martes, 15 de diciembre de 2009

EL CEREBRO - UNA LARGA EVOLUCIÓN

ÓSCAR LÓPEZ R. - Filósofo, Psicólogo


Todos los seres vivos dependen para vivir de factores externos como internos, los cuales se expresan en forma de estímulos. El supuesto básico para la existencia de un cerebro es la existencia de un sistema nervioso, que es la capacidad de reacción a los diversos estímulos, y su estructura es el resultado del conjunto de la evolución. Los animales unicelulares como las amebas y los paramecios, no poseen ningún sistema nervioso, pues para ello se requieren un gran número de células, y en concreto de neuronas.

La evolución del cerebro sigue las peculiaridades del animal en su totalidad y las circunstancias de su vida. La jerarquía de los centros en los animales superiores, corresponde a la serie genética del comportamiento: desplazamiento reflejo, locomoción. Así, en los celenterados, hallamos un sistema nervioso, pero difuso. En el desarrollo ulterior, ocurren dos procesos: la centralización y la cefalización; aquella se da en ya en los gusanos, e indica que los elementos nerviosos se concentran en determinados puntos y que se forman ganglios que permiten las reacciones parecidas a los reflejos. La cefalización consiste en la concentración y diferenciación de la jerarquización en algunas partes se subordina a otras.

En los anélidos la cefalización y concentración crecen, el sistema nervioso está ya bien definido con pares de ganglios en la región cefálica y con dos pares de cordones nerviosos bien organizados. Las esponjas poseen ya células neuro-musculares que perciben cambios químicos y estímulos mecánicos. En los calamares, el cerebro primitivo se concentra cerca de los ojos, en las hidras, más evolucionadas, alrededor de la boca. En los vertebrados la evolución se completa con el aumento del tamaño del cerebro. La concentración se ve además, en la corticalización de funciones que antes dependían de estructuras inferiores. En los celenterados aparece ya unas verdaderas neuronas que forman una red homogénea, en los platelmintos aparecen ganglios que son aglomeración de neuronas, apareciendo receptores especializados.

En los invertebrados, los cerebros son ganglios grandes y en los vertebrados, las neuronas se organizan en capas y en centro de estructura muy complicada y las fibras nerviosas poseen una cubierta de sustancia grasa, la mielina que dinamiza las fibras seis veces más rápido. La forma de vida de aves, el aire es muy homogéneo que la terrestre. En los artrópodos el cerebro alcanza ya una estructura más complicada. A cada nivel el centro inferior es inhibido por el centro superior lo que confirma la definición de la conciencia como comportamiento esbozado y reprimido.


En los mamíferos, la corteza alcanza un nuevo desarrollo y sirve para coordinar las diferentes percepciones y la conducta compleja. La evolución del telencéfalo a ganglios, se da en las aves, y el de la corteza en los mamíferos. Esta línea conduce a los primates y el hombre es la más progresiva, en las formas de conducta superiores. Los primates alcanzaron desarrollo mayor, gracias a su vida en los árboles que amplió su campo visual, reduciendo la importancia del olfato y la adquirió la vista. La variedad de impresiones visuales y auditivas de la vida del bosque, estimuló la actividad cerebral y permitió el desarrollo de sus partes sensoriales superiores.

El cerebro humano empezó su andadura hace millones de años, cuando los peces desarrollaron un tubo para llevar los nervios hasta un punto central de control, que era sólo una prominencia en la parte superior de la espina dorsal. Los nervios comenzaron a repartirse, haciéndose unos sensibles a ciertas moléculas formando lo que hoy es nuestro cerebro olfatorio; otros a la luz, y se transformaron en ojos, que se conectaron a unas neuronas –el cerebelo- regulador del movimiento.

Desde hace 6 u 8 millones de años, divergió la línea evolutiva de los primitivos antropoides a los homínidos y el hombre. En los homínidos la encefalización comenzó hace 5 ó 6 millones de años, cuando el medio ambiente era una selva húmeda que reemplazó a la sabana árida y seca. La caza, base de la presión selectiva, marcó la vía evolutiva por la que los australopitecus iniciaron la adquisición de cerebros más grandes, pues al perseguir las presas, los cazadores debían estar alertas varios días, y “anticipar” para el futuro la presa conquistada. Los individuos mejor adaptados anatómicamente para correr y con cerebros mejores, tenían mejor memoria para reaccionar.

