jueves, 16 de junio de 2011

PALABRAS VIVAS Y “LENGUAS MUERTAS”-XIV-

Palabras latinas
“MENS SANA IN CORPORE SANO”
“Mente sana en Cuerpo sano”

ÓSCAR LÓPEZ R. – FILÓSOFO - PSICÓLOGO



Este apotegma de la tradición clásica, expresa uno de los ideales de todas las épocas de la historia: la armonía de nuestro cuerpo y nuestra alma. Es mucho lo que se ha escrito sobre las relaciones alma-cuerpo y sus afines: mente, conciencia, espíritu. Antaño los filósofos, y hoy los científicos, han buscado desentrañar esa compleja relación que en otras palabras, es la unión de lo objetivo y lo subjetivo, ese milagro que permite que lo real sea abrazado por nuestro pensamiento.



El ser humano se presenta ante sí y los demás como un ser corporal. Nuestro cuerpo es lo más próximo a nosotros, por eso no decimos “tengo” un cuerpo, sino que “soy” un cuerpo; así, las ideas, sensaciones, emociones, comparten la misma naturaleza de mis huesos, órganos y músculos y tan espiritual es mi sangre, como física mi tristeza.

Pero a pesar de esa aparente cercanía, nuestro cuerpo ha sido un gran desconocido, pues hemos cargado durante más de dos mil años con la pesada herencia del dualismo de lo físico y lo psíquico. Así, se dice de Plotino, que sintió vergüenza de su cuerpo; con el pretexto de “salvar” nuestra alma, se nos obligó a someterlo a la más feroz ascesis; hoy, en compensación, se le rinden los más extremos cuidados, al precio de negar la integralidad que debe existir en nosotros.

En los humanos, el cuerpo se presenta como cuerpo masculino y cuerpo femenino, con
caracteres, sensaciones, sentimientos, sinestesias propias. Así, la mujer al estar más cercana a su cuerpo, ha sido más receptiva y sensible, por eso lo adorna, lo cuida y embellece; el hombre al contrario, tradicionalmente ha estado más ausente de él y lo ha sentido como un extraño, aunque vivimos cambios tan extremos que los papeles parecen cambiarse.

Tres son los vínculos de integración del cuerpo: espacial, temporal y social, ésta es la más importante por las vicisitudes que genera. Así, la mayoría de los humanos -las dos terceras partes, en su gran mayoría del llamado “Tercer Mundo”- no han resuelto sus necesidades básicas, y para ellos lo único real es el hambre, la enfermedad, las penurias de todo tipo. La otra parte de la humanidad, los pocos privilegiados que pueden comer hasta el hartazgo y la obesidad, sufren de otras enfermedades, sea bulimia, apetito feroz, o anorexia, el hambre inducido para guardar la línea y la figura.

Ha sido ésta una actitud ambivalente de amor y odio, se cultiva el cuerpo, pero a su vez se le somete a las más crueles disciplinas, buscando calmar los sentimientos de culpa de una sociedad que espolea sus apetitos, pero los refrena con el trabajo y consumo insensatos. Sólo se logrará el equilibrio en una sociedad y una cultura, en las que cuerpo y alma, logren una armonía, algo difícil, pero no imposible.

Para Bateson y Von Foester la mente va más allá de la piel, es decir, está socialmente distribuida, existe una mente social, que está configurada por un conjunto de redes lingüísticas que unen las ideas de los seres humanos.

LOS GRIEGOS Y SU CULTIVO DEL CUERPO

Cuando hablamos del cuidado del cuerpo, siempre volvemos nuestra mirada a los griegos, aunque con sus fallas (excluían a los llamados bárbaros y las mujeres), fueron los primeros que con el cultivo de la gimnasia y la música buscaron una educación completa del ser humano. El ejemplo más conocido es el de Hipócrates, para quien la medicina era el cuidado integral del ser humano; por eso fue la personificación de la medicina por antonomasia como Fidias lo es del arte plástico.

En su mejores días, y bajo la luz diáfana del cielo griego, se reunían diariamente jóvenes y viejos para dedicarse al cultivo de su cuerpo, y entre ellos andaba Sócrates, el gran conocedor de hombres, cuyas certeras preguntas servían de piedra de toque para pulsar todas los talentos y las fuerzas latentes y cuyo consejo buscaban los mas notables para la educación de sus hijos.

Sócrates es un verdadero médico hasta tal punto que según Jenofonte, no se preocupaba menos de la salud física de sus amigos, que de su bienestar espiritual. La búsqueda socrática de la esencia de lo bueno, nace en Sócrates de un planteamiento suyo totalmente peculiar, alejado de la filosofía profesional de la naturaleza, es un problema de lo diletante que el escepticismo del investigador físico no puede contestar (Werner Jaegger, Paideia).

