lunes, 30 de mayo de 2011

PALABRAS VIVAS Y “LENGUAS MUERTAS” - XIII

NOVA ET VETERA - LO VIEJO Y LO NUEVO
ÓSCAR LÓPEZ R. FILÓSOFO-PSICÓLOGO


INTRODUCCIÓN
El griego y el latín han sido las dos lenguas que formaron a toda la cultura grecolatina occidental, entre ellos el castellano. A ellas les debemos la estructura de pensar, sentir y vivir que han nutrido a los millones de humanos, entre ellos los pueblos latinoamericanos, fuimos formados por ellas, aunque seamos su región periférica e incorporamos los elementos indios y africanos que conforman nuestro ser hibrido.

En la primera parte de los artículos que conforman “Palabras vivas y lenguas muertas”, hicimos acopio de algunas de las principales palabras griegas utilizadas en nuestro idioma. Ahora nos volvemos hacia el mundo latino.

La etimología del término latín, deriva del antiguo nombre – Latium – que le daban los latinos, ancestros de los antiguos romanos, que a su vez fueron llamadas así porque se habían establecido en un territorio amplio (latus en latín) pudiendo significar también “territorio llano”, pues sus primitivos habitantes habían descendido de los Apeninos. Por otra parte también se puede derivar de Laurentino (Latino) rey de Laurentia, antigua ciudad ubicada en la llanura de Laureto (Lauretum).En la antigüedad el territorio del Lacio comprendía desde el curso bajo del río Tíber y los montes Ausonios, en cercanías a Terracina, hasta los Apeninos como límite oriental.

El latín, más que el griego, fue la lengua internacional que se habló no sólo en Europa, sino también en nuestra América. Así se cuenta que Gonzalo Jiménez de Quesada hablaba en latín, Hernán Cortés, como dice Bernal Díaz del Castillo, “hablaba con letrados, y respondía a lo que decían en latín”. El cronista de la Colonia, Don Juan de Castellanos, quien llegó a América siendo joven, y perfeccionó aquí el latín, no sólo usó la lengua de su oficio curial, sino que manejaba los clásicos; además, fue el centro de una pléyade de poetas en latín y español, pero no fue el único, así, en Santafé, Tunja y Popayán, se formaron grupos que hablaron el idioma clásico.

Como anota Rivas Sacconi, “el latín entra en la fábrica intelectual resultante del abigarrado conjunto de Universidades, Seminarios, Colegios, Conventos y Escuelas, y de disposiciones legales y prácticas escolares, como espíritu vivificador que ha de animar todo el organismo y ponerlo en movimiento” (RIVAS SACCONI, J. M. El Latín en Colombia. Instituto Colombiano de Cultura. Bogotá, 1977).

Anota además, que durante mucho tiempo en nuestro país, el latín fue omnipresente: lengua oficial de la escuela, lengua literaria y científica por excelencia. Conservó igualmente su nítida imagen de lengua de cultura: la de los clásicos de Roma, los renacentistas, y de los hombres de ciencia como Mutis y Linneo. La educación en la Colonia y gran parte de la república, tuvo como soporte el latín. En suma, es la manifestación de la cultura y civilización latinas, y fue un instrumento de intercambio científico que se adaptaba a todas las ideas. Fue la lingua franca (lengua común) de los hombres cultos de la Europa Medieval, y aún gran parte de la moderna.

Hasta hace pocos años, cuando estudiábamos en el Instituto Universitario de Caldas, el Profesor Bernardo Trejos, enseñó con gran sabiduría, raíces griegas y latinas; y en las universidades eclesiásticas como la Javeriana, los diplomas se inscribían en latín; en los cementerios se colocaban epitafios en término latín. Muchos términos latinos se usan aún en la Academia: Doctor Honoris Causa, como un título dado a personas prestantes y cultas que han servido a la institución o a la región, o el término usado para calificar una tesis de grado, como es el Summa Cum Laude, es decir, la máxima calificación. Aún la Metro, una de las empresas cinematográficas más importantes, bordea el león con que se presenta, el término Arts Gratia Artis (La gracia del arte es el mismo arte).Muchos abogados imbuidos de un legalismo estrecho aún nos recitan el término romano “Dura lex,sed legis” (Dura es la ley pero es la ley).Otro término que bien se puede aplicar a nuestra época es también de los antiguos “Corruptio optimi, pessima” (La corrupción de los mejores, es lo peor).

La Iglesia Católica, durante casi dos mil años, empleó el latín como su idioma oficial, hasta que el Concilio Vaticano II, eliminó su uso en la liturgia, autorizando el empleo de las lenguas vernáculas en los oficios religiosos. Con ello, como anota J. M. Rivas, “deja de ser lengua de sacristía y recobra su nítida imagen de lengua de cultura”.

No hay duda que uno de los elementos de decadencia de los centros educativos a nivel mundial ha sido el desplazamiento del estudio de las lenguas, no sólo clásicas sino nativas por los estudios tecnológicos, pero nos queda aún la música religiosa, que gracias a los nuevos formatos en CD, en especial la Gregoriana, conserva lo más puro del latín clásico, y se escucha con gusto aunque muchas veces no se la entienda.

NOVA ET VETERA (LO NUEVO Y LO VIEJO)
“NOVA” es en latín el plural de Novum, que significa nuevo, osea, “las cosas nuevas”. VETERA por su parte, viene de VETUS, VETERIS, antiguo o viejo, es decir, “lo antiguo, lo viejo”.


Cuando contemplamos el mundo que nos rodea, vemos cómo las cosas se suceden unas a otras, en su suceder buscan algo; nada se sustrae a la ley del cambio. Por esta ley del cambio incesante, existe una dialéctica entre lo viejo y nuevo, ni uno ni otro valen por sí mismos, sino que necesitan retroalimentarse. La historia es así, el proceso constante en que lo nuevo sucede a lo viejo.

Fueron los griegos los primeros en advertir y expresar en forma conceptual cómo todo lo existente brota, surge; así el brotar de la rosa, de la vida, de todo; a ese proceso lo llamaron Phyeri, siendo Physis aquello que brota desde sí mismo, y que se ha traducido impropiamente por “Naturaleza”. Physis es la fuerza imperiosa que empuja las cosas y que permanece en su obrar, es no sólo la planta, también el río, los animales, igualmente el hombre y su psiquismo, y a ella sólo se opone lo histórico, que como dice Aristóteles, está dirigido por Ethos, las leyes de la ciudad, siendo por ello una segunda naturaleza.

El tema de las relaciones entre lo nuevo y lo viejo ha suscitado siempre un especial interés, no sólo por la constatación de cambio, en especial la sociedad moderna se ha erigido como abogada de lo nuevo, frente al mundo medieval que dejaba atrás y a la que veía vieja y anticuada. Nuestro tiempo, no quiere saber nada de lo viejo, hasta los ancianos quieren parecer jóvenes. Pero ni lo nuevo es tan nuevo, ni lo viejo es tan antiguo, uno y otro se entrelazan como lo intuyera Heráclito.

El hombre primigenio no vivía ésta tensión; los objetos no tenían para él valor per se, sino que valían en cuanto eran fruto de una hierofanía, una manifestación sagrada o especial. Para él la realidad es la “realidad sagrada”; de ahí la importancia de lo religioso para él, que se opone radicalmente a la realidad profana, hechura humana. Así, vivió durante milenios dominado por las fuerzas naturales que se le imponían en forma aterradora ; la salida del sol por ejemplo, para él era un fenómeno extraordinario, después de una larga noche asediado por animales salvajes y toda clase de peligros, saludar al dios Sol era un espectáculo extraordinario, y cada acontecimiento cotidiano era algo único e inconmensurable.

