Ha sido el filósofo alemán Jorge Guillermo Federico Hegel (1770 – 1831), quien en forma magistral ha señalado el proceso del desarrollo de la conciencia, relacionándolo con el desarrollo cósmico. En especial, su famosa obra “Fenomenología del espíritu” publicada por primera vez en 1807, trata como él mismo dice, de “la exposición del saber tal como va apareciendo”, que va desde la conciencia inmediata, pasa por la consciencia de sí, hasta llegar a la autoconciencia, su forma máxima. Son cinco las fases de la conciencia hasta convertirse en objeto de sí misma: autoconciencia, razón, espíritu, religión, saber absoluto.
El ser humano necesita ser educado para llegar a su realización. La fenomenología, como anota Bloch, es semejante al Fausto de Goethe, a quien un manto encantado ayuda a cruzar los reinos, y Fausto los recorre aprendiendo, o sea, asimilando experiencias. Para Hegel es “la bota de siete leguas del concepto”, la que lleva al sujeto a través del universo y hace que universo y sujeto aprendan el uno del otro y se penetren mutuamente.
La “Fenomenología” y el “Fausto”, son expresión de la conciencia burguesa en sus comienzos. El desencadenamiento de las fuerzas propductivas muestran al hombre como productor de su mundo , desarrollando a su vez , su propia individualidad.
La filosofía hegeliana está organizada alrededor de conceptos como “espíritu”, “libertad”, “sujeto”, “noción”, todos ellos derivados de la idea de “Razón”, la cual a su vez deriva de la idea de “espíritu”; el sistema hegeliano al revés de los demás idealistas “al revelar el contenido de esas ideas y su conexión intrínseca, ya no es esa oscura metafísica de que ha sido acusada” (Ernst Bloch).
“Geist”, Espíritu, es la noción central en términos de la cual debe comprenderse el sistema hegeliano, el cual tiene sus raíces tanto en la mística como en la filosofía. En términos de esa noción, se entienden muchas de las ideas hegelianas, y en especial la "Idea", que no es más que el Espíritu en su realización.
Hegel se va a apoyar en la idea del “logos”, que fue el fundamento de la filosofía griega, planteando que la razón (logos) concilia todas las contradicciones que existen en la estructura universal de la realidad. La historia humana, o sea, el hombre como ser espiritual, surgió cuando se desligó parcialmente de los lazos de la naturaleza y se abrió el ámbito de la libertad, autodeterminándose.
Su gran aporte, entre muchos otros, fue plantear –algo inusual en un filósofo de su época-, que el conocimiento real de sí mismo está ligado a la producción del hombre por su trabajo e historia. Es a partir de ellas donde el hombre tiene “experiencias”. Por eso señaló en forma revolucionaria:
“El camino de la experiencia, que Hegel llama el de las enajenaciones y el de las mediaciones, es tanto el camino del trabajo, la producción y el nacimiento del hombre por el trabajo. El propio pensamiento es una fuerza productiva. Sólo mediante la transformación de lo inmediato por medio de la reflexión, puede llegar a alcanzarse lo esencial” (Hegel. Enciclopedia No. 22).
Hegel utiliza la palabra “experiencia” para referirse al modo en que maneras de vivir anteriores, más ingenuas, se incorporan a otras posteriores y más desarrolladas: se dice que los objetos de estas últimas son la “experiencia” de las anteriores. Por haber tenido las primeras, podemos tener las posteriores. Nadie puede tener las experiencias de otro, y la diferencia entre los humanos radica en parte en la diversidad de sus experiencias.
Una afirmación paradójica de Hegel, es que si queremos conocer el mundo real, debemos remontarnos al mundo “gris” de los conceptos que nos permite descubrir las leyes internas que gobiernan el mundo real.
A Hegel le correspondió poner los cimientos para la conciencia moderna; lo que le preocupaba era el yo que se abre camino hacia el conocimiento científico. Logró así, conducir al individuo desde su punto de vista natural al científico, o en sus propias palabras, “al espíritu que se conoce a sí mismo”, que de la sensación inmediata se remonta hasta el conocimiento científico y filosófico.
