Araldo de Luca - Venus y Adonis
Estamos viviendo a principios del siglo XXI, una vuelta de los tiempos. Luego de varios siglos de "antropocentrismo", en que el hombre occidental creyó poderse valer por sí mismo, sin la ayuda de ningún otro poder distinto al humano, ha descubierto, como dice Heidegger, que “sólo un dios puede salvarnos”.
El hombre moderno, al llegar a su “mayoría de edad”, gracias al desarrollo de la racionalidad lógico-matemática quiso invalidar toda otra forma de pensamiento distinto al lógico-matemático calculador, apoyado en una “racionalidad de los medios” ligada a una “irracionalidad de los fines”, lo que ha llevado con la ayuda de la técnica, a catástrofes naturales y a la vida sin sentido de la mayoría de los habitantes del planeta.
Vivir, en su dimensión básica, es más que sobrevivir, es decir, vivir del pan y de la fama; nos rodean fuerzas que nos desbordan. El hombre primitivo sabía que en su interior se hallaba habitado por “algo” que no podía explicar y que lo diferenciaba de los animales. De ahí sintió la necesidad de darle explicación a esa fuerza que lo perseguía pero cuyo nombre no conocía, algo que nos agobia, pues lo llena todo, y necesitamos un espacio que nos permita concretarla, identificarla. Por eso se ha dicho que la primera actitud ante esa realidad es el terror, y los humanos para no ser dominados por él, necesitan nombrarlo, y esa fue la primer tarea de Adán.
La llamada "realidad" es una irradiación de la vida que emana de un fondo de misterio, oculto, escondido, y corresponde a lo que llamamos “sagrado”, y más concretamente Dios, en los pueblos monoteistas, o los dioses en los politeistas. En las viejas culturas, y en los pueblos marginales de nuestros días, todo lo que existe, desde el mineral hasta el hombre, pertenece a un dios.
El hombre al principio se sentía observado, lo cual le generó angustia, y descubrió en los dioses una forma de trato para aplacar el terror primario elemental. Es la sensación que tiene el hombre de que las cosas lo miran. Ahí hallamos el animismo, idea según la cual las cosas materiales y todo lo existente tienen alma.
En otras épocas, lo divino formaba parte de la vida humana: era algo real y primario, más que su propia vida, y sus creencias no eran fórmulas cristalizadas en dogmas, sino algo muy viviente que se expresaba en múltiples formas, que la razón no atinaba comprender. Y para ellos era algo real y primario, más que su propia vida; ésto ya no la percibe el hombre actual.
Aunque el hombre no lo quiera, necesita de la divinidad, porque sin ella, la vida se vuelve plana, estéril, monótona, porque le falta aquél "Fundamento" que le da sentido a su vivir. Cierto número de personas, dicen no requerir de ella, pero es más una justa reacción a una idea de la divinidad, impuesta por el miedo o por los poderosos, lo que los mantiene, en una "minoría de edad.
Por eso no es gratuito que en las culturas primigenias, sus mitos fundadores postulan la idea de una "falla" primordial, que se expresa en los diversos males (pecado, sufrimiento, muerte), que sólo se superará con la ayuda de una divinidad.
La creencia en los dioses o en un Dios, y su trato adecuado con ellos, es el primer paso para recobrar nuestra tranquilidad interior, así al hombre primigenio dicha creencia le permitió aplacar el terror primario del que se sentía preso. Dicho hombre a donde mirara descubría dioses, es decir, sentía la presencia de fuerzas superiores que aunque poderosas, lo protegían aunque sintiera temor de ellas, y es que la forma primaria en que manifestaban era paradójicamente ocultándose, tal como se ve en las diversas epifanías de los pueblos.
Fue en la fase tardía del pueblo griego, cuando la física y la filosofía natural se impusieron sobre los mitos. Así, para Tales de Mileto, el fundador de la filosofía, todo lo que existe procede del agua, pero ésta para él no es ya Océano del dios Poseidón, sino la materia física y causa material de todas las cosas. “Con Tales de Mileto se inicia una visión del mundo orientada hacia hechos, la cual hace explotar el horizonte rodeado de mitos de los antiguos” (JANKE, Wolfgang. Postontología. Ediciones Universidad Javeriana, Facultad de Filosofía. Bogotá. 1988. Pág. 30).
Como anota Janke, este proceso fue el orígen larval del positivismo que se impuso en Occidente y que fue formulado por Augusto Comte, al postular una ley general del desarrollo del conocimiento. Según esta ley, los estilos del conocimiento pasan por tres etapas: la religiosa, la metafísica y la científica positiva, en la cual estaríamos hoy día, descalificando los anteriores como ficciones infantiles, y presenta esta ley como algo irreversible. La primera etapa sería la de la infancia de la humanidad, la segunda su juventud, y la tercera la de la madurez adulta que vive bajo las exigencias de la realidad experimentada e indagada científicamente.