La segunda gran revolución del cerebro ocurrió en los humanos, y así, en sólo 2 ó 3 millones de años, el peso del cerebro aumentó de 500 a 1400 gr., lo que debió ocurrir por una serie de procesos multifactoriales convergentes.

En los humanos, por término medio, cada neurona forma unas 1.000 sinapsis, aunque algunas pueden tener hasta 5.000 ó 6.000. Este número puede parecer elevado, pero cuando consideramos que existen más de 10.000 millones de neuronas y más de 10 billones de sinapsis, nos damos cuenta que cada neurona está conectada de forma más que modesta. Durante el desarrollo del cerebro intrauterino, el número de neuronas crece a razón de cientos de miles por minuto, y en los primeros años, se crean cerca de 30.000 a 50.000 sinapsis por segundo en cada cm2 de la corteza cerebral. La corteza adulta tiene 2.200 cm2.

Cada neurona habla con unas pocas de las demás, pero nunca con la mayoría o con todas las demás. En otras palabras, la especialización del cerebro es una consecuencia del lugar que ocupan los conjuntos de neuronas laxamente conectadas dentro de un sistema a gran escala. En realidad, muchas neuronas hablan solo a neuronas que no están muy alejadas, dentro de circuitos relativamente locales de las regiones corticales y los núcleos, y otros, aunque sus axones se extienden a lo largo de varios milímetros, incluso centímetros, por el cerebro, siguen haciendo contacto con sólo un número relativamente reducido de otras neuronas.

Hace un millón y medio de años, el cerebro de los homínidos sufrió un crecimiento tan intenso y repentino que empujó hacia fuera los huesos del cráneo, creando así la frente alta y plana, y la cabeza abovedada. El desarrollo del lenguaje permitió el salto de homínido a humano, lo cual requirió mucho tejido cerebral. Los lóbulos frontales del cerebro se expandieron para crear grandes áreas de nueva materia gris, conocida como neocortex. Este crecimiento fue tan extraordinario que empujó la frente y la bóveda craneal de la cabeza hacia delante y le dio la forma al cráneo actual.

Cada cerebro construye el mundo de manera ligeramente distinta a los demás cerebros, en efecto, no hay dos personas que tengan exactamente el mismo número de neuronas motoras. Así, al mirar un objeto, aunque no lo creamos, todo lo vemos de forma ligeramente distinta, pues nuestra visión está formada tanto por los genes, como por la manera en que el cerebro ha sido modelado por la experiencia. Las percepciones sensoriales, sólo tienen sentido cuando el cerebro las reconoce. Hay dos tipos de reconocimiento: uno es el llamado ¡Ajá!, que se produce en el cerebro cuando se ve algo conocido. El otro es el reconocimiento consciente de una respuesta correcta cuando llegamos a ella al sumar, restar, hacer una deducción. El primer tipo de aparece cuando una información pasa a través del sistema límbico, y ocurre tan deprisa que el cerebro inconsciente se da cuenta que ha reconocido algo antes de que el cerebro consciente haya podido decidir qué es.

El cerebro funciona a una temperatura adecuada de 37º C, y si baja de ésta, presenta problemas y se vuelve torpe. Por eso, los reptiles, los peces y los anfibios, son esclavos de su medio. Los mamíferos, con un cuerpo y cerebro calientes, y una capacidad de estar alertas, puede evitar a los depredadores y moverse dentro de diferentes nichos ecológicos; la eutermia (temperatura constante), le permite una mayor y mejor actividad.

