sábado, 14 de abril de 2012

CRECIMIENTO O DECRECIMIENTO: LA ALTERNATIVA PLANETARIA

OSCAR LÓPEZ R., Filósofo - psicólogo

“Después de mi, el diluvio”, se dice que expresaba Luis XV cuando le recordaban el fasto en que vivía, y su derroche de los dineros del pueblo francés, antes del levantamiento que llevaría a la guillotina a su sucesor Luis XVI; lo mismo parecen decir los capitalistas y gobiernos del planeta, cuando la humanidad y el planeta están en cuidados intensivos; cada vez más, la balanza se inclina hacia una situación de no retorno y cuando se plantea la necesidad urgente de un cambio
global.

Al plantearse la alternativa, “Crecimiento” o “Decrecimiento”, ellos apuestan por la primera, pues les es más rentable y beneficia más sus bolsillos. El argumento que esgrimen, es que debemos seguir creciendo, y apostar por el decrecimiento, sería según ellos, volver atrás la historia. Nadie niega los logros de la ciencia y la técnica, las cuales han transformado el planeta en una forma nunca antes conocida, pero el costo humano, social y ecológico del crecimiento pesa más que sus beneficios.

El programa del “Decrecimiento” no es un discurso improvisado de ilusos ecologistas que en su anhelo por un mundo mejor, cuestionan a ultranza todo lo que suena a tecnología, añorando lo espontáneo, natural y artesanal, como se les ha querido hacer decir. Está apoyado en estudios científicos, no sólo de ahora, sino de vieja data, y no es sólo un discurso teórico, sino un programa práctico, mejor, una “utopía concreta” que propende por un cambio de vida radical a nuestro actual modo de vida consumista y depredador. Como anota Paul Aties, “No somos objetores de crecimiento a falta de algo mejor, o por despecho; lo somos porque no sería posible continuar como antes. El nuestro es ante todo un combate de valores. Rechazamos esta sociedad de trabajo y consumo en la monstruosidad cotidiana, y no solamente en sus excesos” (Decrecimiento o barbarie).
Cada vez es mayor el número de científicos que conscientes de la situación que vivimos; así, Georges Cousteau, con sus estudios marinos, Barry Commoner, James Lovelock, con sus estudios sobre “Gaia”, y muchos otros, han tomado a la naturaleza como su objetivo. De igual forma, el recién fallecido filósofo greco-francés Cornelius Castoriades, lo expresaba de otro modo, pero no menos directamente:

Creo que durante un período como éste, el papel de aquellos que piensan la polìtica y que tienen una pasión política (una pasión por la cosa pública) consiste en decir en voz alta, aunque se les oiga poco, lo que piensan a la poblaciòn. Criticar lo necesario, recordar también al pueblo que ha habido fases en su historia en la que èl mismo ha sido de otra manera, en el que ha actuado de manera históricamente creativa, en el que ha actuado como instituyente”.
Si bien lleva ya varios años, y crece el número de obras publicadas, estudios y foros, desde El club de Roma, Kyoto, Brasil, y el último en Dubai, entre nosotros, todavía no hay una conciencia colectiva sobre la necesidad de defender el planeta y al hombre con ella. Sólo algunos grupos e individuos han tomado como propio este problema.

Como anota Castoriades, siendo los imaginarios los que en última pesan, desde el siglo XVIII se instauró primero en Europa y ahora en todo el planeta, el imaginario de la productividad sin límites, el crecimiento y el desarrollo, que suplantaron la utopía y la esperanza escatológica medieval (del más allá), por los mitos seculares del progreso, el mercado, el desarrollo y el crecimiento.

Todos los regímenes modernos, de izquierda o derecha, democráticos o totalitarios, han sido productivistas; se han construido sobre el imaginario burgués de la dominación y la productividad. El hombre moderno se ha creído un grupo aparte, superior y hasta dueño de la naturaleza.

Esto lo enfatizó Francis Bacon, “se trata ya no de obedecer a la naturaleza sino vencerla”. Así, como anota Schumpeter, vive con la “ilusión de poderes ilimitados, adelantada por los asombrosos adelantos científicos y técnicos” creyendo engañosamente “haber resuelto el problema de la producción” (“Lo pequeño es maravilloso”).

Se desarrolló una nueva lógica basada en el llamado “deseo mimético de apropiación” que consiste en que yo no deseo un objeto en sí, sino porque otro lo desea, lo que lo hace importante. Así, el objeto es escaso y por eso es objeto de deseo. Lo alucinamos imperiosamente como necesario. Si quiero ser reconocido, debo desear y poseer el objeto poseído por el otro, para que él me reconozca. Se crea así una rivalidad o competencia. La lógica de la acumulación que es la del mercado, se convierte en absoluta. Es el economicismo. En efecto, la economía es la nueva religión, con sus dioses, sacerdotes, su culto, siendo su rasgo constitutivo, la lógica de la exclusión y la insensibilidad. El neoliberalismo plantea la desigualdad social como si fuera algo ineludible. Los que no poseen son excluidos porque se dice, no quieren participar o porque son culpables. Es la lógica de los triunfadores; las necesidades de los más necesitados son sacrificadas, y la solidaridad es sustituida por el egoísmo absoluto.