El pensamiento y lenguaje positivos se basan ante todos en “lo preciso”, en que se desplaza todo lo vago, indeterminado e inexacto, y se apoya en juicios que pueden ser reducidos a enunciados controlables sobre hechos singulares o universales.
Nuestra época asiste a su vez al advenimiento del “nihilismo” que en un principio fue un fenómeno de la filosofía europea, pero que hoy se ha extendido a todo el planeta. Según Nietzsche, esto significa el tiempo del ocaso de los dioses, o sea que, “lo suprasensible y su dios se oscurecen en el crepúsculo, el más allá pierde su fuerza consoladora y redentora”.
Mientras el positivismo ha abandonado la metafísica y quiere volver a la “sencillez del sano sentido común”, el nihilismo consumado ha superado esta fase. Para él no hay nada que corresponda al discurso sobre el “ser verdadero” y las cosas “en sí”. O sea, que no existe un mundo de ideas, de la justicia, de lo bello, de lo uno, ellas son pura creencia y no categorías racionales, con lo que el mundo aparece sin sentido. Con esto quedan borrados más de dos mil años de pensamiento orientado hacia la trascendencia, y se dedica sólo a la busca en el aquí y en el ahora, una expresión de la “voluntad de poder” y “el eterno retorno de lo mismo.
Contrapuesto al mundo positivista y nihilista, existe el llamado mundo poético-religioso, y que ha sido reivindicado por Hölderlin quien dice que, más que maquinaria, hay un espíritu, hay un dios en el mundo. El mundo es más que maquinaria, y más allá de las explicaciones mecanicistas en el mundo se dan irrupciones de lo “demoníaco”, el cual se expresa en el poder del Eros, expresado en el entusiasmo tanto como en la desesperación. Toda religión es para Hölderlin poética, así como toda poesía es en el fondo religión artística.
“Pero lo que permanece, lo fundan los poetas", y poetas son Homero y Sófocles, pero también Isaías y los demás profetas bíblicos, cuya preocupación es expresar lo sagrado, que es la manifestación de las relaciones más originarias que exigen memoria y esperanza. Además expresa Hölderlin, cómo la poesía impregna todo nuestro vivir pues “poéticamente habita el hombre en esta tierra”, lo que va en contravía de lo que realiza “una ingrata y taimada raza, que abusa de las fuerzas bienhechoras del cielo y cree saber la hora”. Esta raza, es la que ha deteriorado el planeta, y se ha impuesto sobre sus congéneres, y dice no tener que rendir cuentas a nadie de sus abusos. Es el hombre fáustico occidental.
Frente al dominio positivista plantea Hölderlin la necesidad de cuidar “la tierra”, ese es el sentido del “cultor” como se llamaba antaño al campesino que cultivaba el campo y veneraba a la divinidad que en su providencia le daba todo. Por eso se necesita también la esperanza que el hombre técnico desprecia.
En un mundo cada vez más dominado por la técnica en que todo parece planificarse, esta nueva concepción plantea una vida en la que el hombre es un ser expuesto entre la posibilidad y la necesidad, pues siendo seres mortales y libres, siempre son nuestra mayor posibilidad. El mito y la poesía crearon por ello figuras de la necesidad como: la moira (destino), ananké (necesidad), que expresan nuestra condición de riesgo, tal como también lo expresan el mundo moderno, la novela y el teatro.
Aunque el hombre de la sociedad tecno-industrial, se siente superior al humano de otras épocas, la verdad es que ha caido en alienaciones peores, y el mundo técnico ha “colonizado el mundo de la vida” (J. Habermas), y parecemos las ruedas de una espantosa máquina que nos domina, y hemos sido convertidos en los seres unidimensionales de que hablara Marcuse, con una vida parcelada e intereses inmediatos y particulares en desmedro de nuestra vocación de seres integrales. De ahí la necesidad de considerar el papel del arte como un instrumento de liberación, tal como lo considerara F. Schiller. Desde Homero hasta los artistas de nuestra época, han sido quienes nos han mostrado otros caminos de la existencia como una utopía que es el camino de nuestra realización.
El hombre antiguo, si bien sufría el apremio de las necesidades materiales y estaba rodeado de una serie de temores, siempre se sintió vinculado a la madre naturaleza, pues para él todo está conectado por una poderosa simpatía con animales, vegetales y dioses. Así, lo que para nosotros es casi impensable –la intervención de los dioses o de un Dios- en nuestra existencia y en el mundo, para ellos, no sólo era algo natural, sino la realidad más palpable e inmediata. El llamado “ocaso de los dioses”, y “la muerte de Dios” del que habla Nietzsche, es la expresión del desamparo del hombre actual, pero necesitamos vivir al amparo de algo o de alguien para no perecer.
Si queremos llegar a la "mayoría de edad", debemoa aceptarnos como seres responsables, y no como seres orgullosos, que al desvincularnos de lo que nos rodea, somo como la rama del árbol que hemos cortado, pero que cae al suelo al perder su soporte.
"Hay una divinidad que nos busca para nuestro bien", ésto lo aprendí de mi madre.
Botticelli - Madonna
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