Tres motivos de procedencia social e ideológica vienen a confluir en la fenomenología:
1- El motivo del yo revolucionario, tomado de la Revolución Francesa, que se erige en medida de todas las cosas, y que se emancipa por la vía civil. Como anota Marcuse, “Para Hegel, en la Revolución Francesa, el hombre comenzó a contar con su espíritu, y se atrevió a someter la realidad de acuerdo a las normas de la razón. Puede llegar a descubrir que la historia es una constante lucha por la libertad, que la individualidad del hombre exige que éste posea la propiedad como medio para realizarse plenamente, y que todos los hombres tienen igual derecho a desarrollar sus facultades humanas. Empero lo que prevalece es la desigualdad y la esclavitud; la realidad “no razonable” tiene que ser alterada hasta que llegue a conformarse con la razón. Es pues necesario reorganizar el orden social existente, abolir el absolutismo y los restos del feudalismo” (Razón y revolución ).
2- La creación matemática que desde Galileo hasta Kant expresa una cientificidad rigurosa y metodológicamente pura, se enlaza con el yo activo y productivo, el homo faber. Es el motivo del capitalismo temprano, y más concretamente del racionalismo capitalista. Al intentar calcular la circulación de mercancías, le correspondía un objetivo científico: la producción meramente matemática del contenido del conocimiento. El cálculo con Galileo fue una construcción de lo dado a partir de su “método compositivo”.
3- La escuela histórica nacida del romanticismo que dio importancia a lo que crece y se desarrolla Hacia 1750 se derrumbó la razón matemática pura con Kant, al señalar que las categorías de la ciencia matemática sólo valen como experiencia formal. Hegel ve en la razón, no leyes abstractas que se imponen sobre un montón de hechos fortuitos, sino una conexión inmanente de contenidos concretos, y su medio es la historia, es decir, la marcha concreta y el devenir concreto de las cosas de donde salen las especificaciones del universo.
La escuela histórico-romántica, tenía fuentes revolucionarias en sus comienzos: el Sturm und Drang burgués de Alemania, que surgió como reacción contra el imperio de las reglas abstractas. Así, el pathos del crecimiento se hace lógico.
Para Hegel, la Naturaleza y la Historia, son las formas en que el espíritu se manifiesta y despliega, y sus diferentes fases forman la historia de la libertad. Como el espíritu nunca está en reposo, sino que siempre se mueve hacia delante, Hegel lo compara a la gestación de un niño, quien “después de un prolongado período de silenciosa gestación, da un salto cualitativo: el primer aliento pone término al continuo proceso de mero crecimiento, y el niño ha nacido” (Fenomenología del Espíritu).
Para él, “la historia humana es el proceso de la lucha entre la autoenajenación y su libertad, pues en nosotros todavía “el ser fuera de sí”, la naturaleza, no es conocida ni comprendida como obra suya, y por eso se “cosifica” sin que alumbre la luz de la lógica”.
Hegel retomó los aportes de la filosofía antigua, que desde Heráclito planteaba el dinamismo de la realidad, pero la aplica a la historia dialéctica del sujeto que al interactuar con el sujeto, en formaciones históricas y cósmicas cada vez más altas, hasta que por último ha experimentado ya todas sus enajenaciones y objetivaciones, para convertirse en la historia comprendida o en el saber absoluto. El método y el objeto concreto son sustancialmente lo mismo.
Pero, en vez de meras abstracciones, él habló de fenómenos concretos: cosa, vida, señor y siervo, la comunidad cristiana, la vida bella, “conciencia infeliz”, que para él, en lenguaje idealista, son “figuras” de la conciencia, pero que también son las figuras del universo; la unidad de ambas es el “logos” que lleva dentro de sí todo el dolor de la contradicción o de la negación que la realidad entraña.