Al luchar contra la historia, se negaba a aceptarla o valorarla como tal y no podía conjurarla, pues le era difícil comprender las catástrofes que se cernían sobre su vida. Para soportar esas calamidades individuales y colectivas, forjó mitos y religiones, pero las causas le eran desconocidas; sólo con los griegos se comenzó a asociarlos a leyes. La vida para ellos se basaba en seguir modelos extrahumanos, los arquetipos, fruto del inconsciente colectivo de los pueblos y de las experiencias que más lo habían impactado. Cuando el hombre se percató de que la historia no era algo externo a él, sino que era partícipe de ella, la comprendió y pudo comenzar a transformarla.

Los antiguos eran en parte víctimas de su pasado y no se atrevían a modificarlo; el peso de la tradición era enorme, y por eso veían el futuro como algo negativo. La conciencia arcaica no concede importancia alguna a los recuerdos personales, pues la memoria colectiva retiene los acontecimientos históricos sólo en la medida que los transforma en arquetipos.

El hombre moderno quiso transformar radicalmente todo esto, y ha funcionalizado su vida de tal manera que sólo da importancia a lo que él hace. El mundo posmoderno vive un “reencantamiento del mundo”, con lo cual ciertos valores tradicionales recuperan su valor o su fuerza.

LO VIEJO Y LO NUEVO EN LA LITERATURA
En el Eclesiastés, escrito por Salomón, hallamos ésta afirmación: “nada hay nuevo bajo el sol”, y es la cantinela de todos los desengañados, para concluir luego de una vida agitada y de hallarla vacía y sin sentido, que “todo es al fin de cuentas, vanidad”. Nuestro León de Greiff, también decía, “Cada día es nuevo, nuevo cada año… y todo del mismo jaez”. Otros hombres y épocas cuando el temple vital estuvo en alza, dirán lo contrario y presas de un singular optimismo, se lanzarán a la conquista del universo.

El Fausto de Goethe al ser la mejor expresión de éste anhelo por lo nuevo y el rechazo de lo antiguo, encarna el nuevo espíritu europeo que en el Renacimiento se opuso al mundo medieval, es la encarnación del hombre activo que día a día se fatiga por transformar el mundo. Por eso, rechazó los viejos libros, la pesada enseñanza escolástica con sus silogismos, el dogma, el simbolismo de las palabras, anhelando nuevas formas de conocimiento:

“Ahora ya, ¡ay!, he estudiado a fondo filosofía, leyes, medicina y, por desgracia, también teología, con ardoroso esfuerzo. Y ahora me encuentro, ¡pobre de mí!, sabio y loco como antes. Me llaman maestro y hasta doctor, y diez años llevo ya zamarreando a mis discípulos, cogidos de la nariz, arriba, abajo, a este lado y al otro…, y veo que no podemos saber nada… he perdido toda la alegría, no creo saber nada con sentido, tampoco tengo bienes ni dinero ni supongo mejorar a nadie, nada me he consagrado a la magia, a ver si por la fuerza y el verbo del espíritu se me puede revelar más de un misterio. ¿Seguiré encerrado en ésta cárcel? ¿Por qué un inexplicable pesar te cohíbe todo impulso de vida? En vez de esa viva Naturaleza viva que Dios creó para los
hombres, sólo te rodean a ti por todas partes humo, y polilla, y costillas de animales, y fémures de muertos”.

Continúa: “Y aquel libro cargado de misterios de Nostradamus no te podrá enseñar. Con él se sabrá cómo andan las estrellas. En vano es que aquí la seca reflexión te explica los sagrados signos. Ah! Qué delicia irrumpe de repente al mirarlo por todos los sentidos joven, sagrada dicha de vivir corre ardiente en mis nervios y en mis venas. ¿Cómo haremos que todo sea nuevo? No está cerrado el mundo es tu alma la que está muerta discípulo levántate y baña en la aurora tu pecho terrenal” (GOETHE. Fausto, Acto I, escena I).

De Fausto se derivará lo que se ha llamado el “espíritu fáustico”, encarnación del activismo contemporáneo en todas sus formas, y que concluirá en el Aprendiz de Brujo, o sea, aquél que al no poder controlar sus propios logros, se le saldrán de las manos, como ha ocurrido con la ciencia y la técnica actuales.

LO NUEVO Y EL AFAN DE NOVEDADES
Pero no siempre todo lo nuevo es auténtico; existe en la vida cotidiana, lo que llama Heidegger “la avidez de novedades”, como nos muestran los medios masivos de comunicación, las revistas especializadas de farándula dedicadas a las estrellas del cine, el fútbol, la farándula que se imponen a los jóvenes como arquetipos de vida interesante, ocultando sus frustraciones y tragedias.

Anota así, que el hombre de hoy, “sólo busca lo nuevo para saltar de ello nuevamente a algo nuevo”, es decir, no le interesa la verdad, sino que es un deseo de abandonarse a lo que pasa, presenta un gran temor a vivir experiencias que lo enriquezcan. Su actitud es entonces la de no demorarse en lo que ve y siente, y en el caso del amor, ocurre lo que se ha llamado “el amor líquido”, que no compromete ni obliga. Esto lleva a la disipación en nuevas posibilidades y a un desarraigo, característica del hombre actual. Además, vive de las “habladurías” en las que sólo interesa lo que se ha visto y leído. Entonces, la avidez de novedades y las habladurías van de la mano, y forman lo que llama Heidegger una “existencia inauténtica”.


El mundo del hombre cotidiano es pseudoconcreto, enajenado, y pese a su familiaridad le es desconocido. Esta paradoja se debe a que la experiencia cotidiana es ingenua y acrítica, y sólo puede ser superada por la reflexión, o por el arte, que buscan destruir dicha pseudo-concreción. Un ejemplo de esa destrucción ha sido analizada en la teoría y la práctica del “teatro épico” fundado por Bertold Brecht y Kafka, que en sus obras representó un mundo extraño, y los hombres aparecían en forma de chinches (la metamorfosis) y otros animales, para que las personas vieran su propio rostro y conocieran su mundo.

LA CATEGORÍA NOVUM Y EL PRINCIPIO ESPERANZA
Pero ¿qué es lo verdadero y radicalmente nuevo? ¿Cuál es el límite que separa lo “viejo” de lo “nuevo” respecto a un determinado ámbito social? ¿Qué tan nuevo debe ser lo “nuevo” para ser radicalmente nuevo y romper así con la tradición misma? Según Massimo La Torre, las respuestas a estos interrogantes no pueden ser otra cosa que bastante vagas. Sin embargo, como anota Ernst Bloch, “Toda energía buena lleva en sí necesariamente este algo nuevo, se mueve en dirección a él. Sus mejores localizaciones se encuentran en la juventud, las épocas de trance, de cambio, y la producción creadora”. (BLOCH, Ersnt. El principio esperanza, Madrid. Ed Aguilar, 1969, Vol I, pág. 108).

Corresponde al filósofo alemán Ernst Bloch (1885-1977) el mérito de haber propuesto la categoría de lo nuevo a partir de su estudio de los sueños diurnos, elaborando lo que se ha llamado una “Enciclopedia de los deseos utópicos”, tanto en la vida cotidiana como en la literatura, la religión y el arte, cuya característica es la mejora del mundo, o lo que él llama el “crepúsculo hacia adelante”. Según él los sueños diurnos no son meras fantasías vacías, sino que hacen parte del presentimiento productivo, que implica una auténtica conciencia de sí mismo, a diferencia de los sueños nocturnos que en gran parte son inconscientes y regresivos. Es en especial en toda persona insatisfecha, pero deseosas de cambio, late profundamente éste anhelo, en especial los jóvenes y todos aquellos que no han claudicado ante lo imperante, es en quienes se desarrollan más éstos sueños. Igualmente se da en épocas necesitadas de cambio, cuando la realidad se hace asfixiante. Por eso, “la utopía concreta tiene una correspondencia en la realidad como proceso: la del Novum en mediación. Sólo ella juzga sobre los sueños” (BLOCH, Ernst. El principio esperanza. Aguilar S.A. ediciones. Madrid, 1977. Tomo III).

