hombre de hoy vive, pero esa no es su vida, es la que imponen los otros, con esa sensación de extrañeza, de desasosiego que hoy nos invade.
La infancia de muchas generaciones de niños y jóvenes de antes, se inició en las bibliotecas de sus, padres, parientes, amigos o en las bibliotecas públicas, que poseían libros que forjaron su infancia. La nuestra se levantó leyendo libros de Emilio Salgari, Julio Verne, Walter Scott, Tomás Carrasquilla, o en enciclopedias como “El tesoro de la juventud”, que tantas enseñanzas nos dejó, y en lo más oculto de cada biblioteca, casi que invisibles, se hallaban las obras de Nietzsche, Schopenhauer, Vargas Vila, considerados libros impropios para la mente y los jóvenes, pues cuestionaban la sociedad y el poder reinantes. Ellos llenaban nuestro tiempo, colmaban nuestra soledad y nos abrían el horizonte a mundos bellos y maravillosos, diferentes a la dura realidad de los adultos, y a la condición política imperante. Como dice María Zambrano, la soledad de la lectura es una soledad específica: una soledad que es comunicación: “retirarse a leer es establecer una separación que une, una distancia que aproxima”.
En fechas especiales se obsequian cada vez menos libros impresos, y éstos se nos dan en formato digital. Las conferencias son recopiladas en CD`s, y esto tiene sus ventajas, pero cada vez se cierran más librerías y los almacenes que ofrecen toda clase de aparatos electrónicos se erigen orgullosos en una sociedad deslumbrada por todo lo último en tecnología. Esta es una realidad que no se puede ocultar, pues la gran avalancha de periódicos, revistas y libros inútiles, se han vuelto una carga pesada, y en términos ecológicos es un atentado contra el ecosistema.
Los aparatos electrónicos, nos ponen en relación con la realidad y con nosotros mismos de una manera nueva y distinta que no podemos negar, y cada vez se depende más de ellos, sin saber las verdaderas consecuencias en términos de aprendizaje, salud y el empobrecimiento de las relaciones humanas. Cada vez estamos más “conectados”, pero a su vez menos comunicados unos con otros. Debemos replantear nuestra relación con el libro y la lectura, en especial en los medios académicos que creen que el problema de la educación y que las causas de nuestro atraso están en la carencia de medios tecnológicos, pero ellos por sí solos no resolverán los problemas que nuestro país y el mundo necesitan resolver.
Se trata de volver ver y preguntarnos qué es y qué significa un libro, y el acto de la lectura cuál es su papel en nuestra vida personal y social, pero no hablamos de la lectura perezosa, facilista en que se leía por obligación, o para probar que estamos al día o que dominamos éste o aquel tema o autor, sino la lectura como una experiencia única y transformadora.
Toda experiencia tiene un carácter de imprevista y según su intensidad pone en movimiento y en tensión todo nuestro ser, y con ello nuestro pensamiento, pero éste permanece vacío si no cuenta con una experiencia viva. Toda experiencia es activa, es decir, se hace con todo lo que uno es y tiene, y por ello es modificadora, así cualquier nuevo contenido de experiencia es objeto de expresión y de lenguaje. Como también, el encuentro con una persona puede modificar nuestros comportamientos o nuestras ideas, lo mismo ocurre con el libro. Son muchos los relatos que conocemos sobre cómo la lectura de determinado autor puso en crisis la vida de muchos lectores. Cabe recordar cómo la lectura de Platón, Goethe, Spinoza, o de Nietzsche, han trastornado la vida de muchas personas, en especial jóvenes.
La experiencia es por ello algo en lo que se dan cita la vivencia, el pensamiento y la interpretación, el pasado, el presente y la expectativa de futuro. Por eso las experiencias reales no son ni objetivas ni subjetivas, sino que son una oferta de realidad, y he ahí su carácter de irrepetible e intransferible. La experiencia de los asistentes a un concierto es siempre distinta, y trae diferentes reacciones. Toda experiencia puede ser productiva si se someten a crítica las ideas obtenidas gracias a la resistencia de la realidad, cuando se experimenta algo nuevo, o se observa en un nuevo contexto aquello que conocíamos.
De ahí el carácter aleccionador de toda experiencia por la cual aprendemos sobre todo de los fracasos y nos enseña que no dominamos la realidad; por eso se nos dice que nos hacemos más sabios con los fracasos y que el sufrimiento es también necesario en nuestra vida y no sólo los éxitos. Nuevas experiencias ponen en crisis nuestro modo establecido de pensar y actuar, y además en un desafío, pues pone en cuestión las experiencias anteriores; por ello nunca es “inofensiva”. Quien ha tenido una experiencia es también un testigo que nos cuenta lo que le ha ocurrido, es decir, que se vuelve operativa al ser narrada; en suma, la experiencia tiene una estructura narrativa.