En Platón hallamos un gran pensador dialéctico, y el mismo Sócrates con su “sólo sé que nada sé”, es algo dialéctico. Para Platón, Eros es hijo de la riqueza y de la pobreza, y participa de ambas (simposio).
Ya de los modernos, Jacobo Boheme, influyó en Hegel al tratar la relación dialéctica necesaria entre la luz y las tiniebla, lo divino y lo demoniaco, para que la luz pueda revelarse en lo contrario a ella. W. Leibnitz fue un filósofo dialéctico por el cálculo diferencial en el que el reposo es un movimiento infinitamente pequeño, y la igualdad una desigualdad que tiende a desaparecer. Su idea de tendencia es un concepto explosivo; las unidades últimas son puntos energéticos cuya función consiste en pasar del estado pasivo al activo y de la oscuridad a la claridad. Tal es la apetitio de las mónadas, su apetencia, la tendencia al despliegue, a la evolutio.
De Vico, antecesor de Hegel, retoma la idea de que sólo lo creado (lo engendrado) es susceptible de ser conocido; pasando esto de las matemáticas a la historia.
“Puesto que el mundo histórico ha sido hecho, con toda certeza, por el hombre, podremos descubrir sus principios en las modificaciones de nuestro propio espíritu humano” (G. B. Vico).
Cuando pensar no es sólo una función técnica o un proceso mecánico, sino una necesidad vital que busca responder a los problemas de nuestra existencia, hallamos la filosofía que intenta dar respuestas al drama del ser humano en su cotidiano vivir.
Los sistemas filosóficos de antaño, y las reflexiones ya no tan sistemáticas de hoy, son el esfuerzo de unos seres humanos que han desarrollado bios theoretikós (vida reflexiva), para resolver los retos que la realidad natural e histórico-social le plantean. Cada filósofo se desprende del pensar constituido o normal de su época, y se arroja a pensar por cuenta propia, arrastrando muchas veces peligros, y extraviándose en muchos casos. Son los héroes del pensamiento, así como hay héroes de la acción, y se lanzan solitarios a descubrir verdades que hieren el pensamiento común y los poderes dominantes.
El filósofo de verdad –y no su caricatura-, debe romper con múltiples obstáculos para llegar a la verdad anhelada. Los más comunes son el intento de superar las certezas logradas, pues toda verdad conquistada se encostra, y se convierte en dogma o estereotipo.
Si en las épocas llamadas “normales” es necesario pensar, tanto más en la nuestra, época anormal como pocas, en la que han saltado por el aire creencias y costumbres milenarias por obra de los desarrollos científico-técnicos y por los procesos culturales en el que fuerzas descomunales como la de los Estados totalitarios están arrancando a millones de personas de los ritmos de vida tradicionales.
En este contexto es como queremos ubicar el pensamiento de Hegel, quien logró dar forma a todo el pensamiento de su época, uniendo naturaleza e historia, bajo el imperio omniabarcante del logos, fundamento de la Filosofía Primera en los griegos, a través del pensamiento dialéctico, el cual fue transformado por él en mero juego mental, en algo positivo, señalando que en todo lo existente existen unas contradicciones que buscan ser superadas.
El proceso según Hegel, es infinito, y lo que los une es el Espíritu. De él brota la razón, cuyo papel es el de mediar (superar lo inmediato) en todas las oposiciones del pensamiento, y sublimar las oposiciones de la realidad.
El ejemplo más cabal de esto se halla en que las más extrañas y hostiles fuerzas de la historia se superan por el poder de la razón. Así afirma con maravillosa lucidez:
“La esencia al pronto oculta y cerrada del universo no tiene ningún poder capaz de resistir el coraje del conocer, ellos deben abrirse a él y dejar extendidas ante los ojos su riqueza y profundidades ofreciéndolas para su goce”.
EL MÉTODO DIALÉCTICO
Una de las mayores dificultades al abordar a Hegel, es conciliar en su pensamiento, dos elementos contrapuestos: haber sido el máximo exponente de la filosofía idealista y, ser por ello, un pensador “reaccionario”, pero a su vez fue el filósofo genial que abrió el camino a la dialéctica, y un pensador progresista en muchos asuntos.