El cerebro es un supersistema de sistemas. Cada sistema está compuesto por una compleja interconexión de regiones corticales y núcleos subcorticales. El cerebro humano es la unión de dos mentes, pues posee dos hemisferios, uno derecho y otro izquierdo, siendo cada uno el espejo físico del otro, pero, si se pierde uno de ellos al principio de la vida, el otro puede asumir y cumplir las funciones de los dos. Los dos están conectados por una serie de fibras que permite comunicarse entre ellos. Si separamos los dos hemisferios, advertimos notorias diferencias, y es como si existieran dos individuos diferentes dentro de un mismo cráneo.

Esta complejidad en el mecanismo de acción se acompaña de una complejidad correlativa en las formas de reacción. La ameba se retira o se acerca al rayo de sol, en el hombre la actitud pasiva de la ameba se vuelve activa, estudia la composición de la luz, la aísla, la utiliza. Del tropismo al pensamiento existe una línea de identidad, la materia y sus cambios pero en etapas y niveles distintos según la complejidad orgánica derivada del grado de evolución biológica de los individuos. Cada estructura presenta un grado determinado de complejidad y esta varía de cero al infinito.

Las relaciones de la psique con su sustrato material se establecen de diferente modo según los diversos grados de desarrollo de la psique. En los vertebrados se produce una diferenciación cada vez más clara del sistema nervioso en uno periférico y otro central. Este se divide en el cerebro y la médula dorsal. El cerebro se diferencia en núcleo cerebral y dos hemisferios. Estos se desarrollan a través de la filogénesis del telencéfalo que en los primitivos era un órgano receptor del olfato.

Los centros olfatorios del telencéfalo forman la corteza del núcleo cerebral, diferenciados en arquicéfalo, corteza antigua (aves), y corteza nueva, neopalio, que lo poseen los reptiles. Mientras en las aves se desarrollan ganglios, en los mamíferos se formó la corteza cerebral, neopalio.

El cerebro humano no ha aparecido de repente sobre la tierra, es le resultado de una odisea que ha durado más de 500 millones de años de constantes pruebas de azar y reajustes en eses laboratorio experimental que es la naturaleza.


EVOLUCION BIOLOGICA Y CULTURAL

De lo anterior podemos afirmar con certeza que pertenecemos al reino animal, a la
rama de los vertebrados, al tipo de los cordados, a la clase de los mamíferos, al orden de los primates, a la familia de los Homínidos, al género Homo y a la especie Sapiens. Pero aún más: el ser humano es un hipermamífero, es decir, que depende hasta llegar a su edad adulta de una estrecha relación con su madre, desarrollando amor y ternura, cólera y odio, pero superando estas formas a partir de la memoria, la inteligencia y el afecto, lo que nos permite llevar hasta el extremo la aptitud de amar, gozar y sufrir. Por los mamíferos hemos aprendido a jugar, pero a la vez desarrollar las habilidades de la vejez, llegando a ser como dice Morin, “jóvenes siendo viejos”.

Somos además seres hipersexuados, es decir, que nuestra sexualidad no es sólo estacionaria como el chimpancé, ni está sólo localizada en los genitales, ni circunscrita a la reproducción, sino que implica todo nuestro ser y afecta nuestras conductas, sueños e ideas. Somos además, súper-primates, al transformar en permanentes caracteres esporádicos y provisionales de los monos superiores: el bipedismo, el uso de herramientas, la hipertrofia del cerebro en relación a nuestros ancestros primates, desarrollando la inteligencia y curiosidad de un alcance ilimitado.

Como anota Clifford Geertz, “la hominización biológica fue necesaria para la elaboración de la cultura, pero la emergencia de ésta fue necesaria para la continuación de la hominización hasta el hombre de Neandertal y el Homo Sapiens. Por lo mismo, hallamos una relación entre naturaleza y cultura: la aptitud natural a adquirir algo, halla su pleno empleo en la cultura que constituye una capital de adquisición y de métodos de adquisición”.

La hominización se ha expresado por los procesos de cerebralización y juvenilización; por la primera ha aumentado la talla del cerebro, el número de neuronas y sus conexiones, por la segunda se ha prolongado la infancia, o sea el período de plasticidad cerebral que permite el aprendizaje de la cultura, lo que se logra con una larga infancia y la persistencia en la vida adulta de caracteres juveniles, tanto a nivel orgánico como psíquico.