Esta nueva actitud, implica que estamos ante lo que él llama “giro de los tiempos”, “son ellos mismos las épocas juveniles de la historia, es decir, se hallan objetivamente ante las puertas de una nueva sociedad que asciende de la misma manera que la juventud se siente en el umbral de un día todavía intacto” El ejemplo más claro es el Renacimiento, que fue desde el punto de vista ideológico y cultural, el primer tránsito de la sociedad feudal a la moderna burguesa. Como anota Bloch, “Las palabras “Incipit Vita Nova” (comienza una vida nueva), designaban entonces también psíquicamente, la calidad de la aurora de la época; surgía el empresario, todavía progresivo, y con él, el sentimiento de la individualidad; la conciencia de la nación se dibujaba en el horizonte; la individuación y la perspectiva se vierten en el sentimiento de la naturaleza y en la visión del paisaje; las tierras lejanas se abren ellas mismas y ofrecen nuevos continentes; el firmamento mismo salta en pedazos y deja que laminada se dirija al infinito. Son todos los testimonios del tránsito de los siglos XV y XVI”.

Cuando la juventud coincide sobre todo, con una época revolucionaria, con el giro de los tiempos,
se sabe lo que significa el sueño hacia adelante como ocurrió en la Alemania del siglo XVIII, Sturm und Drang. Por eso,“Juventud y movimiento hacia delante son sinónimos: el ambiente de las épocas de cambio es sofocante, como si encerraran una nube de tormenta”.

En ellas se vive lo que él llama “primaveras históricas” poseedoras de proyectos que buscan su realización, con pensamientos que se incuban, llena de acciones prospectivas y anticipaciones. Este “último cuarto de hora antes de hacerse de día”, se refleja muy bien en diversas obras desde los profetas de Israel, Joaquín de Fiore, Thomas Munzer, y el Novum Organum de Bacon. Por eso, “todas las épocas en tránsito están llenas, incluso, repletas de todavía no consciente y una clase ascendente es siempre su soporte”.

Si Freud descubrió lo inconsciente, nos falta conocer ese gigantesco mundo psíquico de lo todavía no consciente, o bien sus descubrimientos no han sido percibidos, y las categorías reales implícitas en él, como la de Novum, posibilidad objetiva, todas ellas inaccesibles a la anamnesis platónica, han estado hasta Marx sin teoría categorial.

La decadencia de la sociedad actual ha rechazado lo realmente nuevo, aunque posee las presuposiciones económico-sociales para una teoría de lo todavía no consciente y en estrecha relación con ella, de lo que todavía no ha llegado a ser, sino a la tendencia de lo que va a venir haciendo así accesible por primera vez teórica y prácticamente el futuro. Este conocimiento de la tendencia es incluso necesario para recordar, interpretar, esclarecer en su posible significación y trascendencia lo ya no consciente y lo llegado a ser.

El sueño diurno puede aportar ocurrencias que no mandan una interpretación, sino una elaboración, edifica también como proyectista, castillos en el aire, y no siempre castillos ficticios.

LA ESPERANZA
Uno de los principales afectos del ser humano es la esperanza, que al contrario de la angustia, es
activo, práctico y militante. La esperanza como función utópica, proyecta lo que existe hacia un futuro, y un deseo de ser distinto, de ser mejor, y su razón de ser es “la ratio indebilitada de un optimismo militante”. La esperanza es el impulso que lanza al individuo y a la humanidad hacia el futuro. Bloch la ha convertido en “principio”, y así, sin dejar de ser una virtud como en el cristianismo, hunde sus raíces en la realidad material y en la vida humana. A partir del Renacimiento, la esperanza toma un nombre propio: Utopía, de donde deriva el nombre del famoso libro de Tomás Moro. Toda utopía al cumplirse es la expresión ocasional, parcial y mitificadora de la radical aspiración humana hacia su plenitud. Así, Prometeo, de quien se dice en la mitología griega, robó el fuego a los dioses para dárselo a los hombres, por lo cual fue castigado, se convirtió en la figura mítica en que tiene su origen todas las utopías de la humanidad.


En los humanos hay un deseo de plena identidad consigo mismo y con la naturaleza. Con la Ilustración, la Revolución Francesa y la Revolución Industrial, el ser humano se ha hecho consciente de su verdadera realidad; la utopía es el proyecto de transformación del mundo en que vive, piensa, imagina y trabaja. Esta es la conexión según Bloch entre la esperanza, la utopía y la historia.


“El concepto más propio de la ciencia histórica es y seguirá siendo, el novum. La conquista de la novedad, el salto creador hacia una meta no calculable mediante las previsiones de la razón científica y sólo accesible a la razón utópica; tal es la quinta esencia del curso de la historia”. La conciencia progresiva labora por eso en el recuerdo y el olvido, no como un mundo histórico cerrado y hundido, sino abierto, en el modo de proceso y su frontera, pleno de aurora, incluso en sus ejemplos de un pasado todavía válido".

Según lo anterior, el mundo no es un cosmos de hechos y leyes que se le imponen al ser humano, sino un proceso en el cual él tiene su parte; no es una sala de espera, sino algo en constante movimiento al que todos debemos contribuir. Pero esto significa superar la resignación y el recuerdo que se convierten muchas veces en obstáculo, para desarrollar nuestra existencia.

“El contenido del acto de la esperanza es, en tanto que clarificado conscientemente, que explicitado escientemente, la función utópica positiva; el contenido histórico de la esperanza, representado primeramente en imágenes, indagado enciclopédicamente en juicios reales, es la cultura humana referida a su horizonte utópico concreto” (BLOCH, Ernst. El Principio esperanza. Tomo I, págs. 135-136).

BOTTICELLI- Nacimiento de Venus

viernes, 20 de mayo de 2011

DERECHOS DEL HOMBRE vs. DERECHOS DE LA NATURALEZA II


ÓSCAR LÓPEZ R. - FILÓSOFO-PSICÓLOGO


3- La Naturaleza y la sociedad tecno-industrial
4- La reinvención de la Naturaleza y el retorno de Gaia


3-LA NATURALEZA Y LA SOCIEDAD TECNO-INDUSTRIAL
La civilización, se nos dice, empezó cuando el hombre comenzó a actuar sobre la naturaleza; la agricultura sustituyó al pastoreo, por eso en el relato bíblico, Caín, agricultor, ávido de tierras mató a Abel, el pastor. Durante milenios los cambios fueron relativamente pocos, por el bajo desarrollo de la técnica para influir sobre la naturaleza, pero la tecnología actual, con la sobreexplotación de la tierra, y la sobre-producción que ha llevado al consumismo, y el aumento de bióxido de carbono, en especial en los países desarrollados, ha alterado radicalmente la estructura de la atmósfera, océanos y mares.

La teoría heliocéntrica de Nicolás Copérnico, según la cual la Tierra gira alrededor del sol, y no al
contrario como se dijo durante milenios, desarrolló una nueva visión del mundo basada en la ciencia natural, sustituyendo la concepción tradicional, según la cual, el hombre era el centro del universo; éste se convirtió en algo infinito y unitario, continuo y organizado, una máquina regida por leyes naturales, distintas a la idea divina que predominó hasta entonces.

Pero discutidos la idea del arbitrio de Dios y del derecho del hombre sobre la Tierra, al contrario de disminuir la confianza en sí mismo en el ser humano, permitió desarrollar un sentimiento de orgullo hasta entonces desconocido, al saber que podía calcular sus leyes y vencer la Naturaleza, hasta llegar a una visión inmanentista del mundo que fue también panteísta, desarrollada a partir del Renacimiento, y según Dilthey, “es obra de la revolución espiritual que sigue al siglo XIII y llena casi tres siglos”.

