sábado, 21 de noviembre de 2009

DESEO, CONSUMO Y SACRIFICIO

ÓSCAR LÓPEZ RAMÍREZ




"En el capitalismo, el deseo de tener no sólo se ha convertido en algo central, sino que está asumiendo una dimensión casi totalitaria. Hasta en las relaciones personales, "las personas se van transformando en cosas; sus relaciones mutuas asumen el carácter de propiedad"". (Erich Fromm. "Tener o ser". 1973)
Esta afirmación de Fromm, se hizo en los años 70`s, cuando el capitalismo no había penetrado aún con su agresividad en el planeta entero, ni la mente de los individuos estaba aún colonizada como ocurre hoy día, de ahí su gran valor.
Nuestra vida humana es no sólo comer, dormir, vestirnos, sino también aprender, divertirnos, y para ello se nos ofrecen aparatos cada vez más sofisticados; en la cocina, el rústico fogón de leña, petróleo o de carbón, fueron sustituidos por el fogón y el horno eléctrico, de gas o el microondas, la nevera, la lavadora eléctrica, la licuadora, y los cada vez mas complejos implementos que suplen la ajetreada vida diaria, y como ayuda para quienes trabajan fuera de sus casas. El equipo de sonido, el televisor, el DVD, el walkman, el Ipod, son el complemento necesario en nuestras diversiones y para instruirnos. El computador, el MP3, MP4, hacen parte del equipo corriente en especial de los jóvenes, quienes no conciben ya sus vidas sin ellos, y les permiten vivir en esa “otra realidad”, la virtual, distinta a la cada vez más asfixiante vida cotidiana.

Estos cambios en nuestro menaje diario, son parte del acelerado desarrollo tecnológico, en que pasamos de las herramientas y máquinas simples, a objetos integrados en sistemas. Como anota Baudrillard, “los objetos se han vuelto hoy más complejos que los comportamientos del hombre relativos a estos objetos. Hoy día son los actores de un proceso global en el que el hombre no es más que el personaje o el espectador”. BAUDRILLARD, Jean. El sistema de los objetos. Siglo veintiuno Editores. Bogotá. 1984.


En palabras más simples, dice Marx en El Capital: “la riqueza de las sociedad en las cuales predomina el modo de producción capitalista se presenta como una enorme acumulación de “mercancías”. En la sociedad del capital, la mercancía no es una “cosa trivial y obvia”, sino “embrolladísima, llena de sutileza metafísica” y de caprichos teológicos. Es un jeroglífico social.

Cada vez pues, dependemos más de ellos, y somos menos autónomos; nuestros actos más simples están ligados a ellos, creándose una generación de tecno-dependientes, aún en asuntos relativamente simples como sumar ,restar o consultar vocablos.

Además, los gustos son cada vez menos “propios” y son más manipulados, siendo la expresión de deseos impuestos por los medios audiovisuales. Antes se compraba, se poseía, se gastaba y, sin embargo, no se “consumía”. Las fiestas primitivas, los gastos del señor feudal y el lujo del burgués del siglo XIX no eran consumo.
En las sociedades premodernas los deseos eran reprimidos o controlados como consecuencia de la violencia que los mismos deseos podían generar en las comunidades humanas; los tabúes, los mitos y los ritos, han sido mecanismos institucionales que han intentado proteger a la comunidad contra las violencias intestinas que en caso extremo, pueden llevar a su disolución.


Según Girard, “en las sociedades arcaicas, las tramas de lo prohibido y los comportamientos que esas tramas definen, llevan a cabo oficialmente la distribución de los objetos disponibles entre los miembros de esa cultura”.


Las políticas económicas liberales y neoliberales han sido pensadas en términos de satisfacción de los deseos de los consumidores, los cuales son presentados como necesidades, pero no son las necesidades las ilimitadas, sino los deseos.


Se puede concebir el consumo como una modalidad característica de nuestra civilización industrial, a condición de separarla de una vez por todas de su acepción común y corriente: la de un proceso de satisfacción de las necesidades; no es ese modo pasivo de absorción y de apropiación que conocimos antes, sino que es un modo activo de relación (no sólo con los objetos, sino con la colectividad del mundo), un modo de actividad sistemática y de respuesta global en el cual se funda todo nuestros sistema cultural. Además, "presupone una ética y una disposición alimentada por el imaginario colectivo"-Cuanta hoy con el apoyo de la publicidad que es no sólo una técnica de venta, sino "fuente permanente de ejemplaridad, estilos de vida-, es un universo planetario, debido a los medios de comunicación, a las industrias cultuirales, a las corporaciones transnacionales, a los ídfolos de la música pop, a las estrellas de cine, constituye una verdadera cultura mundializada" (ORTIZ,Renato. Mundialización: Saberes y Creencias, Editorial Gedisa, Barcelona, 2005). El mismo autor agrega: "Como las religiones, es una floresta de símbolos, un universo repleto de signos, mitos, un mundo con particularidades propias".


