sábado, 21 de agosto de 2010

PALABRAS VIVAS Y “LENGUAS MUERTAS” - PAIDEIA I

ÓSCAR LÓPEZ R. - Filósofo, Psicólogo



Vivimos de las palabras, las necesitamos, y hoy día, hasta nos hartamos de ellas; un mundo de simples gestos y señales, y hasta el mismo amor, son hermosos, pero sino los podemos expresar, se tornan opacos y equívocos, pues, ¿cómo podríamos señalar lo que pensamos y sentimos sin palabras? El mundo está iluminado porque hay lenguaje; por eso se ha dicho que él es el modo originario y primitivo del estar del hombre en el mundo. Como dice Heidegger dice: “todo el ser, en cuanto puede ser comprendido es lenguaje”; él no sólo nos abre el mundo, sino un mundo, no el yo, sino un yo, es decir, un determinado modo de subjetividad histórica y culturalmente determinado.
A través de las palabras podemos conocer y transformar la realidad individual y social. Gracias a esto, Hitler utilizó a los alemanes al extremo de hipnotizarlos y convertirlos en instrumentos de sus políticas criminales. Predicadores y publicistas, utilizan hábilmente los recursos lingüísticos para sus fines. Si antes creíamos que podíamos utilizar las palabras como servidoras nuestras, hoy sabemos que sómos más bien nosotros su instrumento y hasta sus esclavos, de ahí que muchas veces ellas nos dominan y nos hacen arrepentir de lo que decimos .

El actual, es el tiempo de los Encuentros, Diálogos, Conferencias, pero las palabras que supuestamente nos sirven para entendernos, hoy son elemento de incomprensión. Nunca se ha hablado tanto como en nuestros días, y sin embargo, paradójicamente, jamás ha sido más grande la incomunicación en nuestro planeta hiperconectado. El lenguaje está en crisis, tanto porque se han hecho caducos los términos usados por la racionalidad clásica, como por el abuso que de él se ha hecho por todos los medios. Además, aún no disponemos de una racionalidad que esté a la altura de la complejidad de nuestra época. Evocando al poeta, las palabras “se nos descomponen en la boca como hongos podridos” (HOFFMANSTHAL). “La antigua casa del lenguaje se ha hecho inhabitable”.

Necesitamos recuperar el poder de las palabras. Y lo más urgente, es volver a sus fuentes. Gran parte del caudal de palabras que han enriquecido nuestro idioma vienen del griego y latín, los dos idiomas clásicos en los que se educaron Europa y nuestra América, y han configurado nuestro pensar, al punto tal que sin ellas, apenas si podríamos expresarnos cabalmente. No sólo las ciencias, sin el mundo lenguaje cotidiano están repletos de incontables palabras griegas y latinas.


Del griego, vienen términos del lenguaje común como del cientìfico, desde las famosas “logías” (de logos): geología, psicología, antropología, etc, de “philos” (amor), filosofía (el amor a la sabiduría ), o la filantropía y su contraria “misos” (odio), de donde viene, la misoginia, el misoneismo (odio a lo nuevo). El Kyrie eleison (Señor ten piedad) de nuestras misas, o las palabras de la botánica, anturio, “gimnospermas”, las plantas fanerógamas (que tienen la semilla desnuda); igualmente neumático del griego “pneuma” soplo, pero también “espíritu”, por no hablar de orquesta, persona (máscara ), carácter (sello, impronta), son todas ellas palabras del griego.

Del latín, ni hablar, pues lo sentimos presente en nuestro lenguaje, y aún el mismo Linneo realizó su monumental clasificación botánica y zoológica con términos latinos. Así nuestro condor de los Andes en términos latinos es el “ vultur gryphus”.