El decrecimiento, en suma, no es otra variante del crecimiento, sino la construcción de una sociedad más austera, y sobre todo, más equilibrada, y una respuesta a un crecimiento hipertrofiado, monstruoso de productos en gran parte innecesarios, convirtiendo al planeta en el gran vertedero de basuras industriales.


DECRECER, UNA PALABRA NO TAN NUEVA
Aunque el término “Decrecimiento” es nuevo, su historia es sin embargo muy antigua y está relacionada con la crítica culturalista y ecologista de la economía. El problema no es sólo de palabras en cuyo terreno también se da una batalla. Como plantea Serge Letouche, “el desarrollo, concepto etnocéntrico y etnocida, se ha impuesto a través de la seducción, en combinación con la violencia de la colonizaciòn y del imperialismo”. Igual se ha dado con la palabra “desarrollo sostenible” que triunfó por la presión de Henry Kissinger, secretario de Estado norteamericano en la conferencia de Estocolmo del 1972. Tampoco basta un “desarrollo sostenible”, que es más de lo mismo, sino que necesitamos un cambio radical en nuestro modo de vida. Mientras la idea de “crecimiento” está tan firmemente arraigada en las mentes del hombre de hoy, hablar de decrecimiento es ante todo una apuesta que no es fácil creer que tenga gran buena acogida en la civilización técnica, pero es necesario confiar en que ella irá ganando nuevos adeptos, en especial entre empresarios sensatos que entienden que no hay otra salida.

Serge Latouche, en su obra, “Pequeño tratado del decrecimiento sereno” (Editorial Icaria, Barcelona. 2009), indica que han sido tres los elementos que han llevado a este tipo de sociedad: 1- la publicidad, que crea el deseo de consumir; 2- el crédito que proporciona los medios y, 3- la obsolescencia acelerada de los productos que renueva la necesidad.

La primera nos hace desear lo que no tenemos y despreciar lo que ya poseemos y disfrutamos. Así surgen las necesidades superfluas, y para inducirlas se gastan inmensos capitales en publicidad. De ahí que su presupuesto a nivel mundial es el segundo después de las armas. Cada vez más las empresas abusan de ella y agobian a los ciudadanos con sus campañas publicitarias, como vemos hoy día frente a la publicidad de antaño que era más benévola con los clientes.

El crédito se basa en la lógica del capital: es la “prosperidad a debe” de la que habló Alberto Lleras, en que se nos estimula a endeudarnos, sin saber cómo pagaremos en el futuro, lo importante es consumir.

Por la obsolescencia, cada aparato es sustituido por otro, de ahí el circuito integral que lleva a que sus elementos no puedan reemplazarse. Así, se genera un basurero mundial que acabará destruyéndonos a todos.

La tarea, según Latouche, consiste en “redimensionar nuestro modo de vida, lo cual implica un cambio de nuestras necesidades”. Cada época tiene las suyas, pues éstas van cambiando histórica y culturalmente. Se requiere lo que ya planteaba Descartes, el “buen sentido”, que significa también una buena dirección, que parte de una vida sobria.

Son diversas y muy fecundas las propuestas: se requiere una reducción del tiempo de trabajo y un cambio de contenido, que vaya contra la precariedad y la flexibilización del trabajo, lo que permitirá el desarrollo de los talentos, del tiempo libre, el descanso y el crecimiento personal, con lo que se le devuelve el sentido al tiempo libre.

Como anota André Gorz, “Para vivir mejor, a partir de ahora, se trata de producir y consumir de otra manera, hacer más y mejor lo meno con menos, empezando por eliminar las fuentes del despilfarro; p. ej, los empaques inútiles, el mal aislamiento térmico, el imprescindible transporte real, y aumentar la durabilidad de los productos. etc”.

El desvertebramiento y hasta la muerte de lo local, lo espontáneo y convivial, lleva a la necesidad de estimular el crecimiento de nuevas comunidades que respondan a nuestra condición de seres sociales, estimular empresas locales como los bancos provinciales que existían antes, pero que fueron absorbidos por los megabancos.

Colombia, uno de los países más ricos en biodiversidad, es paradójicamente de acuerdo con los expertos, donde la vida silvestre y animal está en más riesgo, y por eso, en caso de conflagraciones es una de los más vulnerables, lo que lleva a que nuestras ventajas se conviertan en desventajas, por nuestra negligencia, y por las políticas y la voracidad privada.

