jueves, 7 de octubre de 2010

PALABRAS VIVAS Y LENGUAS MUERTAS V

"PAIDEIA" E ILUSTRACIÓN
ÓSCAR LÓPEZ R. Filósofo-Psicólogo

¡Sapere aude! ¡Atrévete a saber! Este lema propuesto por Kant, es el que ha servido a todos los partidarios de la Ilustración para romper con los prejuicios y supersticiones que han dominado a la humanidad, y que para Kant es simplemente el mantenimiento de una "minoría culpable" que se da en los seres humanos.

A primera vista, la "paideia" y la Ilustración serían sinónimos, y así, el mayor fruto de la ilustración antigua fue la filosofía griega, y en forma extrema la sofística, pero cuando analizamos más hondamente la ilustración moderna, es distinta de aquella, pues ésta se dirige en especial contra la tradición religiosa del cristianismo expresada en las escrituras, la cual es vista como una visión dogmática de la realidad. Como anota G. Gadamer, "la tendencia general de la Ilustración es no dejar valer autoridad alguna y decidirlo todo desde la cátedra de la razón". Desde ahora la razón es la fuente última de la autoridad, y no la tradición, como se pensó durante siglos, lo que le permitió convertirse en investigación histórica.
La Ilustración es el fruto del esfuerzo por romper las cadenas de la ignorancia a las cuales según algunos autores, había sido sometida la humanidad por obra de la religión y de los grupos de poder. Para la Ilustración la esencia común de la humanidad son las "ideas racionales", es decir, la "razón" como tribunal supremo, y su ideal es el de querer ver con los propios ojos. Hay además una consideración teleológica, a ella opone Herder una concepción histórica universal del mundo. Según esto, pensar históricamente significa conceder a cada época su propio derecho, con lo que busca liberarse del esquema progresivo que la ha lastrado. La idea de razón va a ser criticada por Schleimacher con su idea de comprensión, por la cual los humanos nos entendemos unos a otros más en comunidad familiar, cívica o de intereses propios que con la propia razón. También Dilthey criticará este intelectualismo con su concepción de la "filosofía de la vida".
Durante mucho tiempo y desde sus inicios en el siglo XVIII, la Ilustración cumplió un papel decisivo para borrar prejuicios, dogmatismos, y falsos autoritarismos. Basta ver cómo el movimiento enciclopédico con Voltaire y Diderot a la cabeza, rompieron el oscurantismo y superaron privilegios que mantenían a la gran mayoría en la ignorancia, y tuvo un aporte decisivo en el proceso de la revoluciones modernas aún en nuestra América. Pero cuando la "razón", supremo tribunal al que se sometía todo criterio, sobrepasó sus límites, perdió gran parte de sus derechos. Así, la crítica a la autoridad y a los prejuicios estuvo matizada por una intolerancia, pues su tendencia es no respetar autoridad alguna, sino decidirlo todo desde la cátedra de la razón.

Para la Ilustración el concepto de prejuicio adquiere una carácter negativo que antes no poseía, pues su verdadero sentido es el de ser un juicio previo, antes de validar definitivamente cualquier afirmación, tal como ocurre por ejemplo en el derecho. La Ilustración asimilaba el prejuicio a juicio falso, cuando en verdad podría ser positivo o negativo, y así existen "prejuicios legítimos". Mucho más, no existe pensar que no posea parte de prejuicios, con los cuales luchamos permanentemente, pues todo saber, con el tiempo se convierte en prejuicio. Sólo una "razón absoluta" estaría libre de prejuicios, y esto es imposible, pues nuestra razón sólo existe como real e histórica, y como anota Gadamer "la razón no es dueña de sí misma, sino que está siempre referida a lo dado a lo cual se ejerce".
Como anota J. B. Vico, antes de comprendernos en la razón, son la familia, la sociedad y el Estado, los que nos condicionan, y así, "la autorreflexión del individuo no es más que una chispa en la corriente cerrada de la vida histórica. Por eso los prejuicios son, mucho más que sus juicios, la realidad histórica de su ser".
Existe un prejuicio de la Ilustración, y lo señala G. Gadamer paradójicamente, y es el prejuicio contra todo prejuicio, y con ello desvaloriza la tradición. Sólo en la Ilustración adquiere el concepto de prejuicio el caríz negativo que ahora tiene. Un antecedente de la Ilustración es la duda cartesiana de no tomar por cierto nada de lo que quepa duda alguna, y la aplica con su concepción del método que radicaliza esta esencia.

Inglaterra es un punto de avanzada en el proceso ilustrador, a principios del siglo XVIII fue el primer país europeo que logró superar las luchas políticas y religiosas, y logró equilibrar los choques que entre tradición y revolución, monarquía y libertad constitucional, y agricultura e industria, se habían presentado. Eso les permitió consolidar un gran imperio colonial aún después de la independencia americana. El empirismo era la filosofía dominante y en política, el liberalismo que limita los poderes del rey a partir de la existencia de dos cámaras, la de los lores y la de los comunes.