Los siglos XVII y XVIII fueron períodos turbulentos al producirse las revoluciones política, económica y religiosa; en Inglaterra el capitalismo, llevó al individualismo económico, en Francia la Revolución Francesa- con su proclamación de los Derechos del hombre-, y en Alemania, la Reforma protestante preconizó el libre examen de los textos bíblicos. Estos logros permitieron el desarrollo de una nueva conciencia que al extenderse al planeta entero, le permitió al hombre llegar a su “mayoría de edad”, dándole a éste una conciencia de la autonomía frente a la naturaleza y la misma divinidad.

Pero el hombre occidental europeo, quiso confiscar esos derechos para unas minorías. Hoy, esa conciencia se ha extendido por todo el planeta y en especial, los grupos marginados al tomar conciencia de su dignidad, reclaman un trato humano para donde no les sea pisoteada su condición de sujetos libres y de derechos.

Fue en Inglaterra a partir de 1760, cuando empieza la inversión de capitales en medios de producción, que llevará a la nueva concentración de riquezas, dando origen a la era capitalista. El cálculo, el principio de oportunidad, y la sistematización, que se iniciaron en Italia, de modo incipiente en el siglo XV, toma ahora forma predominante, y como anota Hauser, la victoria de este principio es la esencia de la Revolución Industrial. El principio de Laissez Faire -dejar hacer-, se impone por primera vez como ideal del liberalismo económico; de ahí toma forma la idea de libre competencia e iniciativa individual que rechaza la intromisión del Estado en el desarrollo de la economía.

LA ERA DE LA MAQUINA
Según Mumford, entre los siglos X y XVIII, ocurrió un cambio paulatino en Europa, y fue la entrada de las máquinas, un salto de las sencillas herramientas como el hacha, -la herramienta primitiva de la humanidad-, el hilado y el tejido de telas, a las grandes máquinas, el cual no ocurrió de una vez, sino por etapas progresivas hasta llegar al capitalismo. Según él, primero hubo una fase eotécnica o artesanal relacionada con la agricultura, cuyos elementos básicos fueron el agua y la madera. Luego, la paleotécnica, que es un complejo en el que intervienen el carbón y el hierro; y por último la neotécnica, con la electricidad y la aleación química (MUMFORD, Lewis. Técnica y civilización. Alianza editorial, 2006).

La máquina tomó forma por primera vez en la civilización moderna a partir de la medida del tiempo; esto ocurrió en los monasterios europeos con su interés en el orden y el poder, e inició el largo camino hacia una vida más organizada luego del derrumbamiento del Imperio romano; esto fue obra de la comunidad benedictina fundada por San Benito, que llegó a reunir hasta 40 mil hombres, y para organizarlos utilizó el reloj mecánico con el que pudo sincronizar las conductas de sus subordinados. Por eso, el reloj y no la máquina de vapor, es según Mumford, la máquina clave de la moderna Edad Industrial.

Pero es en Inglaterra donde por primera vez se inaugura la era de las máquinas, con fábricas completamente mecanizadas, con una estricta división del trabajo y un ritmo de producción que irá aumentándose sin cesar hasta nuestros días. Surgen las ciudades modernas, en las cuales se concentran miles de trabajadores, apiñados en cuartos incómodos y barracones, con jornadas extenuantes. Se erige a su vez una nueva clase capitalista, formada por patrones que requiere de trabajadores de todas las edades: hombres, mujeres y niños, sanos, dementes, etc.; una clase media formada por medianos comerciantes e industriales y un proletariado industrial, que abarca tanto artesanos como campesinos desarraigados.

“Las ciudades semejan grandes campos de trabajo o cárceles, son incómodas, sucias, insalubres y odiosas por encima de todo lo imaginable”. Esta radiografía semeja a la que hizo Engels en su famosa obra “La situación de la clase obrera en Inglaterra”, y que refleja la situación que imperó en Inglaterra en los siglos XVIII y XIX, para luego extenderse por todo el mundo.

En síntesis, con el desarrollo del capitalismo, entramos en una fase nueva que predomina hoy día, no sólo en cuanto a nuestras ideas sobre la naturaleza y el hombre, sino que con las máquinas cada vez más sofisticadas ha logrado un dominio de la naturaleza y de la capacidad física y mental humana, casi total, puestos al servicio del capital.

Como reacción a esta situación agobiante, se inició en pensadores y artistas de los siglos XVII y XVIII, el deseo de una vida más simple, espontánea, y una actitud a favor de la vida, y una huída al campo, libre de las miserias de las cortes y las ciudades. “Volvamos a la Naturaleza”: este es el lema que predicó J. J. Rousseau, fue una revuelta contra el racionalismo y la desigualdad social, siendo la expresión de gran parte de las personas sensibles de su época, y una crítica a la feroz dominación del capitalismo. Surge con esto el naturalismo que se va a imponer con la literatura y el arte. El romanticismo inglés fue la reacción contra la revolución industrial que llevó a un nuevo entusiasmo por la Naturaleza.

El siglo XX entrará en una fase nueva con el desarrollo de tecnologías más complejas. Como anota Leonardo Boff, “El cambio de naturaleza en la actividad tecnológica mediante la robotización y la informatización, han producido una inmensa riqueza de la cual se han apropiado en forma desigual, las grandes corporaciones transnacionales y mundiales que han ahondado aún más el abismo entre ricos y pobres, con una pésima distribución, y se ha retrocedido en las relaciones de solidaridad a niveles conocidos sólo en tiempos de barbarie. Se crea así una doble humanidad: una opulenta, la de los ricos en los países centrales, y los periféricos” (BOFF. Leonardo. Nueva Era: “la civilización planetaria”. Editorial Verbo Divino, 1995).

Con el dominio del capitalismo en el planeta entero, y el desarrollo de las nuevas tecnologías, luego de la caída del bloque soviético y sus satélites, entramos en la llamada “Globalización”, en especial de tipo económico, que favorece en especial a las grandes potencias, explotando sin piedad todos los recursos naturales e hipotecando el futuro de las próximas generaciones.

EL SUPERMERCADO PLANETARIO
Al llegar al siglo XXI, vemos al planeta convertido en un
inmenso supermercado, en el que se expolia a la naturaleza, y el ser humano es reducido a la condición de consumidor, situación que se refleja en el uso desaforado de los recursos, lo que ha llevado a la destrucción del medio ambiente.

Esto fue posible, gracias al mito forjador de la sociedad moderna, el tecno-económico del progreso, con el cual, la tierra ha sido transformada por diferentes actividades, con intensidad y consecuencias diferentes. Así, según informes del 2001, y que hoy, según el informe de Al Gore, son superiores, del 10 al 15 % de la Tierra, está ocupado por cultivos en surco, o por industrias, y el 6 al 8 % ha sido convertido en pastizales. Se calcula que la proporción de la tierra explotada y degradada por el hombre es del 39 al 50 %, lo que es una proporción y una cifra inmensas. Un primer efecto es la pérdida de biodiversidad. Para entender este problema debemos integrar las causas sociales, económicas y culturales, con evaluaciones científicas de los aspectos biofísicos, biológicos y mecánicos. El trabajo interdisciplinario es el recurso más sólido para predecir el curso de los eventos y para alcanzar alguna esperanza de afectar, positivamente, las consecuencias. (MOJICA, Tobías. La tierra es apaleada. ICFES, Bogotá, 2001).