La dialéctica es según Hegel, “la marcha progresiva de la cosa misma”, o sea, el órgano de la experiencia a través del cual el contenido del universo adquiere la experiencia de sí mismo, lo que quiere decir: el mundo está lleno de fuerzas contradictorias; el método dialéctico le permite señalar a Hegel que la ordenación y el encadenamiento de las cosas no es algo puramente externo, sino que ellas brotan por sí solas de su propio devenir .
Así dice que, en la naturaleza, “El capullo desaparece al abrirse la flor y… aquél contradice a ésta; lo mismo acontece con el fruto. Estas formas no sólo se distinguen, sino que se eliminan las unas a las otras, incompatibles entre sí”.
La dialéctica es la representación del movimiento inmanente al concepto por su negatividad; es como la llama Hegel, “la orgía báquica, en la que ningún miembro permanece ajeno a la embriaguez”. Según esto, la verdad “no es una moneda acuñada que pueda darse y recibirse sin más”, sino que es su desarrollo dialéctico mismo o el proceso, y que luego llamará Hegel “experiencia”, que es “el movimiento dialéctico que la conciencia realiza sobre sí misma, tanto sobre su saber como sobre un objeto, en la medida en que de este modo surge ante ella el nuevo y verdadero objeto”.
Como anota Bloch, en todas las cosas, “el acicate dialéctico real es la necesidad”; este elemento y sólo él provoca la contradicción como algo jamás saciado, jamás realizado en el mundo. “Toda realización, toda sociedad histórica, va gestando en sus entrañas los agentes con nuevas y mayores necesidades y capacidades que chocan con la antigua forma de existencia, son elementos explosivos, son una llamada al futuro, es decir, a la fase siguiente que viene a superar de modo relativo la contradicción” .
En el proceso del devenir maduran las contradicciones, la negación de lo devenido, y así en la vida social, la riqueza engendra la miseria, y toda sociedad lleva en su seno todos los elementos de la que ha de sucederla, elementos que representan la contradicción de esa sociedad que hace saltar la certeza, carente ya de todo contenido de verdad y realidad.
El pensar envuelve siempre una lucha, una polémica, y en él surgen objeciones, es decir, no discurre en línea recta como algo rígido e inmutable.
La dialéctica en su conjunto presenta estas tres fases: 1- La unidad inmediata del concepto, es la fase del entendimiento abstracto, o de la tesis simplemente establecida; 2- El enfrentamiento del concepto consigo mismo es la fase de la reflexión negativamente racional de la antítesis; 3- El restablecimiento de la unidad del concepto consigo mismo o fase de la mediación positivamente racional, negación de la negación o síntesis. Ninguna de las tres puede oponerse entre sí, sino que deben entrelazarse y separarse constantemente. Hay que ver en ellas un sólo concepto vivo, una unidad vital plasmada en concepto. Son “momentos” de todo lo lógico real (BLOCH, Erns. Sujeto Objeto en Hegel. pág. 117).
Si nos quedáramos en el primer punto, la tesis, tenemos un pensamientto abstracto y dogmático; en el segundo tenemos el punto de vista de la antítesis, surgiendo el escepticismo, que es la simple negación, pero que según Hegel tiene una gran importancia histórica, pues “en todo lo que se acoge de un modo inmediato, no hay nada firme, nada que exista en y para sí”. Pero al absolutizarse puede llevar a un pensamiento cerrado que no permite que surja la síntesis, la cual a su vez engendra su propia contradicción.
La dialéctica nos muestra que el fondo de los fenómenos es un reino de Leyes que conectan diversos tipos de fenómenos y explican sus cambios. Nos muestra además que esta noción de Ley y la de Fuerza permiten explicar los fenómenos. Así, la Ley de la Gravedad no tiene contenido empírico. Las leyes científicas nos ofrecen una redescripción ordenada de los fenómenos que deseamos explicar.