El ambiente intelectual era muy dinámico, ya en la cátedra, en el periodismo y en la vida diaria. A su vez en Francia, vivía una monarquía decadente, y un país en bancarrota, el absolutismo imperaba en política, el mercantilismo en economía, y el jesuitismo en religión. Esto hace que los sectores progresistas se interesen por la cultura y las instituciones de su tiempo. Tal es el caso de Voltaire, quien con un lenguaje sencillo expone las ideas inglesas, y así se extiende por todas partes, naciendo así, el movimiento "ilustrado", que va a ser el fruto de la fusión del intelectualismo francés y del empirismo inglés.
La Ilustración expresa una visión del universo que busca solucionar todos los problemas vitales, y desde el siglo XIX a partir de la ciencia se pretendió lograr la felicidad. Esto supone que la cultura logrará cumplir todos los deseos humanos, cuando se supere la ignorancia, en que las luces de la razón y de la ciencia lleguen a todo el pueblo. La Ilustración es ante todo un "optimismo racionalista", para el cual todo en la naturaleza está dispuesto con un orden racional y unas leyes sencillas, y de ahí la convicción de que esa misma armonía y orden racional estarán en la base del mundo humano, que vencerá el egoísmo y la maldad humana. En nuestra América, el movimiento ilustrador, buscó ante todo liberarnos de la opresión a que el imperio español nos tenía sometidos; Antonio Nariño, Francisco Miranda, entre otros, fueros sus adalides.
A partir de la hipótesis de los siglos XVI y XVII se habla de un derecho natural, por el cual un contrato social hará que el Estado armonice los egoísmos humanos. En teología, este optimismo racionalista se expresa en el teísmo, deísmo y materialismo. El primero, supone que hay una armonía en la creación y que hay un orden interno en el universo gracias a una inteligencia superior que ordena todo en la naturaleza. El deísmo, supone que la naturaleza como un todo, y animada íntimamente de una fuerza cósmica, la impulsa hacia adelante. Para el teísmo, el mundo es obra de un Arquitecto, sabio, que mediante las leyes naturales, lleva a los mejores resultados, pero no hace milagros, ni se ha revelado a ningún pueblo ni a ninguna iglesia, pues la experiencia y la razón nos ayudan a encontrar las huellas de la divinidad en el universo. El materialismo, representado por Holbach, sólo acepta la efectividad de la materia y de las fuerzas mecánicas que permiten el orden en la naturaleza.

La Ilustración derivó en una serie de equemas rígidos y fórmulas metafísicas, y así recibió las burlas de Voltaire, quien en su Cándido combatió el optimismo de la teología de Leibnitz, que quería explicar todas las catátrofes humanas diciendo que era para el bien del universo. En el siglo XX, los autores de la Teoría Crítica, señalaron que la humanidad no sólo no ha avanzado hacia el reino de la libertad, hacia la plenitud de la Ilustración, sino que más bien "se hunde en un nuevo género de barbarie", una regresión, que para ellos no sólo es el fin de la Ilustración, sino la autodestrucción de la Ilustración. Esto se debe según ellos, a que "la enfermedad de la razón radica en su propio orígen, en el afán del hombre de dominar la naturaleza, o sea, que es un progresivo proceso de racionalización, abstracción y reducción de la realidad al servicio del dominio del hombre, y que si bien en un principio quiso ser liberador, se ha convertido en un proceso de alienación".

Para ellos, la ciencia moderna como máximo desarrollo de la razón, al proponer con el empirismo el sometimiento a los hechos, ha terminado por eliminar todo "sentido" que trascienda los hechos mismos y ha derivado como anota Morin, en una "ciencia sin conciencia", que es el peor peligro del mundo actual, pues no acepta ninguna crítica.

Los dramáticos sucesos de la Segunda Guerra Mundial, con su secuencia de barbarie, llevó a numerosos filósofos a abandonar toda confianza en la razón, aún la misma dialéctica marxista, y a aceptar el diagnóstico de Max Weber de que el programa de la Ilustración es ante todo un "desencantamiento del mundo", o sea, un proceso progresivo e irreversible de racionalización de todas las esferas de la vida social y que lleva una funcionalización e instrumentación de la razón con la consiguiente pérdida de sentido y libertad. Sin embargo, la postura de Weber es pesimista, y la propuesta de la Teoría Crítica es la de una Crítica de la razón instrumental.
De lo anterior se deduce que hay una necesidad de una dialéctica de la Ilustración, en la cual se asumen las propuestas de Nietzsche, Benjamin, que plantean una filosofía negativa de la historia, y que en últimas es un signo de resistencia ante la tendencia creciente de la razón ilustrada que no sólo cede a la lógica del dominio, sino que olvida a sus víctimas.

En conclusión, la Ilustración es una tarea infinita, y esto supone reconocer sus límites, siendo el primero, la aceptación del misterio que rodea todo lo existente, y que la razón apenas puede vislumbrar. Este es un presupuesto básico contra la arrogancia de los científicos; esto no significa oscurantismo, sino reconocer como anota E. Morin, que los últimos avances de la ciencia nos llevan a la situación paradójica de que el conocimiento toca el misterio, y que "lo impensado y lo impensable están siempre presentes".

Es además el reconocimiento de los límites de la lógica, sin renunciar a la lógica, la aceptación de una ignorancia "ennoblecida", que no es la ignorancia que se ignora a sí misma, sino la derivada del conocimiento, y que se apoya en el socrático "sólo sé que nada sé". Además, en un universo poblado de infinidad de galaxias, es presuntuoso hacer de lo humano la medida de toda complejidad posible, pues cualquiera puede constatar que somos desconocidos para nosotros mismos, y que "al fin de lo inteligible surge lo ininteligible".

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