EL CUIDADO DEL CUERPO Y EL ALMA
En una sociedad dura con los débiles como la actual, y considera que éstos deben ser dejados a su suerte, como se ve en las políticas sobre la salud, hablar del “cuidado” del cuerpo y el alma, parece utópico, pues la misma palabra “cuidado” ha sido demeritada, desde la educación, hasta el cuidado del planeta. La actual cultura ecológica, aún con sus excesos, es una llamado a cuidar lo que nos rodea desde el entorno inmediato, nuestras ciudades, hasta los ríos, los montes y el planeta entero, pues no sólo debemos tenemos deberes con nosotros mismos, sino con la naturaleza.

Los mitos griegos ya hablaban de la necesidad de dicho cuidado y lo atribuían a una obra de los dioses. Por eso, “el mito del cuidado nos permite resistir al cinismo y la apatía, dolencias psicológicas de nuestro tiempo. La ética del cuidado define la moral desde las relaciones interpersonales, no desde principios abstractos, y no sólo del hombre, sino también de la naturaleza.

En Grecia, surgió una gimnasia del pensamiento que tuvo pronto tantos admiradores como la del cuerpo y que pronto fue reconocida y se convirtió en una nueva forma de la Paideia, el ideal educativo griego, y como dice Werner Jaegger, “las virtudes físicas y la espiritual no son por esencia cósmica, sino la “simetría de las partes” en cuya cooperación descansan el cuerpo y el alma”.

Sócrates fue el primero en afirmar el “cuidado del alma” como su tarea primordial, ante la pasmosa falta de cuidado en todos los órdenes, desde la naturaleza hasta su propio ser, reflejo que vivimos hoy de la actitud de desprecio respecto hacia nosotros mismos, el cuidado vuelve a ser la categoría central del nuevo paradigma de civilización. Cuidado preventivo y regenerativo. Todo lo que se haga con cuidado está bien hecho. El ethos que cuida y ama es terapéutico y creador.

Los grandes maestros como Cristo, Buda, Sócrates y Platón, pusieron en la palabra alma un acento de valor ético y religioso desde sus orígenes. Por eso, ellos predican y convierten, pues sabían que venían a “salvar la vida”, no sólo el alma.

En la tradición clásica de Oriente y Occidente, desde la India a Europa, y hasta el Renacimiento
, se habló mucho sobre el “cuidado del alma”, y se le tenía en gran consideración, pues se sabía que “perder el alma” era lo peor que podría ocurrirle a un ser humano. Marcilio Ficino, Pico de la Mirandola, y los grandes renacentistas, buscaban en la alquimia ese equilibrio entre ambas.

El mayor problema del hombre actual, es que espoleado por una cultura obsesionada por los logros materiales y la adicción al trabajo, vive alejado de su alma, y no sabe que “el cuidado del alma, trae alivio a nuestros sufrimientos y nos ayuda a descubrir una satisfacción y un placer profundos” (MOORE, Thomas. El cuidado del alma. Ediciones Urano. Barcelona, 1998).

Por eso, no hay tarea más importante que ésta, y sería el remedio a la mayoría de males que aquejan a gran parte de la humanidad. Hoy sabemos, como anota T. Moore, que “cuando el alma se ha descuidado, se manifiesta en forma de obsesiones, adicciones, violencia y pérdida de sentido; hemos perdido nuestra sabiduría sobre el alma. El mal del siglo XX, es la pérdida del alma”.

Una inteligencia o un cuerpo en función de sí mismos, es una insensatez, por eso, hoy se habla de un “altruismo cognitivo”, que ayuda a superar la soledad, el tedio y las enfermedades que aquejan al hombre actual, enriquecido con tantos logros materiales, pero empobrecido en su vida interior.

El altruismo, consiste en poner a disposición del otro nuestra virtud y debilidad intelectiva frente otros problemas más exigentes del ser humano, una nueva cooperatividad, que significa vivir no sólo en función de mi mismo (“El cuidado del hombre”, autores varios. Editorial Universidad Javeriana).

Como dice Werner Jaegger, “las virtudes físicas y la espiritual no son por esencia cósmicas, sino la “simetría de las partes” en cuya cooperación descansan el cuerpo y el alma”.

Concluyamos con Taylor, afirmando que la buena vida consiste en la perfecta fusión de lo sensual y lo espiritual allí donde se experimentan las satisfacciones sensuales como algo de significación superior.

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