Como anota Baudrillard, el consumo no es ni una práctica material, sino que se define por la totalidad virtual de todos los objetos y mensajes constituidos desde ahora en un discurso más o menos coherente; es una actividad de manipulación sistemática de signos. Para volverse objeto de consumo es preciso que el objeto se vuelva signo, es decir, exterior, de alguna manera, a una relación que no hace más que significar, y toma su coherencia en una relación abstracta y sistemática con todos los demás objetos-signo. Entonces se “personaliza”, forma parte de la serie, es consumido, nunca en su materialidad, sino en su diferencia.


Esta conversión del objeto hacia un status sistemático de signos implica una modificación simultánea de la relación humana, que se convierte en relación de consumo, es decir, que tiende a consumirse: a “consumarse” y a “aniquilarse”, a través de los objetos que se convierten en su pretexto. Lo que es consumido no son los objetos sino la relación misma que está orquestada por el orden de producción.


Como dice Marx: así como las necesidades, los sentimientos, el saber, todas las fuerzas propias del hombre están integradas como mercancía en el orden de producción, se materializan en fuerzas productivas para ser vendidas; hoy en día, todos los deseos, los proyectos, las exigencias, todas las pasiones, y todas las relaciones se abstraen (o se materializan) en signos y en objetos para ser comprados y consumidos. La pareja, por ejemplo, su finalidad objetiva se convierte en el consumo de objetos que antaño fueron simbólicos de la relación.


En nuestras sociedades las mercancías adquieren un carácter “místico”, y es lo que llamó Marx el “fetiche de la mercancía”, es decir, que adquiere un carácter misterioso e infinito, de modo que los que no consiguen comprar un producto costoso, se sienten menos, inferiores, culpables, sin dignidad, y reaccionan a veces en forma violenta rompiendo el tabú de la propiedad privada y las leyes del mercado. Contra ellos la sociedad, es decir, los integrados en el mercado, que han interiorizado el tabú de la propiedad privada, se sienten con el derecho de emplear toda forma de violencia legal o ilegal contra ellos.


El consumo se define como una práctica idealista total, sistemática; por esto, el consumo no tiene límites. Si fuese relativo al orden de las necesidades, se habría de llegar a una satisfacción, pero no hay tal: se desea consumir cada vez más, es una compulsión al consumo, porque está dinamizada por el proyecto perpetuamente decepcionado y sobreentendido en el objeto. El proyecto mismo de vivir, fragmentado, decepcionado, significado, se reanuda y se aniquila en los objetos sucesivos. “Moderar” el consumo o pretender establecer una red de necesidades capaz de normalizarlo, es propio de un moralismo ingenuo o absurdo.





De la exigencia decepcionada de totalidad que se encuentra en el fondo del proyecto surge el proceso sistemático e indefinido del consumo. Los objetos-signo, en su idealidad, son equivalentes y pueden multiplicarse infinitamente: es preciso que lo puedan hacer para llenar, a cada momento, una realidad ausente, porque el consumo se funda en una falta o carencia es incontenible.


“El pensamiento económico neoclásico y el neoliberal presuponen que el ser humano no tiene necesidades sino únicamente gustos. De acuerdo con éste enfoque, el hombre no manifiesta la exigencia de la satisfacción de las necesidades de alimentación, ropa, etc., sino únicamente sus gustos o preferencias que p. Ej. le permiten preferir la carne al pescado, el algodón a la fibra sintética, etc.”. HINKERLAMMERT, Franz. Crítica de la razón utópica. Ediciones Paulinas. Sao Paulo.1986.

Para Celso Furtado, es fundamental que abandonemos las ilusiones de una “modernidad que nos condena a un mimetismo cultural esterilizante” y que huyamos de la obsesión de reproducir el perfil de los que se autodenominan desarrollados “y que asumamos nuestra propia identidad. No es fácil superar ese deseo mimético de consumo, o mejor del de apropiación que está en el centro mismo de la modernidad”.

La estructura básica del llamado por Girard, " deseo mimético", consiste en que yo deseo un objeto, no tanto por el objeto en sí, sino por el hecho de que otro lo desea. Si esto es así, el objeto deseado por ambos será siempre escaso en relación a los sujetos del deseo. Se crea así una rivalidad entre los dos individuos que desean el mismo objeto. Esto es la competencia, la cual es para la economía liberal impulsora del progreso. Y como siempre habrá novedades que sean objetos de deseo, la escasez siempre en relación a los deseos,será un hecho fundamental. Y la violencia que de ellos se deriva llegará a ser permanente.