La cultura es pues, un elemento constitutivo, y no complementario del pensamiento humano, aunque sea cierto que el pensamiento es anterior al lenguaje y no algo condicionado por éste. Además, el psiquismo, asiento de nuestras funciones mentales, emerge de la actividad cerebral y está enraizado en el egocentrismo subjetivo y la identidad personal, el cual engloba los aspectos afectivos, oníricos, fantasmales de la actividad espiritual. Pero todo lo que concierne al psiquismo y al espíritu es incomprensible sin la noción de sujeto.

Según Steven Mithen, hace más de seis millones de años, la mente estaba dominada por un campo de inteligencia central, un conjunto de normas de aprendizaje y toma de decisiones de carácter general. El aprendizaje en un principio era lento, los errores frecuentes, y difícilmente se formaba una conducta compleja. En una segunda fase, la inteligencia general se complementó con múltiples inteligencias especializadas. Esta inteligencia específica fue común a todos los homínidos, entre ellos el “homo erectus” y los neanderthales hace cien mil años. En su fase final, la del “homo sapiens sapiens”, las múltiples inteligencias especializadas trabajan junto a conocimientos e ideas.

Esta historia comenzó hace tres millones de años, cuando de entre los primates homínidos, surgió en nuestro planeta un conjunto de individuos singulares, cuya diferencia mayor con los demás animales, es una nueva forma de vida: la conciencia que les permite sólo a ellos, reflexionar sobre su existencia. (ARÉCHIGA, Hugo. El Universo Interior. Fondo de Cultura Económica. México. 2001)

Sólo entre 2 ó 3 millones de años que ha durado el aumento espectacular del volumen y reorganización del cerebro humano a partir de sus predecesores los homínidos, ha aumentado un kilo.

Así pues, si hemos logrado sobrevivir sin las ayudas de la naturaleza en nuestros organismos como en los demás animales, fue posible por la extraña combinación de un desarrollo biológico y uno cultural La evolución biológica como consecuencia de una serie de transformaciones anatómicas y comportamientos, y a su vez, la cultural, actuaron favoreciendo y potenciando esas transformaciones. En este sentido, la evolución cultural y la biológica fueron en sus orígenes dos aspectos interactuantes de un mismo proceso evolutivo.

En primer lugar, nuestro cuerpo dispone de diversas adaptaciones y ejecuciones, y así, su insuficiencia, es lo que le da su virtud: la no especialización anatómica; “la mano no especializada se convierte en polivalente, ligada a un cerebro generalista y más poderoso; ella es capaz de efectuar innumerables tareas especializadas. Las herramientas y las armas le permiten cumplir tareas especializadas, que lo convierte en un individuo “bueno para todo”. (Edgar Morin).

En los demás animales, las garras de los carnívoros y las manos de los insectívoros y primates les ayudan a agarrar los alimentos. En el ser humano ocurre algo nuevo, la liberación de la mano que en el homo sapiens cubre las funciones de defensa y recolección de los alimentos, liberándose de la locomoción que permite la disponibilidad para el trabajo y la de los órganos del lenguaje.

Así, los humanos hemos desarrollado nuestra existencia dentro de una cultura, la cual sólo adquiere vida a partir de las interacciones cognitivas entre individuos. Además, la educación a través del lenguaje proporciona a cada cual los principios, reglas y útiles del conocimiento.

Otra de esas diferencias, es la conformación del pie, que nos permite la postura bípeda y la marcha. Las transformaciones de los miembros dependen de dos actividades características: en los primates ser cuadrumanos y braquimanos, mientras en el hombre se da la bipedestación (poseer dos pies) y la marcha. Así, la mano pasa a ser útil para coger y separar la comida antes de introducirla a la boca, disminuyendo la función del hocico. La ambidextralidad manual permitirá la palpación y discriminación táctil y de una complejidad de funciones prensiles como coger, sostener, golpear, empujar.