Igualmente, se han dado alteraciones antropogénicas de los ecosistemas marinos, deteriorando los humedales, los manglares, con la desaparición de especies vegetales y animales. En especial, las industrias pesqueras se han especializado en pescar predadores primarios, lo que lleva al aumento de las poblaciones no predadoras. Todo esto ha sido obra de los países llamados desarrollados, pues los países atrasados desarrollan actividades pesqueras artesanales y en parte sostenibles. Los botes pesqueros de los países ricos, en su afán de rapiña, completan el daño de los hábitats.

Como anota Mojica, el aumento del CO2 representa la señal más clara y documentada de la alteración de la atmósfera. Las concentraciones de CO2 permanecieron más o menos estables hasta alrededor de 1800, y han aumentado en los últimos años debido a la quema de combustibles fósiles, la cual ha crecido dramáticamente por el aumento de la polución a causa de las industrias y el exceso de automotores, y éste es el factor más importante del efecto invernadero.

También el agua se ve alterada, y así, ha aumentado el flujo de más de 2/3 de los ríos y mares por causa de la acción humana tan desmedida. La contaminación de los mares ha llevado a la muerte de peces y de otros recursos biológicos. Igualmente la desviación de ríos para plantas hidroeléctricas e irrigación de cultivos ha alterado los ecosistemas de agua dulce.


La producción de químicos orgánicos sintéticos, si bien ha traído amplios beneficios, muchos de estos compuestos son tóxicos y algunos peligrosos como el insecticida DDT que se han acumulado en organismos a través de las cadenas alimenticias, han devastado poblaciones de predadores (en especial águilas y halcones). También se han mezclado las floras y faunas, que habían estado separadas geológicamente, y se han transportado especies, o sea, ha habido una invasión biológica, y así, las especies invasoras han destruido las especies nativas. Si bien la invasión biológica es un proceso natural, la actividad humana ha elevado su rata o proporción en diversos órdenes de magnitud. El tráfico de organismos es masivo y global, y con él han aparecido nuevas enfermedades infecciosas en las diferentes poblaciones. Por eso se ha dicho que las invasiones son la segunda causa de extinciones después de la transformación de las tierras. Así, la introducción de peces exóticos puede alterar radicalmente la existencia de otros peces, y de insectos que se alimentan de zooplancton, los cuales a su vez se alimentan de algas, las que permiten determinar la calidad y el uso humano de las aguas. Además, se han extinguido gran cantidad de especies de poblaciones localmente adaptadas y de su material genético, disminuyendo la adaptabilidad de las especies y de los ecosistemas.

Pero uno de los cambios más peligrosos y de consecuencias imprevisibles es la manipulación genética como también la clonación, que han llevado a crear especies aberrantes, como la de animales gigantescos, en especial ratas y otras especies.

“Las modificaciones ecológicas, nunca han sido tan grandes, tan numerosas, tan rápidas y tan diversas. Los habitantes de los países desarrollados consumen más energía que los otros congéneres del planeta, y es la que está contaminando y deteriorando el planeta, de modo que el problema principal es el desbalance en los estilos de vida. Así, un ciudadano de un país desarrollado consume energía mil veces más que un ciudadano tercermundista, y la pregunta es, ¿será por ello mejor su calidad de vida?; sin embargo, las estadísticas no son absolutas en este sentido” (id, Mojica).

Con el desarrollo tecno-industrial, el hombre se creyó dueño de la naturaleza y con derecho a dominarlo todo, de ahí el sentimiento de separación que es la gran enfermedad de nuestro tiempo, las ciudades están pobladas de muchedumbres desarraigadas y encuentran en el consumo, la calma pasajera de sus problemas como la soledad y la depresión, y el aumento de las enfermedades físicas y mentales, cuyo único paliativo son el consumo de medicinas producidas por las multinacionales; se vive así en un círculo vicioso: la misma sociedad que causa el problema busca remediarlo con las medicinas que en parte la han causado y que ella misma produce.

Además, los conceptos de “libre empresa” y “libre competencia”, que se afianzaron con el neoliberalismo, quieren hacernos olvidar que en la sociedad capitalista tales libertades son imposibles, pues no todos tienen iguales oportunidades y ventajas, como se ve hoy día con el aumento de los monopolios y la mayor concentración de riquezas en pocos individuos y naciones, generando una pobreza y exclusión cada vez más generalizada.

Las multinacionales y grandes corporaciones, lo mismo que las mafias, han reemplazado en este mundo global a los gobiernos, e imponen una ideología consumista y depredadora que van en contravía del desarrollo y promoción humanos. Así por ejemplo, el derecho al trabajo se convirtió en un privilegio y hoy, el cada vez más creciente desempleo del personal calificado, ha llevado a afirmar que la era del trabajo ha terminado, pues en gran parte las máquinas reemplazan la labor humana, la cuál es considerada injustamente de inútil. Esto está generando frustración y malestar en los millones de jóvenes que después de realizar grandes esfuerzos para capacitarse profesionalmente, no encuentran oportunidades ni condiciones para desempeñarse en el mundo laboral.

Además, el desarrollo de la automatización y de la producción en serie, no sólo ha llevado a la deshumanización del trabajo, sino a la fabricación de productos innecesarios, y los países poderosos se han centrado en la fabricación de armas que venden a los países más desprotegidos, fomentando la guerra. Son millones las personas que trabajan en asuntos que nada tienen que ver con sus vidas, y así, gran parte de lo que se produce como lo que se consume, es irracional. El mismo ocio que debería servir para compensar el esfuerzo por un trabajo agobiante, se ha convertido en lo que Marcuse llama el “ocio represivo”, que los medios de comunicación saben utilizar, estimulando la violencia, la dependencia sexual, o la nueva religión de masas en lo que han convertido el deporte, y en el cual se manejan astronómicas cifras que sólo le sirven a unos pocos.

Por eso no es razonable el optimismo con que los humanos del siglo XIX, y parte del XX, soñaban con un mundo que gracias al progreso científico-técnico, traería paz y felicidad. Las guerras europeas del 14 y del 39, con sus millones de muertos, el Holocausto y los campos de concentración rusos, y sus desenlaces a nivel planetario, nos señalan lo contrario; una especie de fatalismo y resignación se extiende por el planeta entero. El mito progresista ha fracasado, y con ello, se han opacado las utopías, quedando aparentemente una sola, la del “mercado”, en la que satisface las necesidades el que tiene con qué, los demás, la gran mayoría, quedan excluidos.

4- LA REINVENCION DE LA NATURALEZA Y EL RETORNO DE GAIA
Estamos viviendo una época de “toma de conciencia” planetaria respecto a nuestra imagen de la naturaleza y de nosotros mismos: el deterioro ambiental es el reflejo de un malestar interno en el hombre, y una autocrítica planetaria se está dando a todos los niveles. Cada vez asumimos que durante más de cuatro siglos, se pensó la Naturaleza en términos puramente materiales, como simple proveedora de materia prima. La estúpida idea de creernos “reyes” y “amos” de la naturaleza, es reemplazada por una más real, la de ser viajeros en una aventura que involucra a todos los vivientes, y en el que la Naturaleza es nuestra guía, y nosotros los que debemos seguirla y a su vez orientarla.

Es un principio dialéctico que cada problema obliga a buscar su salida, así hallamos alternativas; lo primera es desarrollar como anota Leonardo Boff -teólogo y ecologista brasileño-, una ética planetaria. “Tres son los problemas que suscitan la urgencia de una ética mundial: la crisis social, la crisis del sistema de trabajo y la crisis ecológica, todas ellas de dimensión planetaria”.

Al entrar en una nueva etapa de mercados globales y procesos productivos automatizados, vamos inexorablemente hacia una economía sin trabajo, en la que los principales afectados son jóvenes calificados del mundo entero. De allí que al emplear los nuevos medios como Internet, Facebook, Twitter, etc., están generando transformaciones como las de Medio Oriente, España. Los gobiernos deberán atender el clamor de millones de desempleados y de quienes claman por una mayor justicia social; de lo contrario, ellos buscarán salidas violentas a su situación desesperada.