¿Por qué entonces hablar de idiomas muertos cuando están vivos en nosotros? El término logos, es el que resume el ideal griego del conocimiento. Despúes de éste la expresión de más hondo sentido que nos viene de los griegos es paideia, de donde se tomó el término “pedagogía”, que vino a significar lo más característico del ser humano, y cuya traducción resulta casi imposible, pues lo que con ella se quiere significar no es algo simple. Así, un sentido envolvente de ella es el término “cultura”, que en nuestro mundo moderno es un pálido reflejo de lo que para ellos significaba la totalidad de la obra creadora del hombre; hoy ha sido trivializada, pues ya no es un ideal consciente, aunque afecta lo más íntimo del ser humano.

Pero ésta expresión no está aislada, y no es inteligible sino ligada a otras como la idea de polis, Ciudad estado, y areté, nobleza. La historia de la paideia, considerada como el conjunto de las relaciones entre el hombre y la polis, cuya máxima aspiración es crear una verdadera comunidad de hombres virtuosos, se enlaza con el concepto central de la educación griega que es el de la areté.

Como lo señala Werner Jaegger en su nunca ponderada PAIDEIA, el primero en utilizar la palabra paideia fue Esquilo, en el sentido de la “crianza de los niños”, que más tarde fue enriquecida con el concepto de areté, que utilizó Homero en La Ilíada y La Odisea, el máximo educador del pueblo griego en sus inicios. La areté, es una fuerza, una capacidad, en especial, una destreza del guerrero, pero que luego evolucionó en un sentido más espiritual al vincularse con el sentido del honor. Y así, el vigor y la salud son la areté del cuerpo, y la sagacidad y la penetración, la areté del espíritu. En este sentido, la areté es una virtud, y es un término superlativo para expresar algo selecto, que no solamente era del ser humano, sino del mundo en general. Sólo en la fase tardía adquirió el sentido puramente humano. Para Homero, sólo es noble el que tiene sentido del deber frente al ideal que se ha propuesto, y su violación despierta la némesis, venganza.

Aristóteles señala que por el honor se llega a la areté: “los hombres aspiran al honor para asegurar su propio valor, su areté”. En el mundo homérico la mayor tragedia humana era negarle a alguien su honor, y así, los héroes se trataban con respeto y honra, y por eso para los héroes “la sed de honor era algo insaciable”. De ahí el anhelo del elogio y el temor a la reprobación que era causa del deshonor. Incluso los mismos dioses buscaban honor y deseaban que en el culto se glorificaran sus hechos, castigando toda violación de su honor. Así, para Aquiles la mayor ofensa fue haberle sido negado el honor; igualmente Ayax, el héroe más grande después de Aquiles, terminó en la locura y el suicidio, al haberle sido negado el honor.

A partir de la paideia, los griegos buscaron expresar la educación del hombre en su auténtico ser, y como anota Jaegger, “a ella aspiraron los educadores griegos, así como los poetas, artistas y filósofos. Por eso, fue relacionada como el “conócete a ti mismo”, es decir, el conocimiento de la verdad primera, de la cual pende todo lo demás. Este primer principio es el logos, y constituye el objeto propio de la filosofía, en cuanto reflexiona sobre el ser humano, en la búsqueda del significado y fin de su existencia.

En Atenas, a diferencia de los espartanos que cifraban la educación en el dominio de los otros por la fuerza; la paideia, es la dirección de la vida humana bajo el hilo del logos, manejado por la mano de Dios, como lo indicó Platón, (Leyes, 645). Él quiere un legislador intermediario entre Dios y los hombres, recordando así al famoso Minos que “hablaba con Dios”, así como lo hacían antiguamente los legisladores de la polis, y cuyo objetivo era el autodominio. Pero esto no se logra si la educación no empieza desde la primera infancia, en especial, enseñando a los niños, el dominio y encausamiento del placer y del dolor; por ello, la paideia se convierte en pedagogía.

Si en esto se fracasaba, se hacía más difícil la educación posterior, y en esto no eran ilusos Platón y el mismo Aristóteles, quiénes veían en el freno de los instintos un elemento importante para la educación moral.