No somos dueños de la naturaleza, sino sus administradores responsables. Ella, como plantea Lovelock en “Gaia”, es un ser vivo, que responde a nuestras acciones tal como lo vemos en los diferentes fenómenos como el cambio climático, inundaciones, sequías, los cuales son obra de la acción humana que ha generado múltiples productos artificiales y peligrosos que la misma naturaleza no puede descomponer.


LAS CIFRAS DEL CRECIMIENTO

Como un cáncer que necesita crecer para vivir, el crecimiento actual necesita reproducirse al infinito y llega hasta los límites de la biosfera. Por eso los recursos son transformados en desechos más rápidamente que lo que la naturaleza alcanza a transformarlos y generar nuevos recursos. Se da con ello un sobre-crecimiento, como esos cuerpos que llega más allá de lo esperado.

Ya desde el punto de vista cuantitativo, todos los estudios muestran que el actual modo de vida es insostenible. Primero, el espacio disponible de la tierra es limitado y representa 51.000 millones de hectáreas. Y el espacio bioproductivo, es decir, útil para la producción, es de sólo 12.000 millones de hectáreas, lo que da de 1,98 hectáreas por persona de acuerdo al actual número de habitantes del planeta.El consumo actual de carbón y de petróleo equivale a una biomasa acumulada bajo la corteza terrestre en 100.000 años de fotosíntesis del sol. Un litro de combustible proviene de 23 toneladas de materia orgánica transformada en un período de un millón de años.

Según la fundación Wild Wife WWF, el espacio bio-productivo que consume una persona es en promedio de 2,2 hectáreas, y esto en el supuesto que la humanidad fuera estable, lo cual no es real, pues aumenta más y ma. Hay entonces una deuda.

Pero en esto hay que mirar matices, pues es dispar este proceso. Así, un ciudadano norteamericano consume 9,6 hectáreas, y 90 toneladas de materiales naturales diversos un canadiense 7,2 y un francés 5,26, un italiano, 3,8, un africano menos del 0,2 del espacio bio-productivo.

La humanidad consume ya cerca del 30 % de la capacidad de regeneración de la biosfera. El crecimiento se basa en la organización de la acumulación ilimitada, pues cuando se desacelera o se detiene, viene la crisis. De ahí que el empleo, el pago de las jubilaciones, la renovación del gasto público suponen un aumento constante del PIB y así “el único antídoto contra el desempleo permanente es el crecimiento”.

Los datos que se manejan son surrealistas, para vivir como se vive hoy día se necesitan otros planetas pues este está que revienta, que se puede si simplificar en cinco consignas:

Como anota Hervè Kempf citado por Latouche, el “desarrollo sostenible” tiene la única función de mantener los beneficios y evocar el cambio de costumbres modificando escasamente el rumbo”. Igualmente sería lo mismo cuando se habla de “otro desarrollo” o de “aireo crecimiento”. De ahí que la primera batalla sea entre la palabra y los imaginarios.

Que luego se hable de “crecimiento” o “desarrollo”, es una herejía para los economistas que se han apropiado de éstos temas, pero cuando éstos se salen de los límites que ellos le han fijado, se convierte en ámbito de todos. Además, los problemas que vivimos hoy son de tal estilo que cada vez más depende no tanto de expertos como del ámbito del hombre común. La tarea es de todos porque este es un barco que cada vez se siente más encallado y que está en peligro no sólo de naufragar sino también de desaparecer.

Además, la economía derivó en “economicismo”, una nueva religión, que ha pretendido ser la llave maestra para resolver todos nuestros problemas. Sin embargo, los problemas actuales son tan graves y de tal calado que se les salen de sus manos. Día a día nuevos nubarrones se ciernen sobre el planeta, y la culpa obviamente no la tienen las máquinas como pretendían los ludistas y los ecologistas extremos, que sólo parecen ver enemigos en todo lo que es progreso.

La salida a la crisis actual, en caso extremo puede ser paradójica: sólo una catástrofe podrá ayudarnos. Es imposible convencer a un capitalista de la necesidad de limitarse, porque sus intereses le impiden verlo; el hombre medio podría hacerlo, pero está manipulado por los medios que hacen que impulsado por la publicidad se lance a las campañas para comprar más barato lo que no necesita.

Contra el optimismo de los tecnócratas, es bueno recordarles que la naturaleza tiene siempre un último recurso, la “pedagogía de la catástrofe”: en múltiples ocasiones se ha hecho sentir, obligando a cambiar, y quienes no han cambiado ha perecido. Esa es la lección inexorable de la historia. Pero, como la historia no está escrita, en ella, las alternativas son siempre posibles, y ésta es la mejor para un mundo nuevo y más humano.