Así, desde el mismo momento de su nacimiento, todo individuo humano recibe una herencia cultural que no se limita a superponerse a la herencia genética, sino que se combina con esta y determina los estímulos y las inhibiciones que le asegura su formación, orientación y desarrollo como ente social. De ellas hacen parte el lenguaje, el arte, la ciencia, la religión, y todas las obras de la civilización.

El ser humano, por su carácter deficitario, está obligado a aprender, y según Hebb, necesita una corriente relativamente continua de estímulos ambientales óptimos, como condición previa de una conducta competente, pero los estímulos como ya lo había recordado Pascal, no pueden ser demasiados intensos, variados o provocadores, porque entonces se produciría un colapso emocional y un desquiciamiento de los procesos mentales. Por eso, tanto el aburrimiento como la histeria son enemigos de la razón. De ahí la necesidad de los tabús, las racionalizaciones, que evitan la inestabilidad afectiva y las fluctuaciones constantes de las pasiones.

Tres son los vectores que según Morin, inciden en la "humanización". El primero se da entre cerebro-mente y cultura, donde cada una influye sobre la otra. Así, la mente surge y se afirma en la relación cerebro-cultura, y es ella la que nos brinda la capacidad de conciencia y pensamiento. Frente a la causalidad clásica, que explicaba la formación del ser humano en forma lineal, mecánica, para Morin, por la causalidad en "bucle"; cada elemento retroactúa sobre el otro. Así, el hombre solo es plenamente humano por la cultura. Pero sin un cerebro como el del hombre, no hay cultura, y de dicha relación surge la "mente". Así pues, "la mente es un surgimiento del cerebro que suscita a la cultura, la cual no existiría sin el cerebro".

El desarrollo de nuestro cerebro, que es como dice Mac Lean, triúnico (tres en uno), posee una larga historia que se remonta a los mamíferos de los bosques dedicados al análisis de los olores, y que vivieron hace 100 millones de años, poseedores de un cerebro olfativo o paleocéfalo (cerebro antiguo) cuya raíz animal nos da la agresividad e impulsividad. Más adelante, hace 30 millones de años, surgió el mesocéfalo (cerebro medio), heredado de los mamíferos superiores, es la base de la afectividad; y luego el córtex (corteza cerebral), hace aproximadamente un millón de años, que en los mamíferos y el hombre se prolonga en un neocortex (cerebro nuevo), que es la base de las habilidades analíticas, lógicas y estratégicas. La relación entre los tres es complementaria y antagónica, de ahí los conflictos entre los impulsos, el corazón y la razón. Ninguna domina a las otras, entre ellas se da una relación "inestable, rotante".

La segunda relación se da entre individuo-sociedad-especie. Todo individuo humano lleva genéticamente en si, la especie humana, a su vez, las interacciones entre individuos producen la sociedad, la cual a su vez retroactúa sobre aquellos; la sociedad a su vez produce la cultura. Individuo, sociedad y cultura son fines y medio, la cultura y la sociedad permiten la realización de los individuos, y las interacciones de los individuos favorecen la continuidad de la cultura y la autoorganización de la sociedad.
Como anota Morin, la cultura es ante todo un sistema de signos que los hombres elaboran, aprenden y transmiten por herencia social, al margen de cualquier determinación genética. La cultura es pues, un vasto sistema de comunicación creado por los hombres para hacer posible el intercambio sus distintas formas y niveles, y organizar la vida social. Lo que por otra parte testimonia su carácter social pues no existen culturas individuales.


En suma, "todo desarrollo verdaderamente humano significa desarrollo conjunto de las autonomías individuales, de las participaciones comunitarias y del sentido de pertenencia con la especie humana".

BIBLIOGRAFÍA
- ARÉCHIGA, Hugo. El Universo Interior. Fondo de Cultura Económica. México. 2001
- CHANGEUX, Jean-Pierre. El hombre neuronal. Editorial Espasa Calpe. Madrid. 1999
- MORIN, Edgar. La Vida de la Vida. Editorial Cátedra. Madrid. 1993
- Revista Investigación y Ciencia. Septiembre 2007.

1 comentario:

guzjul dijo...

¡oiga mijo!

Primero aprenda a usar su cerebro para que sepa hablar de él. Párele ya por favor.