Es con el pasar los años cuando valoramos más las experiencias las cuales reciben el nombre de “experiencia vital o personal”, y si es en una sociedad es la llamada tradición, la cual se conserva mediante el recuerdo y el lenguaje y se convierte en un depósito vivo que se puede transmitir a nuevas generaciones. Por eso, la experiencia nunca es claramente negativa o positiva, y esto depende de que haya una interrelación entre lo emocional y lo intelectual. Así, una experiencia negativa puede ser un obstáculo sobre todo en el campo político o religioso.
Empezamos a vivir la lectura como experiencia, y toda experiencia es algo que se vive sin saber sus resultados, la lectura como experiencia formativa no como desciframiento de un código, sino construcción de sentido, en el que el lenguaje es el centro principal, y da forma a lo que decimos y a los criterios con que juzgamos.
“La única virtud de la educación literaria es su infinita capacidad para la interrupción, para la desviación, para des-realización de lo real y de lo dado, y para apertura a lo desconocido. La iniciación a la lectura aparece así como el inicio de un movimiento ex céntrico en que el sujeto lector se abre a su propia metamorfosis. Entre el que enseña y el que aprende, entre el maestro y el discípulo, entre el profesor y alumno, siempre hay un tercero: el libro. Un libro que funciona como el lugar de la comunicación” (LARROSA, Jorge. Experiencia de la lectura. FCE).
La lectura ha sido entendida como una metáfora. Para Platón era como un fármaco, una medicina o un veneno para el alma. Para otros el texto es portador de un pneuma, de un animus o spiritus que al mezclarse con la sustancia etérea del alma, la con-forma, la trans-forma o la de-forma. Leer es como viajar a través de signos que hay que saber interpretar correctamente si uno no quiere perderse. Leer es como trasplantar un sentido dado de una lengua determinada a otra lengua diferente.
Estas metáforas nos dan una imagen de la lectura como experiencia múltiple que no puede planificarse con técnicas como las que nos dan de leer páginas por minuto o por hora, esa es una visión vulgar al uso de ejecutivos que quieren posar de sabios.
En gran parte ha sido la misma pedagogía la que ha deformada el acto de leer y ello porque ella está movida por un interés correctivo, y lo que buscan en gran parte es la homogeneidad y la estabilidad. Los aparatos pedagógicos como anota Larrosa “han estado casi siempre comprometidos con el control del sentido, es decir, con la construcción y vigilancia de los límites entre lo decible y lo indecible, entre la razón y el delirio, entre la realidad y la apariencia, entre la verdad y el error”.
El libro ha sido aceptado no sólo como un elemento material, sino también simbólico, lo mismo que la lectura a través de la historia. Dante fue uno de los autores que más utilizó la metáfora del libro en sus obras, hablando del libro del corazón, el libro del espíritu, de la memoria, de la razón, de la experiencia, que si bien fueron utilizados antes, él los renueva y los amplía con una gran imaginación, creando una gran cantidad de metáforas.
En la Edad Media, la verdad era lo que decían las autoridades tradicionales, y el mundo es sólo adopción e imitación de algo ya dado, siendo la lectura la expresión simbólica de tal actitud, y lo que hace el pensador es reunirlos en una “Summa” como lo es también la Divina Comedia cuyo héroe es un estudioso siendo sus maestros Virgilio y Beatrice ó sea: razón y gracia, sabiduría y amor, Roma imperial y Roma cristiana. Por eso para Dante la escritura y el libro son la expresión de lo momentos poéticos y humanos más sublimes.
A pesar de lo que digan sus enterradores, siempre habrán libros y lectores, y como anota Yolanda Reyes, los jóvenes tienen sed de palabras, pero no huecas, sino ricas como las que nos ofrecen la literatura, la poesía, la filosofía, que les permiten entender sus preguntas sobre el amor, la muerte y el sentido de sus vidas. La literatura nos brinda un refugio interior y enriquece nuestro ser personal al crear personajes que son semejantes o mejores que nosotros. Leer El Quijote, La montaña mágica, es un modo de enriquecernos, pues a partir de sus aventuras y dificultades nos hablan sobre lo que nos sucede a los humanos de todas las épocas.
Como anota Paul Beauchant, “el libro es más misterioso que lo que transmite…no tiene por sí mismo autoridad, le viene de ese fuera del texto que es la voz, un mensaje que no viene por sí mismo, sino que le es dado por el Verbo que es la Palabra misma”.
NOTA: La figura inicial es La Lectora, de Fragonard, y la tercera es Las Lectoras, de Renoir.
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