ÓSCAR LOPEZ R. - PSICÓLOGO - FILÓSOFO
La obra de Juan Rulfo llena de perplejidad al lector acostumbrado a la lectura de otros autores en las que el exceso de palabras, textos farragosos, pesados o demasiado almibarados son la constante. Su obra es de otro calibre: Rulfo con su parco lenguaje -que es el del pueblo indígena y campesino que retrata- obliga al lector a emplearse a fondo; eso mismo ha llevado a la confusión de muchos críticos que no han sabido cómo clasificar su obra. Su gran virtuosismo queda oculto en la sencillez de los relatos; su obra como la del escultor, la realizó quitando en vez de añadir; cada vez que le daban a corregir sus textos para ser publicados de nuevo, en vez de añadir, eliminaba y pulía.
Su vida y su obra son la encarnación de su pueblo mexicano y el latinoamericano, en especial indígenas y campesinos que por siglos han buscado en vano expresar sus dolores, anhelos y tristezas, y en él han encontrado la voz que les permite relatar sus penas y alegrías, sus anhelos y tristezas.
Sin embargo, han dicho algunos, que su obra tiene un tono populista y amargado. Rulfo no los critica, y es su obra la mejor respuesta a las críticas superficiales; en su lenguaje seco y aparentemente limitado, se oculta una obra con una estructura compleja que se nos abre cuando llegamos al sentido profundo de sus textos. La relación en que muestra a sus personajes no tienen una ilación, y por eso algunos críticos le tildan de incoherente, sin embargo, la lectura aplicada nos muestra su gran sutileza y la perfección de su diseño. La realidad que nos presenta Rulfo, es tan conocida que parece irreal; el pueblo que él retrata ha sido desconocido para los gobernantes, como para muchos escritores y políticos que han pretendido defenderlo. Sus personajes son seres golpeados por la fatalidad de una naturaleza implacable y de los poderosos que los han dominado. Por eso expresaba en un poema:
“Desde que el mundo es mundo hemos echado a andar con el ombligo pegado al espinazo, y agarrados del viento con las uñas…. Y en todo desconsolado concluye: Aunque bien sabemos que ni ardiendo en brasas se nos prenderá la suerte”
La fama que ha alcanzado Rulfo parece hecha a su medida, callada, sin estrépito, y si bien, es menos conocido que Borges o García Márquez, el valor de su obra crece cada día. Aunque escribió pocos relatos y sólo dos obras medianamente grandes, le permiten respirar tranquilo, pues ya tiene un sitio en la literatura universal, aunque a él eso pareció tenerlo sin cuidado.
Él quería era que lo dejaran en su silencio; lo que conocemos de él, nos basta para saber lo esencial sobre el ser humano en su trágica grandeza. Fue un agónico como Unamuno, pero si a éste le gustaba siempre gritar sus dolores, Rulfo quería más bien callarlos, y como su personaje quería, “desvivirse por conocer ese tantico de la vida”.
Rulfo conoció desde temprano la muerte; su padre, asesinado por un peón, su madre murió cuando él tenía doce años, sus tíos murieron en la guerra cristera de 1926, instigada por sacerdotes que fueron despojados de su poder. Así, muy temprano quedaron él y sus hermanos bajo la tutela de una abuela rezandera, que en vano intentó estimular en el niño su religiosidad, logrando más bien desarrollar otra más radical y profunda. Al morir su abuela, fue llevado a un orfanato, y luego realizó vanos intentos por ingresar a la universidad. Fue un autodidacta realizando algunos estudios de leyes y contabilidad.
SU OBRA
Detrás de la aparente simplicidad y laconismo de su obra, se oculta una inmensa capacidad técnica ,la que aprendió tanto de autores regionales como Giono y Hamsun , o Faulkner; y en especial Ramuz cuya novela Cleorance, como lo dijera él mismo, hubiera querido escribir.
Igual que se sirvió de todas las técnicas actuales como el monólogo interior (que usa el Padre Rentería). Logra sustraer el relato del curso del tiempo, y lo que cuenta ocurrió tiempo atrás, muy semejante a los sueños y recuerdos. Los personajes van soltando poco a poco lo que dicen , y obliga al lector a completar lo que ha aprendido. Su obra expresa un laconismo y sobriedad poco conocidos en gran parte de nuestra literatura. El lenguaje que emplean sus personajes, es el habla de los campesinos de Jalisco, lleno de giros y voces propias. Aunque él dice que nunca pudo ser poeta, sin embargo los mitos con que puebla su obra desde Comala hasta Pedro Páramo, encarnación del cacique tradicional de nuestras tierras, lo señalan como un excelso poeta en el sentido clásico, un “creador”, que nos cuenta sobre el ser humano y sus luchas.
PEDRO PARAMO es una historia de muertos y fantasmas; transcurre en la mítica Comala que puede ser cualquier región de Latinoamérica, en la que imperan la sangre y la muerte por obra de los caciques se repiten de siglo en siglo, y donde los pobres sufren y luchan buscando infructuosamente su redención.