Frente a la economía de mercado, se abre camino una economía social que se centra en las relaciones humanas, en los sentimientos de intimidad, compañerismo, lazos fraternales y responsabilidad social. Se impone el desarrollo de formas imaginativas para transferir las crecientes ganancias, de modo que no sigan quedando en unas pocas manos, sino que haya una mejor distribución de las riquezas que supere las actuales inequidades, en especial en los países tercermundistas.

Así, frente al creciente desempleo debido a la maquinización creciente que desplaza cada vez más la mano de obra, se requieren medidas que brinden posibilidades laborales, por ejemplo, disminuir la sobre-explotación de los actuales trabajadores y empleados, emplear gran parte de la fuerza y la inteligencia humana en servicios sociales básicos, ayudas culturales, y que la idea de voluntariado no debe ser sólo asistencialista, sino que debe ser bien remunerada. Estas medidas parecen utópicas, pero deben tenerse en cuenta para una salida de la actual crisis.

Se trata de lograr que hagamos del nuestro un planeta sustentable para el ser humano y los demás seres vivos. El nuevo código que debemos elaborar, debe tener en cuenta no sólo los Derechos del hombre, sino también los de la Naturaleza, que para muchos parece algo exótico y sin fundamento, pero cuando la Naturaleza se ha ensañado en múltiples formas, empezamos a comprender que los desastres naturales son la respuesta al mal manejo que el hombre ha hecho de su poder frente a ella.

LA HIPÓTESIS GAIA
Debemos a J. E. Lovelock la recuperación de los estudios sobre nuestro planeta, al señalar cómo éste es la suma de los seres vivos y de las partes del entorno situadas bajo su influencia, incluyendo al hombre
como parte o socio de una entidad muy democrática, con una edad de más de tres mil millones de años y que puede superar la segunda ley de la entropía. Esto implica que en los agrupamientos moleculares altamente improbables, existe la vida. El término Gaia hace referencia a la mitología griega que la concebía como la Madre Tierra, y que según Hesíodo es “la de ancho seno, eterno e inquebrantable sostén de todas las cosas. En Gaia es posible extraer energía a partir de unos pocos elementos, el carbono, el hidrógeno, el oxígeno, el nitrógeno, el fósforo y el azufre, y se interrelacionan en un número casi infinito de combinaciones. Lo fundamental en esto es que, así como los castillos de arena no son consecuencia accidental de fenómenos como el viento o las olas, tampoco lo son los cambios químicos experimentados por la composición de la corteza terrestre que hacen posible la combustión. Allí donde se dan situaciones de desequilibrio, como ocurre con el oxígeno y metano en el aire o con los árboles, se vislumbra algo de tamaño planetario capaz de mantener inalterada una distribución molecular altamente improbable.

Como anota Lovelock, “la vida de este planeta es una entidad recia, robusta y adaptable; nosotros no somos sino una pequeña parte de ella. Su fracción más esencial está constituida probablemente por el conjunto de criaturas que habitan los lechos de las plataformas continentales y que pueblan el suelo inmediatamente bajo la superficie. Los animales y las plantas de gran tamaño son relativamente irrelevantes; resultan quizás comparables a ese grupo de elegantes vendedores y modelos glamorosas que se encargan de presentar un producto pueden ser deseables pero no esenciales. Son los esforzados trabajadores microbianos del suelo y los lechos marinos los que mantienen las cosas en marcha, y la opacidad de sus respectivo s medios los pone a salvo de la más intensa radiación ultravioleta” (LOVELOCK, J. E. GAIA, una nueva visión de la vida sobre la tierra. Ediciones Orbis. Argentina, 1986).

De acuerdo con lo anterior, en el caso de radiaciones nucleares, o la explosión de una estrella que afectara a la Tierra, serían la especie humana y los animales grandes los más afectados, mientras que la mayor parte de la vida unicelular quedaría indemne, tal como ha ocurrido con las explosiones nucleares con los arrecifes coralinos.

La propiedad más importante de Gaia es su “tendencia a optimizar las condiciones de la totalidad de la vida terrestre”. Según esto, la vida seguirá adelante, a pesar de los obstáculos que se le presenten. La segunda propiedad es que en Gaia hay órganos vitales, situados en su centro, y órganos prescindibles situados en la periferia. Según esta propiedad, lo que se le haga a la Tierra depende del lugar desde donde se le afecte. Así, los órganos vitales del cuerpo de Gaia no están en la superficie terrestre, sino en los estuarios, los pantanos y los fangos de las plataformas continentales. La tercera propiedad es que las respuestas que desencadenan los cambios se producen según las reglas de la cibernética, y tiene que ver con las posibilidades regulatorias asociadas a diferentes constantes de tiempo y distintas capacidades funcionales. Como sistema homeostático, Gaia tiende a corregir los cambios en los flujos energéticos, y por eso puede perdurar más allá de lo previsto.

El punto de partida de la hipótesis Gaia, fue la contemplación de la Tierra desde el espacio, que permitió poseer por vez primera una visión del conjunto del planeta, y que incluye a nuestra especie y su tecnología como parte necesaria del proceso natural. Como anota Lovelock, “un factor esencial de nuestras relaciones –recíprocas y con el resto del mundo-, es nuestra capacidad de responder adecuadamente en el momento oportuno”.

Para nuestro bien y el de todas las especies, esperamos no se tarde para emprender el camino correcto.

viernes, 6 de mayo de 2011

DERECHOS DEL HOMBRE vs. DERECHOS DE LA NATURALEZA I

ÓSCAR LÓPEZ R. - FILÓSOFO-PSICÓLOGO

1- La trama de la Vida
2- El hombre y su idea de la Naturaleza
3- La Naturaleza y la sociedad tecno-industrial
4- La reinvención de la Naturaleza y el retorno de Gaia


1- LA TRAMA DE LA VIDA
En los miles de millones de años del desarrollo del universo y de la tierra, un paso decisivo fue la aparición de los primeros vivientes: primero, los organismos más simples, las frágiles plantas y los gigantescos árboles; luego vino la diversidad de especies animales hasta llegar a los seres humanos. Todo ese proceso es parte de una misma cadena, y sin aquéllos, éstos no se hubieran desarrollado. Es la maravillosa unidad de lo que hoy llamamos biosfera, ese complejo entramado que convierte al nuestro en el planeta azul, que ha logrado sostenerse contra todas las fuerzas que han operado en su contra. Sin embargo, ningún obstáculo ha sido más grande como el que enfrenta hoy, frente a esa aparentemente frágil creatura que es el hombre, ese recién nacido de la evolución, el cual, gracias a su plasticidad mental, y con la ayuda de la técnica y la ciencia, en unos pocos millones de años, ha puesto su impronta, erigiéndose sobre las demás creaturas, llegando a dominar el planeta.

Como relata Carl Sagan en su libro “Cosmos”, “la historia humana se cuenta en días y siglos. Su unidad más amplia es un millar de años, lo que no es mucho más que un parpadeo para los geólogos y paleontólogos, cuya medida habitual es en miles de millones de años”. Nos dice Sagan que si imaginamos la edad de la tierra como un simple día cosmológico, los dinosaurios aparecieron muy tarde, al anochecer, a las 22:42 horas; el ser humano, un minuto y medio antes de media noche, y la civilización, apenas menos de un segundo después.

La historia de la humanidad, o mejor, del devenir “hominizante” se eleva al menos a un millón de años, y se conecta históricamente con la vida que precede a la aparición del hombre. La materia cósmica camina en dirección a la vida, la vida avanza en dirección a la conciencia, la conciencia se transforma en el espíritu del hombre, y el espíritu provee al ser el sustrato para que se una al absoluto. En nuestro interior llevamos el potente impulso evolutivo del universo, y ese impulso se nos hace sentir como ensoñación, ansia, desasosiego, esperanza e inquietud.