La diversidad es el inicio de la contradicción, y la contradicción es la diversidad llevada a su extremo, y la identidad abstracta es una diversidad no desarrollada, una contradicción en ciernes.
La dialéctica trabaja subterráneamente, y su eslabón es la antítesis, la negación no aislada, sino dentro del conjunto dialéctico que hace saltar y hacer añicos todo lo existente. Es una conmoción y una destrucción que abre el camino a lo nuevo: Hegel presenta la dialéctica como un proceso ininterrumpido de rupturas.
La síntesis es la tercera parte, es la “unidad de la unidad y de las contradicciones”. Se produce un cambio súbito de cualidad, la ola se rompe, cambia de rumbo, al acumularse una determinada cantidad. Lo nuevo surge de lo viejo, se desarrolla dentro de él, y al llegar la hora, se desgaja de lo viejo de un tirón, y se abre paso dialécticamente o de un modo brusco.
La superación, no es algo negativo ni destructivo, sino que es también conservación, fidelidad al pasado, y por eso la dialéctica no sólo es negación sino también herencia de la historia.
En suma, Hegel toma la idea de Heráclito de que “pólemos” (la guerra) es la madre de todas las cosas, le da una forma sistemática y lo muestra aunque en términos demasiado abstractos y complejos, pero para quien sabe leer, ésto significa que todo se mueve en un devenir constante, y que camina hacia su cumplimiento; que en todos los seres existe un desgarramiento, una lucha interna que se expresa en términos de vida-muerte, amor-odio, simpatía-antipatía, riqueza-pobreza, y que cada uno engendra inexorablemente su contrario.
Hegel transformó la dialéctica de algo que era negativo, en positiva, al señalar que el espíritu como mediación de contradicciones,busca la síntesis; para explicar esto se vale del término alemán aufheben (poner fin y conservar). La expresión tiene primero un sentido negativo: cuando se demuestra que algo es contradictorio, su velidez queda aufheben, cancelada, negada, pero igualmente preservada. Según ésto, nada es anulado totalmente; de ahí el valor de la “experiencia”, por eso en la historia nada es gratuito, todo tiene un valor y como dice la expresión demasiado trillada, pero real, “quien no conoce la historia está condenado a repetirla”.
La pregunta que siempre nos hacemos es qué tan importantes son los filósofos, cuando vemos cuánto papel se han gastado para dilucidar embrollos que a la postre nada cambian. Esa es la visión de la mente que vive de la apariencia, pero la realidad es otra. El filósofo -ya lo anotó Nietzsche- muestra su época en conceptos, y Hegel no sólo alumbró su época, sino que gracias al método dialéctico, oteó todo el panorama del pensar desde los pueblos primitivos hasta su época, y logró darle forma conceptual, y gracias al método dialéctico, mostrarlo en forma viva. Por eso, si bien él fue el pensador más abstracto, ha sido también quien trató los temas concretos de su época, fue un lector atento de todo lo que ocurría en su época, los logros científicos, los avances sociales y políticos, fueron el motivo de su aguda reflexión.
Nada en su filosofía es descuidado, desde el estudio de los cristales químicos hasta las relaciones entre los sexos, las familiares y los Estados, lo mismo que el arte y la religión; sobre ellos se expresó en forma atinada.
Y esto lo logró sintetizar en su sistema filosófico, que si bien se convirtió en una camisa de fuerza, no significa que tengamos que plegarnos a ella, y así sus propios seguidores tomaron diferentes vías, y logró nutrir diversas escuelas pero a partir de su pensamiento. Feuerbach y Marx son dos ejemplos de ello.
En suma, Hegel nos recuerda que en todo lo existente bulle una insatisfacción que en el hombre toma forma consciente, pues en él, “el espíritu ha cerrado el movimiento de configurarse, ha conquistado el puro elemento de su presencia, el concepto”.
En su magna obra la “Lógica”, desarrollará este proceso, pero ello será tema de otra sesión.