Los muertos hablan de sus vidas y por eso “los narradores hablan más de lo que saben”, es el relato sintetizado del período revolucionario de México, la fábula del poder omnímodo que ha imperado en nuestras tierras. Por eso al regresar a Comala, Juan Preciado hijo de Pedro, encontró que allí no había vivos, sino las ánimas de todos los que había visto en el sueño, que le hablaban y le decían miles de cosas que los vivos no podían ver; le hablaban de cómo la violencia, la culpa y la muerte acompañan a todos los vivos de este mundo. Esta visión le impidió seguir viviendo y murió de repente.
El logro más original de la obra de Rulfo es, según Rufinelli, la atmósfera que crea, a la que contribuyen el tiempo reversible y anulable, la noción de las ánimas en pena que habitan la tierra igual que los vivos, la muerte producida por los “murmullos” de los muertos, es decir, no hay aquí un “más allá” separado, sino que estamos acá, es la realidad, semejante al Hades homérico o hebreo, habitado por seres en pena que nos hablan. Lo que describe en esta obra no es un mundo trascendente; no es otra que nuestra sociedad habitada por campesinos e indígenas, que durante siglos han esperado una oportunidad de vivir humanamente.
Como anota Rufinelli, la extrema pobreza de los personajes parece significar una condición última, desnuda del hombre, su condición más elemental. La inventiva de Rulfo ha situado la novela en la eternidad enterrada de los muertos. Rulfo como Joyce se confía en el lector para que establezca el orden. La religión que los nutre no les da vida, pues como dijo él mismo:
“Yo fui creado en un ambiente de fe, pero sé que la fe allí ha sido trastrocada a tal grado que aparentemente se niega que estos hombres crean, que tengan fe en algo, por eso han llegado a ese estadio. Ellos creyeron alguna vez en algo, los personajes de Pedro Páramo y aunque siguen siendo creyentes, en realidad, su fe está deshabitada. No tienen un asidero, una cosa de donde aferrarse…la fe fanática produce precisamente la antife, la negación de la fe” (Rulfo).
Los personajes se han convertido en arquetipos; la significación de su obra, aunque regional, tiene un carácter mundial, pero con un entorno concreto: su tierra mexicana. El ambiente del relato, se expresa en gentes y tierras infértiles, mujeres y viejos sin destino que viven en la desesperanza.
Es una historia de orfandad, no sólo existencial sino también social y económica, la de nuestro pueblo que durante siglos ha sido abandonado por el Estado (el padre siempre ausente), y han sido engañados con promesas que nunca han cumplido. De ahí su resignación y fatalidad.
En Comala el cielo es un cementerio. Comala está sobre las brasas de la tierra, en la mera boca del infierno… muchos al llegar al infierno regresaban por su cobija. Aquí la religiosidad no es sino la fusión de ilusiones, de convicciones, de la fe que es invocación de todas las creencias y recuerdos. Aquí tiene su asiento esa teología popular que mezcla cielo, infierno, vírgenes, santos, gracia, caída e imposibilidad de redención y que lo ajusta todo al orden de lo profano, al tamaño de la gana personal. “Todo consiste en morir; Dios, mediante, cuando uno quiere y no cuando él lo disponga”. Esta religiosidad bien puede ser la incredulidad que todavía no aprende un nuevo lenguaje. Esta cultura religiosa sólo fomenta el rencor y la experiencia amarga.
Juan Preciado pregunta a Dorotea:
“Y tu alma, ¿dónde crees que haya ido? Debe andar vagando por la tierra como otras tantas, buscando vivos que recen por ella”. Rulfo usa los símbolos cristianos sin jamás someterse a ellos. Acumula ideología y leyenda, fe supersticiosa y superstición fideista, explotación y candor, solidaridad destruida por el asesinato y brutalidad sustentada en el amor a la familia, vida y muerte, ánimas benditas y ánimas en pena.
Otra solución magistral de Rulfo es mostrar a Comala como un pueblo muerto donde los personajes vagan y se confiesen desde sus tumbas, anclados en un único tiempo que es la eternidad. Así, “Dio con un hecho que nunca ocurrió y con gentes que nunca existieron”. Los ecos, los murmullos, los susurros de las ánimas en pena, el entretejido de voces que desde las tumbas o desde cualquier resquicio van determinando el carácter de Comala que vislumbra la eterna reconstrucción de la agonía de un pueblo y de un cacique que lo logra todo menos el amor de Susana Sanjuán, que sólo le devuelve rencores. Por eso, Pedro es un cacique a la vez cruel y sentimental, fuerte y débil con la lujuria y avidez acumulada. Pedro y Susana acuden a la obsesión para escapar del ámbito de una sexualidad desamparada, imaginan una posesión de la naturaleza evanescente.
En Rulfo la desesperanza casi lo es todo, pero, fue lo suficientemente lúcido y honesto para plantear algunas salidas a la situación de su pueblo. De ahí su compromiso con su país y con la cultura popular, a la cual contribuyó en múltiples formas, como su trabajo en el Instituto Antropológico de México, y con su ideario político y humano, en el que soñaba con una vida más digna para nuestras gentes.
“¿Y por qué esto está tan triste? Son los tiempos, señor.
miércoles, 18 de julio de 2012
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