En las sociedades modernas con el mito del progreso, los deseos miméticos en vez de ser reprimidos son incentivados, pues los carentes de ellos, se imaginan que su malestar y sus desgracias provienen de las trabas que los tabúes religiosos y las prohibiciones culturales imponen a sus deseos, y suponene que derribadas estas barreras se podría expandir el deseo y alcanzar sus frutos. JUN MO, Sung. Deseo, mercado y religión. Editorial SAL TERRAE. Bilbao. 1999.

En nuestras sociedades, el individuo “frustrado”, el pobre en la sociedad capitalista, internaliza el sentimiento de culpa por su fracaso, y así percibe su situación como fruto de su culpabilidad, y no como el resultado necesario de un modelo de desarrollo adoptado. Debido al proceso de secularización, que no significa la eliminación de lo sagrado, sino un desplazamiento de la esfera religiosa hacia otros ámbitos, principalmente el económico, el discurso de los sacrificios necesarios es hoy asociado más al campo económico que se ha ido llenando de la lógica y la terminología religiosa.

Se impuso así, el argumento según el cual “los sacrificios son necesarios para el progreso”, demandados por las leyes del mercado, pero sólo para los países y los individuos pobres del tercer mundo. En el mundo capitalista el progreso redentor es esperado en y a través del mercado, el cual viene a ser el nuevo fundamento de las sociedades, y adquiere un carácter sagrado.

El mayor desafío actual, es desenmascarar el mecanismo sacrificial que se esconde bajo la cultura consumista, y ello lleva a que por medio de mecanismos democráticos y nuevos pactos sociales se establezcan nuevas políticas económicas y leyes que delimiten las satisfacciones de los deseos de consumo de los bienes de lujo.

El deseo mimético de apropiación no puede ser eliminado sino limitado o atenuado por medio de otro deseo mimético, el de ser como aquellas personas a las que aceptamos como modelos o maestros, es lo que llama Girard por el mimetismo de representación. A la vez, para que la lógica del “tener” sea relativizada por la lógica del ser, o para que el “ser” no se busque únicamente en el tener, es preciso establecer las diferencias entre esas dos lógicas que como dice Eric from es una diferencia “entre una sociedad centrada en torno a las personas y otra centrada en torno a las cosas”.

Además, hay que diferenciar entre necesidad y deseo y restablecer la verdad de la inocencia de las víctimas, reconociendo que no hay ni disculpa ni pretexto que justifique su victimación, a partir de una actitud de solidaridad con todas las víctimas de nuestras sociedades. También, percibir la perversidad de la lógica y las leyes del mercado, y la responsabilidad de todos aquellos que se benefician de él y lo adoran. Debemos ayudar a las víctimas a reconstruir la dignidad humana que les ha sido negada y esto implica una verdadera revolución espiritual.

Los deseos y las necesidades naturales son pocos en número y se satisfacen fácilmente, especialmente en el contexto de una economía industrial moderna. La estructura básica del deseo mimético consiste en yo deseo un objeto no por el objeto en sí, sino por el hecho de que otro lo desea; el objeto deseado por ambos será siempre escaso en relación a los sujetos del deseo, y esto es lo que lo convierte en objeto de deseo, generándose en una rivalidad entre dos sujetos que desean el mismo objeto. Esta rivalidad recibe el nombre de competencia, la cual es según la economía liberal, propulsora del progreso. Como en el capitalismo se producen siempre novedades que son objeto de deseo, la rivalidad y la violencia que de ella emana, estarán siempre presentes.

“Una vez que sus deseos primarios se ven satisfechos, y a veces aún antes, el hombre desea intensamente pero no sabe exactamente qué, pues el ser lo que desea, un ser del que se siente privado y del que le parece que ha sido dotado algún otro” (R. Girard).


La sociedad capitalista sólo acepta los deseos que el mismo mercado crea como un estímulo, entonces él es el criterio que distingue entre deseos aceptables y no aceptables, y entre las violencias que pueden ser aceptadas como benéficas, y las que deben ser combatidas. Los que están excluidos del mercado no se beneficiarán del crecimiento económico si éste se basa únicamente en la lógica del mercado.
El mercado confiere a la violencia ejercida en nombre de sus leyes una pureza que hace que se la perciba como algo positivo y creador. El mercado es convertido así en un nuevo tipo de religión: la religión económica.




1 comentario:

Anónimo dijo...

El ser humano se puede perpetuar cuando su mira próxima y su meta cierta es Dios, que es el amor eterno y verdadero.
Jaime.