miércoles, 19 de agosto de 2009

LA IMAGINACIÓN Y LA INFANCIA RECOBRADA

Niños Inflando una vejiga - F. de Goya

“Hay un niño escondido en cada hombre, y ese niño quiere jugar” (F. NIETZSCHE)

El ser humano vive toda su vida el conflicto de Eros y Tánatos, es decir, entre su deseo de liberación y el enclaustramiento cultural, o sea, entre las fuerzas del crecimiento, y la ansiedad por la separación del enclaustramiento, y la calidad del conflicto difiere entre otras, de la sociedad, y de las diversas etapas del desarrollo humano.

Todo adulto, como anota Ernest G. Schachtel, “permanece normalmente enclaustrado en los incontables moldes de la rutina, los convencionalismos, la conducta más o menos automática por su parte y por parte de los demás. Está enclaustrado en su familia, su hogar, su trabajo, el círculo de sus amigos, su ciudad, su idioma, su cultura y su país…. La función de enclaustramiento desempeña un gran papel, psicológicamente en las tendencias conservadoras del hombre, en su temor ante nuevas formas individuales y sociales de vida”.

El estado del hombre adulto, es pues el de la enajenación, no sólo respecto de sí mismo y de sus semejantes, sino además de sus productos, y la única forma que tiene de vivir, es a través de la “compulsión”, que en vez de calmar el deseo, lo exacerba, obedeciendo al impulso “tanático” (de muerte), que tan claramente describiera Freud.

Así pues, en este mundo paradojal en que vivimos, muchas veces, se nos da demasiado de lo que no necesitamos, pero de lo que realmente carecemos cuán poco obtenemos. Y aquí las matemáticas no cuadran, pues para los más, hay miseria, hambre, opresión, pero los pocos que poseen lo suficiente, carecen de amor. En suma, en la llamada “sociedad de la abundancia”, la del capitalismo tardío, a pesar de estar inundados de toda clase de bienes, hay hambre de pan, de felicidad y amor; la pregunta es: ¿cómo lograr una sabia distribución de lo necesario para vivir?

Otra gran paradoja es que esperamos demasiado de aquello que no nos enriquece, pero somos negligentes con lo que podríamos ser felices, y nos lanzamos jadeantes, hacia metas que no nos llenan: dinero, títulos poder, esos nuevos ídolos ante los cuales se doblega la gran mayoría. Por eso, hoy, y en todo tiempo, se nos ha insistido en la necesidad de volver a esa “segunda ingenuidad” que nos permite recuperar la esencia de nuestra condición y que la manía competitiva nos ha hecho perder.

Pero como en hombre se da, a diferencia de los animales, la posibilidad de una “apertura al mundo”, ésta es muy amplia durante la infancia y la niñez. El niño en su primera etapa empieza siendo un narcisista primario, debido a su estrecho vínculo con la madre, pero poco a poco va realizando un proceso de apertura hacia su padre y sus hermanos.

Como dice Bachelard, “el mundo comienza para el hombre por una revolución del alma que a menudo se remonta a una infancia”. Y por eso nos insiste en que debemos recuperar el niño que fuimos y que duerme en todos, y que sólo los artistas genuinos, han nutrido y vive en ellos. Además, “por algunos de sus rasgos, la infancia dura toda la vida, y por eso es necesario y bueno vivir con el niño que hemos sido”.

Los poetas nos enseñan a “encontrar en nosotros esa infancia viva, permanente, duradera, inmóvil”, y ella viene de la función utópica, que nos libera de los constreñimientos del aquí y el ahora, y es creadora incesante de imágenes sueños y proyectos. Uno de sus frutos es la poesía, que “puede hacernos habitable este mundo” (Hölderlin), y nos ayuda a recuperar aquella confianza de estar en el mundo, sin la cual, la existencia humana es una ratonera competitiva que nos hace enemigos unos de otros.

Uno de los mayores sueños humanos es recuperar esa infancia, la cual, “permanece como una meta indestructible del hombre” (Norman O. Brown). Entre esos sueños está el de recuperar el juego como actividad libre, así como lo hacen los niños, libres de los problemas de la vida, y para quienes todo se convierte en juego.

Como anota F. Schiller: “el hombre juega sólo cuando es un hombre en el sentido total de la palabra, y es sólo completamente humano cuando juega”. Fourier, el socialista utópico, soñó con una sociedad en la cual el trabajo se transformaría en juego. Contemplando el panorama actual, esto parecería imposible, y la creciente enajenación del hombre actual en su trabajo, parece alejarnos de ese sueño milenario.

No obstante las utopías, si bien no se cumplen inmediatamente, se toman su tiempo, y necesitan una generación que la haga posible. Muchos síntomas de esta necesidad, nos indican que se requiere que la humanidad, insatisfecha de la situación actual, haga posible tal sueño. Las nuevas generaciones, tienen ante sí tan fabulosa tarea, y no hay duda que la cumplirán.


“Yo creo que la imaginación humana no ha inventado nada que no sea cierto en este mundo o en los otros” (Gerard de Nerval).

Niños haciendo una cometa - F. de Goya