martes, 3 de noviembre de 2009

LA CREACIÓN CULTURAL COMO RESISTENCIA

Óscar López


En su loca zarabanda, la dinámica de la mundialización, no cobija sólo a los países y a las empresas. Ella arrastra también, con la fuerza de un torrente, a los individuos que alcanza y arrebata. ¿Cómo resistir? Una principal muralla es la cultura, a condición de darle un contenido más político y más democrático.

Por Roger Lesgards.


Vermeer - La Lechera


La entrada al nuevo siglo se hace bajo el imperio de la eficacia, de los resultados y de la lógica financiera, y el consumismo. La máquina tecno-económica tiende hacia una gestión totalizante que lo absorbe todo –incluida la cultura-, a imponer sus códigos, sus signos y sus lenguajes, a modelar los imaginarios individuales y colectivos, a movilizar las inteligencias y las sensibilidades, a conquistar cuerpo y espíritu para mejor reclutarlos y corromperlos a su manera. Se trata de una máquina voraz, que desborda los dominios de lo económico y lo técnico.

Esta máquina toma su impulso a partir de tres móviles: el deseo, el cual por definición jamás se ve satisfecho, y que se expande por mimetismo; la ejecución, es decir, la acción en su estado más intenso, que permite a la vez compararse, singularizarse y “trascenderse”, como dicen los deportistas, y, la libertad, palabra que se entiende como saltar las normas y los obstáculos.

Esta ideología seductora pretende constituir un humanismo, y reposa en verdad sobre la concepción de un hombre mediocre, conformista y dócil, segmentado, en el cual la demanda de ser un productor eficaz, un consumista obsesivo, un animal comunicante y un conjunto de órganos manipulables. Esta ideología reposa en la reducción de la sociedad a un simple agregado de individuos, que para crecer y mejorar, debe ser estructuralmente una sociedad desigual y excluyente. Su acción se ejerce por el entramado de tecnologías de la información y de la comunicación –de la televisión al Internet-, que juegan de un modo muy amplio sobre los tres registros evocados, que buscan preparar una sociedad ideal, un “no más allá” del acceso al saber, de la transparencia y de la democracia!

Frente a esta invasión, es tiempo de darle un contenido vigoroso a la noción de cultura, al menos en cinco de sus dimensiones:


1- Aprendizaje y ejercicio del pensamiento crítico, así como de la razón emancipadora, la cual realiza un trabajo permanente sobre las certidumbres veloces, sobre las ideas acomodaticias creadas por los “gurús” del momento;

Watteau- Embarque para Citerea

2- Creación de apoyos simbólicos (lenguaje, obras de arte), donde se ejerce el imaginario, la sensación, la sensibilidad, la emoción, la pasión; que lleve a una interpretación del mundo, de la vida, de la muerte, del pasado, a fin de constituir una representación lo más coherente posible del tiempo y del espacio;

3- Adquisición y cambio de saberes (los que están en relación a la verdad y búsqueda de la verdad) como experiencia humana acumulada;


4- Una relación al “otro”, al diferente, a lo diverso; comunicación (en el sentido de ponerse en común), de construcción permanente del sí mismo, por y con el otro, pero también frente al otro;


5- Relaciona la belleza, que es la expresión de una subjetividad, la de un sujeto suficientemente libre para entregarse a un juicio, un placer y una conciencia, y al mismo tiempo en tensión hacia un universal. Lo bello como reinvención permanente de la relación entre lo sensible y lo inteligible.

El asunto central es el siguiente: en primera instancia, cómo lograr una tal concepción de la cultura, y en particular, qué política cultural es posible para un Estado-nación abierta a los cuatro vientos del mundo. Dos ideas fundamentales pueden ser aquí retenidas: la primera es intentar forzar lo Técnico-económico hasta el punto crítico de subvertirlo por lo poético, es decir, por la creación artística. ¿De qué se trata? En principio, investir este campo para explotarlo en lo que pueda tener de favorable a una renovación de la creación. Pero también resistirlo de frente, oponerse al proceso de explotación y de fascinación (la técnica como nueva magia). Investir, sustraer, resistir, tres verbos activos cuyo sujeto son aquí, crítica y creación.





¿Crítica? La palabra debe ser tomada en el sentido de un análisis de los discursos y de las prácticas, comprendido los usos de la razón, en particular, la razón técnica e instrumental. Se trata de librar a las técnicas triunfantes de su ganga ideológica que las lleva a hacer creer que ellas son portadoras de una revolución, y que irresistiblemente dirigen el movimiento de las cosas. El pensamiento crítico debe provocar una conmoción, una discontinuidad, una posibilidad de reconfiguración. En suma, la esperanza de componer una nueva figura del mundo que no parta de un punto de vista tecno-lógico.

Es en esta conmoción donde juega (y se juega) la creación artística. ¿No es ella, anunciadora y previsora de objetos únicos, originales, en ruptura con la tradición, de objetos que nos señalan nuevos horizontes, y que toman parte de la creación del mundo de los hombres? Arquitectura, poesía, teatro, literatura, música, danza, artes plásticas, cine, todas las disciplinas, y sus entrecruzamientos tienen aquí su lugar. Con la búsqueda científica, en el mejor sentido, si ella quiere recordar que su vocación primera no es ponerse al servicio del economismo, o de erigirse en moral, sino aportar conocimientos nuevos, integrarlos, y desarrollar uno de los caminos hacia la búsqueda de la verdad. Apoyo a la creación en toda su diversidad, tal sería su primer fundamento.


Planeta Coca-Cola

La segunda idea directriz será tomar la cultura como factor de acercamiento entre los seres humanos, en miras, de igualdad, fraternidad, comprensión mutua, como instrumento de lucha contra el repliegue étnico y sobre sí mismo, el rechazo del otro, la segregación social, la discriminación…




La tentación actual que gana terreno es: el etnocentrismo (mi cultura es superior a la tuya y yo debo imponerla). Esto lleva a la purificación, la segregación, la discriminación del nacional-populismo y del racismo.



No son ni Coca-Cola, ni los jeans, ni Niké, ni Microsoft, ni el mismo Internet con sus redes y satélites, portadoras de imágenes y sonidos, los que podrán invertir la corriente, sino nuestra capacidad de asumir al “otro”, abrirnos a él, y reconocerlo como una parte de nosotros mismos. En otros términos, responder, lo más positivamente posible, a la pregunta que proponía Cornelius Castoriades: “¿un hombre y una sociedad pueden construirse sin oponerse al otro, sin rechazarlo, y finalmente, sin odiarlo?”.

Tomado de LE MONDE DIPLOMATIQUE, Diciembre 2001.


Traducción del francés, Óscar López R.

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