No somos pues, más que una especie entre las millones que pueblan la tierra, resultado de millones de años de flujo vital, sin embargo nos sentimos especiales, en medio de esa exuberante diversidad biológica, porque tenemos una inigualada capacidad para el lenguaje hablado y la conciencia introspectiva, y podemos dar forma a nuestro mundo como ninguna otra especie; creemos que esto nos sitúa en la cima.

Nuestro cerebro es como dicen los biólogos, una emergencia propia del sistema cerebral hipercomplejo de un primate organizado. La conciencia es el producto global de interacciones y de interferencias cerebrales, inseparables de las interferencias e interacciones de una cultura sobre un individuo. Es la cualidad global más extraordinaria del cerebro, la autoreflexión por la que existe el “mí”, el “yo”. Es una cualidad dotada de potencialidades organizadoras capaces de retroactuar sobre el ser mismo, de modificarlo, de desarrollarlo.

Como enseña la ciencia, en menos de un nanosegundo, el universo material irrumpió en la existencia. Pero la materia física no resultó ser un desorden aleatorio y caótico, se organizó de formas cada vez más intrincadas y complejas, y durante millones de años encontraron la forma de reproducirse, y así de la materia emergió la vida. Estas formas de vida no se contentaron aparentemente con reproducirse, sino que comenzaron una larga evolución que les permitió al final representarse, crear signos, símbolos y conceptos. Y así, luego de miles de millones de años, de la vida surgió la mente.

Los dos elementos que parecen enfrentarse son, Naturaleza y Hombre; aquella con su inmenso poder, éste con su inteligencia, y si bien durante milenios vivieron en relativo equilibrio: la naturaleza imponía sus criterios y el hombre se sometía a ellos, los respetaba; luego de las conquistas científico-técnicas, el ser humano logró desplazar a los demás seres vivientes en el dominio del planeta, erigiéndose como único ser que tiene derechos; la naturaleza a su vez, en especial en nuestros días, nos está enseñando que tiene suficiente poder para reaccionar frente a las agresiones que le hagan . Sin embargo, Hombre y Naturaleza son parte de la misma trama, aquél como parte consciente, ésta como fuente nutricia, y de la cual no podemos separarnos sin consecuencias graves como las que estamos viviendo hoy.


Pero los humanos no sólo hemos dominado el planeta, sino que los más poderosos han ejercido violencia física y mental sobre la mayoría de sus congéneres; quienes han debido reaccionar, unas veces a la fuerza -con gran cantidad de víctimas- otras por medio de leyes y normas con las cuales se ha buscado defender el derecho de los débiles. De ahí surgió lo que llamó Rousseau “El Contrato social”, una especie de acuerdo, ante el cual los poderosos han cedido a medias y sólo en épocas luminosas ha podido imperar el Derecho frente a la fuerza. Al considerar la naturaleza casi siempre como lo estable, y aún lo que existe conforme a la razón, el Derecho natural es el resultante de la naturaleza humana, supuesta universal e idéntica a través de la historia, en oposición al Derecho positivo que es un Derecho divino, que coincide a veces, con el natural.


En su sentido más simple, lo que es de derecho se opone a lo que existe de hecho, es decir, lo que funciona de acuerdo a normas, se opone a lo que está estatuido, que muchas veces es fruto de la tradición o de la arbitrariedad. Por eso, lo que es de derecho se entiende en muy diversos sentidos, pero casi siempre alude a lo que moralmente debe ser una cosa, y así se opone en ocasiones a lo que transcurre conforme a la naturaleza.

Fueron los romanos y los griegos, los primeros que hablaron del hombre como “sujeto de derechos” y poseedor de un “logos” que compartía con la divinidad, aunque esto ha valido para los occidentales de los países desarrollados, pero no para los demás, esclavos y extranjeros, convertidos en “bárbaros”. El cristianismo al considerar a los humanos como Hijos de Dios, postula la idea de “Persona” con derechos inalienables. Con la Revolución Francesa en el mundo moderno se empezó a hablar de “Derechos del Hombre”, cuya traducción del francés al castellano se debe a Antonio Nariño, por lo cual fue llamado el “Precursor de la Independencia”.

En 1948 las Naciones Unidas proclamaron la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, que han servido como norma sobre las relaciones humanas, y señala el valor de la vida humana, pero también de toda forma de vida, el respeto y la protección de la persona humana, desde el niños hasta el anciano, el hombre y la mujer, la libertad civil, tanto individual como colectiva. Pero no sólo los derechos individuales, sino también los sociales a partir de la igualdad, el derecho a la propiedad, al trabajo, a la huelga; critica toda forma de esclavitud como contraria a la naturaleza humana, el derecho en la guerra, el derecho entre las naciones y los pueblos.


En nuestro país, a partir de la Constitución de 1991, se reglamentaron una serie de derechos que habían sido descuidados en la Constitución de 1986, pero la carencia de reglamentación ha llevado a muchos equívocos y reglamentaciones.

Una constante que ha imperado desde los inicios de la modernidad ha sido la asimetría entre derechos y deberes, pues, por un lado, los grupos más fuertes se han considerado siempre “sujetos de derecho”, negándole a las diversas minorías políticas, de género, raciales, sus derechos. A su vez, es más común plantear los derechos que los deberes, y así se han impuesto aquéllos sobre éstos, trayendo una serie de consecuencias que hoy estamos visualizando a todos los niveles.


La división de los derechos humanos en tres generaciones fue concebida por primera vez por Karel Vasak en 1979. Cada una se asocia a uno de los grandes valores proclamados en la Revolución francesa: libertad, igualdad, fraternidad.


Los derechos de primera generación son los derechos civiles y políticos, vinculados con el principio de libertad: derechos de defensa o negativos, que exigen de los poderes públicos su inhibición y no injerencia en la esfera privada.


Por su parte, los derechos de segunda generación son los derechos económicos, sociales y culturales, que están vinculados con el principio de igualdad. Exigen para su realización efectiva de la intervención de los poderes públicos, a través de prestaciones y servicios públicos. Existe cierta contradicción entre los derechos contra el Estado (primera generación) y los derechos sobre el Estado (segunda generación). Los defensores de los derechos civiles y políticos califican frecuentemente a los derechos económicos, sociales y culturales como falsos derechos, ya que el Estado no puede satisfacerlos más que imponiendo a otros su realización, lo que para éstos supondría una violación de derechos de primera generación.


En la tercera generación de derechos, surgida en la doctrina en los años 1980, se vincula con la solidaridad. Los unifica su incidencia en la vida de todos, a escala universal, por lo que precisan para su realización una serie de esfuerzos y cooperaciones en un nivel planetario. Normalmente se incluyen en ella derechos heterogéneos como el derecho a la paz, a la calidad de vida o las garantías frente a la manipulación genética, aunque diferentes juristas asocian estos derechos a otras generaciones: por ejemplo, mientras que para Vallespín Pérez la protección contra la manipulación genética sería un derecho de cuarta generación, para Roberto González Álvarez es una manifestación, ante nuevas amenazas, de derechos de primera generación como el derecho a la vida, la libertad y la integridad física. En los últimos años, las minorías de todo el planeta han exigido el respeto a sus derechos, sea de los pueblos sometidos, o de las minorías sexuales, étnicas y culturales.


Nuestra época vive el mito de la libertad individual, con el cual nos hemos querido desligar de todas las dependencias, pero paradójicamente la libertad no implica la desaparición de las dependencias, sino que más bien las aumenta. Como anota E. Morin, toda libertad es sierva, es decir, se define por las condiciones de las que depende, somos poseídos –alienados- por lo que funda nuestra autonomía.