Por eso, los verdaderos representantes de la paideia griega, son los poetas, los músicos, los filósofos, los retóricos, los oradores, en suma, los que con la palabra y el ejemplo, ayudan a educar el hombre. Así las cosas, la paideia no es un simple adiestramiento. Cuán distinto es hoy, cuando colegios y universidades en vez de educar, están cada vez más adiestrando expertos, violentando la necesidad humana de integralidad. Por eso el dominio del planeta ha quedado en manos de tecnócratas, bárbaros que sólo pueden hablar de su estrecha especialidad, muy alejados del ideal clásico, el kalos kagathos, (el ser humano bello y bueno), bellos espiritualmente y noble humanamente, y que a pesar de sus fallas, dieron lustre a la cultura clásica.

Por eso la paideia es la educación de los sentimientos, de lo agradable y lo desagradable; no era una educación puramente racionalista, y de ahí la importancia que se le daba a la música, la danza y los cantos corales. En esto se veía una característica humana, el poseer el sentido del ritmo y la armonía, y el desarrollo del juego como un impulso poderoso para el desarrollo del sentido moral y artístico. Sólo así se sentía que el hombre era un ser culto, el que lleva en el alma una pauta que le permite distinguir lo hermoso de lo feo, y que unía así la ética y la estética. Pero todo esto debería ser encausado, y no era dejado al simple capricho individual, o a la manipulación de los medios como ocurre hoy día.


Homero fue el representante de la paideia en sentido tradicional. En él la poesía trágica expresa el elemento “patético” que la poesía ejerce sobre el alma; Platón rompe con esto, a él le interesaba sólo aquella que sirva al hombre como ciudadno, como triunfador en las guerras. Como discípulo de Sócrates, acentúa la responsabilidad moral del hombre, no sólo ante sus conciudadanos, sino ante Dios, y ésta va a ser la premisa suprema de toda acción educativa. La idea socrática del fin de la vida, va a iluminar ahora toda idea de educación, y así, la verdadera esencia de la paideia consistirá ahora en poner al hombre en condiciones de alcanzar la verdad, y ésta es la meta de su vida.


El momento que vivieron Sócrates y Platón, era de una disolución general de la polis, y Platón no se hizo ilusiones sobre la política, luego de su fracaso con Dion de Siracusa, y por eso plantea la restauración de la polis en el sentido moral interior. En esto sirvió la idea de Sócrates, de que su mayor servicio a la polis es servir a Dios, pero de un Dios distinto al de la idea oficial de la divinidad. Se erige así una nueva idea de Dios y de la religión, que ordenan que el individuo debe enfrentar las tentaciones, por esta idea de Dios fue condenado Sócrates.

La idea motriz de Sócrates, de que la voluntad humana tiene un sentido, y que la voluntad es racional porque se dirige al bien, serán los factores decisivos en la nueva idea de paideia. Como anota Jaeger, “la paideia es la suma y compendio de la posesión del hombre socrático”. Esta idea es relevante en cuanto indica que la verdadera razón de la vida es la lucha por la libertad interior en un mundo en disolución, y en el que sentimos conmoverse todo. La paideia es frente a todo esto, “un punto de resistencia invulnerable”.

El hombre actual vive una vida sin sentido; la vida de las mayorías es una existencia sin ideales, y los poderes dominantes les hacen creer que el afán de novedades, y la posesión de bienes materiales le dan sentido a su existencia. La realidad es que se vive cada vez más en un mundo de “mentiras útiles”, que no son otra cosa que falsas creencias, que disimulan y/o ocultan la desesperación. Las mayores víctimas de esto son nuestros jóvenes, que viven en un nihilismo, que no es otra cosa que la desconfianza frente a un mundo engañoso. Frente al injustificado optimismo tecnológico que se vive por doquier, necesitamos una nueva paideia para nuestros tiempos, que integre al hombre consigo mismo, con sus semejantes, con la naturaleza y con la divinidad.
No se trata de volver a tiempos pasados o a ideales caducos, sino de recuperar lo eterno que hay en los ideales; para el hombre planetario de nuestros días, enfermo y en un mundo sin rumbo, la paideia es el camino.