Al tomar en nuestras manos el destino del planeta, nos enfrentamos también a nuestros demonios interiores. Por eso no es razonable el optimismo con que los humanos del siglo XIX, y parte del XX, soñaban con un mundo que gracias al progreso científico, traería paz y felicidad. Las guerras europeas del 14 y del 39, con sus millones de muertos, el Holocausto, los Gulags (campos de concentración rusos), y sus desenlaces a nivel planetario, nos señalan lo contrario; una especie de fatalismo y resignación se extiende por el planeta entero. El mito progresista ha fracasado, y con ello, se han opacado las utopías, quedando aparentemente una sola, la del “mercado, y para el cual el mundo es un inmenso supermercado, en el que si tenemos con qué pagar, podemos alcanzar lo que queramos.

Si queremos tener una visión integral de la vida debemos
incluir lo viviente en lo humano, y lo humano en lo viviente, y así se enraiza en la organización física y se despliega sobre todo lo que es antroposocial. Como indica Edgar Morin, “es necesario pensar la vida, pensando nuestras vidas.

Un carácter peculiar de la vida es su dimensión organizacional, además de ser la vida de una especie y la de un individuo, es decir, que está constituida en reinos, ramas, órdenes, clases y especies; por ello es también ecoorganizadora.

2- EL HOMBRE Y SU IDEA DE LA NATURALEZA

La idea de que somos parte de la Naturaleza tiene una larga historia. Las primeras ideas sobre la Naturaleza se basaban en el animismo, cuando se creía que todo lo existente era portador de un
alma; esta fue la transposición de cualidades humanas a los demás seres. De ahí surgió la idea del culto, sobre todo a las fuerzas que el hombre no podía dominar o conocer: el sol, la luna, las estrellas, el agua, y se rendía ante ellas. En la medida en que se logró un conocimiento de ellas, en especial con los griegos, con la filosofía y la ciencia, las convirtió en objeto de conocimiento y dominio; a diferencia de los pueblos orientales, la desmitificaron y la interpretaron como principio de vida y de movimiento de todas las cosas existentes, y la denominaron Physis, término con que los griegos llamaban a la Naturaleza, que lo anima todo y está presente en todo.

Tal como anota Heidegger, “la Naturaleza consiste en la obra humana y el destino de los pueblos, en las constelaciones y los dioses, pero también en las plantas y animales, en los ríos, los hombres y tormentas. Nunca se deja tocar en ninguna parte dentro de lo real como algo real individualizado”.

Durante los dos milenios de la civilización greco-cristiana, el hombre se creyó rey de la creación, y buscó modelarlo de acuerdo a sus deseos e intereses. En el cristianismo el concepto de Naturaleza adquiere un carácter teológico, y es lo que es creado, y sólo por derivación adquiere un carácter cosmológico. A partir de la teoría de la evolución resurgió la idea de que somos parte, y no la más privilegiada del mundo natural. Charles Darwin le devolvió al hombre su puesto en la Naturaleza, relacionándolo por su origen, con todos los seres vivientes, sujeto a los mismos procesos biológicos.

Según Aristóteles, “la naturaleza es el principio y causa del movimiento, y la calma de la cosa a la cual es inherente al principio y por sí, no accidentalmente” (Física II, 1, 192b). Con la idea de accidente, quiere Aristóteles distinguir lo que es propio de la Naturaleza y lo que es obra del hombre. La naturaleza puede ser también la materia que tiene en sí misma un principio de movimiento y de cambio, el cual es la forma o la sustancia de la cosa como de cían los presocráticos, y así la sustancia se desarrolla y resulta lo que es. Una cosa posee su naturaleza, al lograr su forma, cuando es perfecta en su sustancia. A partir de esto, Aristóteles nos propone una definición más completa de la naturaleza: “la sustancia de las cosas que tienen el principio del movimiento en sí mismas”, y según él, a esta definición pueden ser reducidos todos los significados del término; entonces, la naturaleza es no sólo causa, sino causa final, con lo cual inauguró las teorías del finalismo.


Esta definición, según Abbagnano, dominó por mucho tiempo en el pensamiento occidental, y a pesar de sus críticas o de las críticas que se le han hecho, nunca ha sido abandonada del todo. Así se ha dicho que la Naturaleza es el poder creador de Dios: es Naturaleza creadora; Spinoza habló por ello de Natura sive Deus (Naturaleza o Dios); pero por ser inherente a las cosas que producen, es Naturaleza creada.

La Physis fue para los presocráticos, la realidad misma, y significa poder o vida que otorga poder. Entre la multitud de sus significados, resaltan dos: el primero, es algo que en sí mismo tiene movimiento, lo que es en el curso de una “creación” o “desarrollo”, y equivale al Arké, principio. El segundo también significa el proceso mismo del “emerger”, del “nacer”, es una fuente, un hontanar, algo así como la “fuente del ser” (FERRATER MORA. Diccionario de Filosofía).

Indica luego, cómo a partir de una experiencia poético-pensante fundamental, se reveló a ellos, y sólo a partir de esta revelación pudieron vislumbrar lo que es la Naturaleza en sentido estricto, y en su poder radican tanto el devenir como el ser, y es el origen del cual surge lo oculto. Para Heidegger, la Physis se relaciona con la “presencia”, o sea lo que “aparece”, y que está “oculto” hasta en su mismo aparecer. Por eso dice Heráclito, que la “Naturaleza ama esconderse”.

Como señala Morin, “La idea fundamental de la Physis es la de organización activa; el carácter organizacional es fundamentalmente común a todos los sistemas”.

Para los estoicos, la Naturaleza es considerada como orden y necesidad, y se relaciona con la noción de ley natural que tuvo tanta importancia hasta el siglo XIX en la moral y el derecho. La ciencia moderna, en las obras de Leonardo, Copérnico, Kepler y Galileo, plantean un orden necesario de carácter matemático, que la ciencia debe buscar y describir. Para Leonardo, “la necesidad es tema e inventora de la necesidad, freno y regla eterna”. Galileo considera que la Naturaleza, es el orden del universo, un orden que es único y que nunca ha sido ni será diferente. Aquí en estas teorías se niega ya el finalismo aristotélico.

Para el neoplatónico Plotino, la Naturaleza es manifestación del espíritu, o un espíritu inferior, degradado; tal concepción la comparten las metafísicas espiritualistas desde Boheme, Novalis, hasta Hegel quien decía: “la Naturaleza es la idea en la forma del ser otro”, esto es, de la “exterioridad”. Por eso no muestra libertad alguna en su existencia, sino sólo necesidad y accidentalidad”.

El Renacimiento exaltó también a la naturaleza, así, para Nicolás de Cusa: “la Naturaleza es la complicación que se genera a través del movimiento”. Para Giordano Bruno: “la Naturaleza es Dios mismo o es la virtud divina que se manifiesta en las cosas”. A partir del siglo XVIII se comenzó a oponer la Naturaleza al hombre, y Rousseau propugnó por el “retorno a la naturaleza”.

A partir del siglo XX, con la ciencia contemporánea, la Naturaleza se define en términos de campo; ella es el campo objetivo al cual hacen referencia tantos los diferentes modos de percepción común como los de la observación científica. Con esto se elimina toda visión metafísica, y se la convierte en un concepto funcional.

Según Morin, la Naturaleza no es más que “esta extraordinaria solidaridad de sistemas encabalgados los unos sobre, por, con, contra, los otros; la Naturaleza son los sistemas de sistemas en pólipos, en matorrales, en archipiélagos. La Naturaleza es un todo polisistémico. Desde el momento en que las interrelaciones entre elementos, eventos, o individuos, tienen un carácter regular o estable, se convierten en organizaciones” (MORIN,Edgar, “Naturaleza de la naturaleza”).
NIGHT IN THE TROPICS - RANDY GRODEN
Continuará…